jueves, 19 de septiembre de 2024

Ocupaciones de jubilada

 Yo me reía y criticaba mucho a mis compañeros jubilados cuando iban a la sucursal y se quejaban de que no tenían tiempo. Ahora les empiezo a entender pero no les justifico. Queda bien feo quejarte de tus numerosas ocupaciones ante compañeros que tienen que compaginar vida personal y laboral.

Es cierto que en Navidades pedí una agenda y la tengo llena de anotaciones. Porque tengo cosas que hacer y porque mi memoria va flaqueando. Al tener todo el tiempo del mundo y no tener la rutina laboral, al no tener que cambiar la fecha en el sello que usaba constantemente en la ventanilla, al no soñar con la llegada de días de vacaciones, es fácil desconectar y no interesarte por el día en que vives.

Tras la muerte de mi padre he estado arreglando papeles de todo tipo. La burocracia post-morten. El papeleo persigue hasta después de que el féretro se quede en calma en su nicho. Mi madre, después de ver las telenovelas que sigue a diario, cuando está receptiva, escucha mis explicaciones acerca de los asuntos del impuesto de sucesiones, reparto de herencia, cambio de domiciliaciones, seguros, pensión... y siempre me dice lo mismo:

- Menos mal que estás jubilada y que te hice un poder. Como lo hubiera tenido que hacer yo todo, no sé que hubiera sido de mí. Ir a tantos sitios, llamar, hacer cosas por Internet... Todo es muy difícil.

Le tuve que dar la razón. Tanta burocracia es muy compleja para gente octogenaria. Tener hijos -hijos dispuestos y que ayuden en estas etapas de la vida- es una bendición.

Mi agenda está llena de anotaciones del tipo "cita con el Banco", "pago de impuestos", "perseguir al gestor" "pedir Dnis y cuentas a mis hermanos" "enseñar a mi madre a usar la tarjeta"

Lo de la tarjeta lo aprendió con facilidad. Yo parezco una controladora, y es que cada vez que ella saca dinero, el Banco me manda un aviso y yo lo compruebo con ella. No está mal para evitar fraudes o extracciones indeseadas. He puesto mi correo y mi teléfono en todos los datos que el Banco y los diferentes organismos me han pedido. Para no volver loca a mi madre y que viva con tranquilidad estos años de vejez, sin preocuparse por los asuntos bancarios.

Este verano había quedado con uno de mis hermanos para solucionar un asunto de la declaración de la renta de mi tía fallecida en febrero de 2023. Hay que hacer las declaraciones de los fallecidos. El trámite había ido bien y mientras estábamos tomando un cafetito en las cercanías, recibimos la llamada de mi madre.

-Hijos, vuestra tía (su hermana) se ha roto la cadera y se ha caído. La llevan al hospital.

Mi tía vive con mi madre desde antes de que ésta se quedara viuda. Las dos habían salido a pasear y mi tía, de 94 años, se cayó. Afortunadamente no arrastró a mi madre en la caída.

Ese día comenzaron nuevas anotaciones en mi agenda: ir al hospital, ver opciones para los cuidados posteriores, contratar a alguien...

No voy a entrar en detalles de las idas y venidas de este mes porque puede ser aburrido y poco ágil. Tener a alguien hospitalizado es duro, pero en mi caso no procede lamentarme en exceso, porque en los hospitales ves situaciones peores que las propias.

Como dice una amiga mía: "Saca tu cruz a la calle y verás una más grande"

Ahora están las dos hermanas en casa con una muchacha alegre y dispuesta encargada prioritariamente de cuidar a mi tía en su convalecencia.

A mi madre le está costando un poco tener a alguien ajeno en casa.

Viuda desde mayo, jamás en su vida había estado sola. Este mes con su hermana hospitalizada le cogió el gustillo a esta soledad. Cenaba lo que quería, no tenía que estar pendiente de nadie, podía entretenerse comprando o paseando el tiempo que quisiera porque nadie en casa iba a preocuparse de su tardanza. Y lo más importante, estaba sola pero con un montón de hijos y nietos pendientes de ella si era necesario.

Le ha durado poco esta soledad, pero hay que ser realistas. Y egoístas. Una pareja de señoras de 86 y 94 años están más seguras con alguien durmiendo en casa con ellas y ayudando a la mayor a entrar a la ducha, a pasear con el andador...

Por ellas, por la tranquilidad de los hijos, llega un momento en que el mayor acto de generosidad con la familia es dejarse ayudar.



Los fines de semana la chica libra y mi madre no quiere oír hablar de que vaya nadie. Son sus días de "liberación". 

Este sábado hay fiesta de cumpleaños. Son muchos los miembros de la familia que cumplen años en septiembre. Irán las dos matriarcas. Mi tía, la operada de cadera, ya ha preguntado:

-¿Hay rampa para llegar al local de la fiesta?

Allí se mezclará el andador de la tía con el cochecito de la nietecita más joven.


lunes, 29 de julio de 2024

Reuniones de vecinas

 Hace ya algunos años, y tras una divertida merienda en mi casa con un grupo de vecinas, creamos un grupo de whatsapp. Lo creó mi hijo, porque yo no tenía ni idea, y yo soy la administradora. En origen fue para compartir algunas fotos que nos hicimos ese día, hace ya siete años, cuando éramos más jóvenes y los acontecimientos de la vida nos nos habían arañado el alma. Todas sin excepción tenemos nuestras cicatrices desde ese día feliz y despreocupado de octubre de 2017.

De vez en cuando quedamos para tomar algo en las cercanías, contarnos novedades -sobre todo actualizar la información de nuestros hijos- y poner al día los cotilleos sobre la comunidad de vecinos y el barrio en general. Lo que no aporta una lo aporta la otra.

Me gusta quedar con ellas. Incluso en momentos tristes de mi vida, compartir conversación con las vecinas me da una inyección de optimismo y alegría y siempre, siempre, hay risas aseguradas.

Somos ocho en el grupo. Pocas. Pues es un lío acordar un día que nos venga bien a todas. Simplemente para cruzar la calle y tomar una cerveza en el bar de enfrente cuando cae la tarde. Es un plan tremendamente sencillo. Los hijos de todas superan la veintena y nuestros maridos se apañan muy bien solitos y nos dejan completa libertad. No tenemos ataduras domésticas.

Llegó el verano y una de ellas propuso en el grupo "vamos a quedar antes de irnos de vacaciones" Yo, como soy la única que no trabaja, dije que podía cualquier día. Soy así de "facilona". La cosa quedó en el aire.

Pasó el tiempo. El 10 de julio una de las vecinas propuso en el grupo dos días para quedar. Empezamos a contestar. Una indicó la posibilidad de una encuesta para mayor facilidad. ¡Sí, una encuesta para ver cuando quedan ocho personas! Salvo yo, ninguna podía quedar cualquier día. Se optó por el miércoles, día en que podíamos quedar la mayoría. Tan solo una, Libertad Grande, dijo que no podía, pero que no importaba, que ya nos vería en otra ocasión.

Luego se hizo otra encuesta para ver la hora a la que quedábamos, porque iba a hacer calor. Repito, el lugar de la cita es enfrente del bloque y está cubierto de árboles.

Ya estaba todo acordado y llegó el miércoles de la "quedada". A media tarde Libertad recuerda en el grupo que no va a poder ir, como ya dijo en su día y nos desea que lo pasemos bien.

Y entonces... todo se vuelve a liar. Después de dos encuestas de mierda, después de una preparación digna de la agenda de la Casa Real, otra vecina dice en el grupo:

-Si os parece podemos quedar el próximo lunes, si nos viene bien a todas.

Y ya, sin más encuestas ni historias, y a pesar de que Libertad reiteraba que por ella no cambiaran nada, se modificó la cita al lunes. Parece que el resto de vecinas no se dan cuenta de que Libertad pasa un poco de todo esto, que si queda con nosotras bien y si no queda le da igual.

Yo ya estaba indignada. No contesté, por esa tontuna de querer quedar bien, por no liar más la cosa, porque en estos mensajes de grupo todo se magnifica. Ya sabía que el lunes no podía, que estaría con mi marido en la sierra, pero me daba igual.

El lunes, como yo imaginaba, empiezan a preguntar por la hora de la quedada. Y en ese momento yo escribo:

-Estoy en la sierra, he venido con mi marido, pensaba que volveríamos hoy (mentira cochina) pero como se está tan fresquito, nos quedamos más tiempo. Lo siento, otra vez será.

Nuevamente intentan aplazar la cita para que yo pueda estar, me preguntan que cuando vuelvo.

Insisto que no sé, que como ya no trabajo y mi marido está de vacaciones estoy a lo que él diga y que estoy a gusto con el clima serrano.

¡Menos mal que al final quedaron y no siguieron con este cruce infernal de mensajes de "yo puedo", "yo no", "vamos a aplazarlo", "a qué hora"!

Con lo fácil que es quedar sin más un día. Las que puedan van y las que no, pues otro día. Además nos vemos muchas veces en el patio, al volver de paseos, en la compra... Es un desgaste tanto mensaje, tanto intentar quedar bien. Que yo no me excuso, en vez de mandarlas a la porra, intenté ser una "bienqueda" Así es la vida social. No quiero sembrar cizaña porque son muy buenas vecinas, la verdad. Después de 27 años de convivencia no voy a organizar un cisma por una saturación de mensajes inútiles en Whatsapp.

Finalmente quedaron la tarde noche más tórrida de este mes de julio, mientras yo me tapaba con sábana y colcha en mi alojamiento de la sierra después de ver como asomaba la luna llena en el horizonte.


miércoles, 19 de junio de 2024

Despedidas

Mi padre murió hace un mes. Salió del hospital muy deteriorado, con mucha dificultad para andar, pero enseguida le cogió el tranquillo al andador que le compramos y aprovechó bien el tiempo primaveral de finales de abril y mayo. Salía a pasear por la mañana y por la tarde, comía bien, dormía en su cama de toda la vida. Se sentaba en los bancos de la avenida y decía "qué más se puede pedir"

Los médicos, después de sugerir biopsias, resonancias y radioterapia, aplaudieron la decisión familiar de volver cuanto antes a casa. Los hospitales son destructivos para el ánimo del enfermo y de los familiares.

- No sabemos cuanto puede durar -nos dijeron- quizá semanas o meses.

Yo era optimista  y pensaba que aguantaría mucho. Me equivoqué. Todos nos equivocamos.

Aprendimos a tomar la tensión, revisar el nivel de azúcar, poner insulina lenta o rápida, según los parámetros. Mi madre, sabiamente, se negó a darle un medicamento con unas contraindicaciones muy muy bestias para evitar ataques epilépticos, pero que le dejaba completamente atontado y sin fuerza en las piernas.

Se lo dijimos a la doctora, que no se lo pensábamos dar. Los médicos insisten, claro. Los dichosos protocolos. Mezclan los medicamentos como yo los ingredientes del gazpacho. Rectifico, no como yo, porque yo voy probando para que el resultado sea perfecto. Ellos siguen sus recetas al pie de la letra y les da igual que el paciente se encuentre fatal con un medicamento. En este caso el "bien mayor" era evitar un ataque epiléptico. La doctora respetó la decisión de no darle ese compuesto pero puso cara de circunstancias, como diciendo "os estáis arriesgando mucho, vosotros veréis"

En estos casos hay un equipo de médicos de cuidados paliativos que vienen a casa cada dos o tres días para ver al enfermo. Un día amaneció sin gana de levantarse. Que si tiene fiebre, que si es una infección, que si es el efecto de los tumores expandiéndose... Mi padre ya no se levantó de la cama. Dejó de comer y de beber. Se fue consumiendo poco a poco. Una semana duró así.

Los médicos nos habían dejado morfina y otros calmantes para que se los pusiéramos en una vía que tenía en el brazo. Solamente al final se le puso alguna dosis. No se quejaba de dolor, su cara era de tranquilidad. 

El domingo vino el sacerdote de la parroquia para rezar con él y con la familia. Creo que él percibió la visita, pero ya no hablaba nada y estaba con los ojos cerrados.

El lunes por la tarde murió. Recuerdo que yo estaba en mi casa. Había acabado de cenar y le dije a mi hija

-Ven, asómate a la ventana, mira que súper arco iris tan bonito.


Mientras nosotras lo contemplábamos, murió mi padre, en compañía de mi madre, dos hijos, una nuera y dos nietas. Siempre estuvo acompañado.

Conocíamos ya todo el proceso tras la muerte. Habíamos comprado el certificado de defunción. Sorprendentemente, es un papel que cuesta dos perras pero que no lleva el médico que va al domicilio. Si no lo tienes y un familiar muere en casa, de noche, tienes que ir a comprar el dichoso papel y buscar una farmacia cuando la pena te supera. Yo esto no lo entiendo.

El médico que vino nos dijo que en España nadie se muere de viejo, que en el papel se olvidaron de poner esa opción. Creo que a mi padre le pusieron en causa de la muerte cáncer de pulmón.

-Por favor, ponle tumores cerebrales, que mi padre no ha fumado en la vida y ha tenido una vida muy sana.

-No, no puedo, porque sus tumores cerebrales son consecuencia de metástasis del tumor en el pulmón y hay que poner la causa "inicial".

Y causa última "parada cardiorrespiratoria". Eso me lo sabía hasta yo.

Teníamos que haber preguntado en su momento cómo estaban tan seguros de que tenía tantos tumores, porque no le hicieron biopsias ni resonancias -no quisimos- Pero con el aturdimiento de tantas malas noticias no indagamos. Porque quizá no nos íbamos a enterar y mi padre ya tenía 94 años. Ha muerto y saber el motivo exacto ya no tiene mucho sentido.

Después, ya entrada la noche, llegaron los del seguro "de los muertos". Muy amables. Traían una tablet y mi madre eligió ataúd y adornos florales. Estaba claro que queríamos entierro y no insistieron con cremación. Sé de casos en que son muy persistentes porque parece ser que la cremación es más barata. Yo pensaba que era al revés.

Luego entraron en la habitación, pidieron estar solos y se lo llevaron para prepararlo para el tanatorio.

-Ay hija, cómo se lo han llevado, como un fardo- lloraba mi madre.

-Mamá, papá ya no está en ese cuerpo. Es difícil llevarlo de otra forma. Lo tienen que meter en el ascensor, cargarlo en el vehículo...

Estas cuestiones, claro, no se notan en un hospital en que las camillas van y vienen rodando y todo es amplitud.

El día siguiente fue día completo de tanatorio. Gracias a los teléfonos y los mensajes, amigos y familiares fueron enterándose del desenlace. Recibimos muchas, muchas visitas. Y debo decir que todas se agradecen muchísimo, porque son señal de lo que apreciaban a nuestro padre y de lo que nos aprecian a nosotros. Hay quien piensa que eso da igual, pero con el tiempo recordaremos ese día como un día de encuentros, en ocasiones con familiares lejanos, con amigos un poco olvidados. Es lo que hay que agradecer al difunto, que él es nexo de unión y de encuentro. Son momentos de pena y lágrimas y de risas y alegrías. Y es bonito que sea así.

El entierro fue al día siguiente, día de mi cumpleaños. Fue por la mañana temprano y mucho más familiar. Estábamos todos los hijos y casi todos los nietos. Era un buen momento de reunión posterior. En casa de mi madre encargué unas pizzas. Mis hijos y algún sobrino compraron unos dulces -soy bastante golosa- y unas velas. Me cantaron el cumpleaños feliz. Le enterramos el mismo día en que yo, su hija mayor, llegué al mundo hace 61 años. Me parece una coincidencia bonita.

Creo que estamos viviendo el duelo -ahora se habla mucho de fases del duelo y a todo se le pone nombre- de una forma sana, con risas y lágrimas. Mi madre, una campeona, sigue saliendo a comprar, recibe las condolencias de multitud de vecinos del barrio, explica a quien no lo sabe que se ha quedado viuda.

-¿Qué voy a hacer? Hay gente a la que hace tiempo que no veo. Si me preguntan "¿qué tal?" les tengo que decir lo que ha pasado. Y claro, se sorprenden, porque le recuerdan en la iglesia en Semana Santa presentándose voluntario para el lavatorio de los pies, o paseando tan ricamente hace mes y medio antes del "ataque"

Hace una semana fue el funeral, en la misma iglesia del barrio donde yo me casé y bauticé a mis hijos, donde mis hermanos menores hicieron en su día las primeras comuniones. Era ya el último adiós social. Fue también mucha mucha gente. Una de mis hermanas y yo hicimos las lecturas. Mis sobrinos de 10 años, las peticiones por el alma del abuelo. Mi hijo, el nieto mayor, compuso una poesía - a mi padre le gustaba mucho rimar- en que resumía cómo había sido la vida del abuelo, con detalles que solo los hijos podíamos entender. Una vida plena y con salud y una muerte con los suyos, como él quería, como queríamos todos.

Y otro nieto salió sin papel. Por circunstancias de la vida ha sido el que ha estado más cerca de los abuelos. Sabía cosas de la infancia de mi padre que yo desconocía. Sabe escuchar. Fue muy breve. Agradeció los consejos de su abuelo y nos contó la frase que siempre le repetía: "En este mundo la mejor carrera es ser una buena persona"

Ante una muerte cada uno lleva la pena a su manera. Yo me estoy encargando de todo el papeleo. Veo sus carpetas perfectamente rotuladas con esa caligrafía única y se me saltan las lágrimas. Nos lo dejó todo tan organizado. Testamento, seguros, cuentas...

Ayer bajé a la piscina y pensé que este año ya no se tirará de cabeza. Ni se oirá el tecleo de la máquina de escribir, que seguía utilizando con total pulcritud. Ni me acompañará hasta mi casa cargando bolsas y diciendo que no pesan. Y me queda la pena de no haber visitado con él tantos museos como tenía previstos.

Agradezco que su enfermedad haya sido de final rápido, que no haya tenido dolores, que aceptara su final con sosiego y entereza, que haya podido conocer a 22 nietos y que haya muerto en su cama de toda la vida, con el ruido de fondo de conversaciones cotidianas y agarrando la mano de mi madre, hijos y nietos. Ha tenido una buena vida y una buena muerte.



lunes, 22 de abril de 2024

Noches de hospital

Debe de ser cosa de la edad. De la mía y de mis ascendientes, pues ambas cosas están relacionadas. Cada vez tengo más soltura en los hospitales. Al principio me liaba con los pasillos, con la burocracia previa, con los timbres de aviso a las enfermeras, con los mandos de la cama articulada, con los mecanismos de los sillones donde el acompañante intenta dormir. Era muy pudorosa con el paciente, aunque fuera familiar. Me marchaba de la habitación incluso cuando iban a examinar si había que cambiar el pañal. 

Llevo una racha muy mala de muertes. Ahora es mi padre el que está en esa frontera del más allá. Habíamos enterrado a mi suegra hace tres meses con 104 años y yo, viendo a mi padre con diez menos, tan vital, tan lúcido, sin bastón, animado para acompañarme a visitas turísticas que ahora como jubilada me puedo permitir en días de diario... pensaba que tenía tanta cuerda como mi suegra o incluso más.



Mi última visita turística con él fue a las Descalzas Reales, hace dos semanas.

Ni yo ni mis hermanos nos planteábamos seriamente un deterioro repentino. Máxime cuando superó sin secuelas un ligero ictus hace tres años. Estaba muy bien, la gente se sorprendía al enterarse de su edad. Pero las enfermedades son como son y atacan a traición, sin previo aviso. O con avisos tan imperceptibles que no son tenidos en cuenta.

En esta semana hemos pasado por todas las emociones como en una montaña rusa. La noche del ingreso en urgencias estábamos uno de mis hermanos y yo esperando la llamada de los médicos. Durante el tiempo de espera la estancia se fue vaciando, un mendigo que se "refugió" en la sala de espera porque fuera hacía fresco, cambió de lugar tres veces junto con sus dos bolsas de enseres. Otra mujer paseaba y paseaba sin sentarse en ningún momento. Ya nos sonaban algunos nombres de pacientes porque entraban y salían varias veces para sucesivas pruebas.

Cuando nos llamaron nos atendió un médico joven, neurólogo, que nos dijo que nos preparáramos para lo peor, que la consciencia de mi padre estaba bajo mínimos. Aún no podíamos entrar a verle.

En ese momento le pedí que avisaran a un sacerdote. Mi padre así lo habría querido en sus últimos momentos. Tiempo después nos volvieron a llamar. El capellán quería rezar unas oraciones con el enfermo y su familia. Dio tiempo a que mi hermano fuera a recoger a mi madre a casa para que estuviera presente. Creo que si no es por el capellán no entramos en el box, porque ahí son muy estrictos con las visitas.

Allí estaba mi padre tocado con un casco lleno de electrodos que medían su actividad cerebral. Me recordó al gorro de piscina que se pone en verano. Dice que así no se le enfría la cabeza al lanzarse al agua. Ya pasaba de la medianoche y afortunadamente había mucha tranquilidad, sin gritos ni lamentos de enfermos. Mientras venía mi madre, le conté al capellán, que desprendía sosiego y paz, cómo era mi padre, mi familia. Una vida resumida en diez minutos. Diez minutos, como los que mi padre estuvo desorientado, bajando carpetas de documentos del armario sin ton ni son, respondiendo incoherencias a mi madre. Hasta que ella llamó a la ambulancia. Diez minutos de asistencia rápida de los médicos del Summa 112 en casa. Diez minutos hasta el hospital.

Y al día siguiente parecía que se obraba el milagro. Mi padre recuperaba la conciencia, conocía a sus hijos, recordaba anécdotas de juventud. Un espejismo, tan solo eso. No sé lo que hay ahora mismo dentro de su cabeza, no sé si está todo ordenado como sus carpetas de documentos y tan solo le falla el habla, la manera de expresarse, o si su cabeza almacena recuerdos de forma caótica, como nuestro trastero, que ahora mi marido se empeña en organizar.

Parece que hay tumores chiquitos por ahí danzando, que presionan en zonas del cerebro y trastornan la vida. Tumor es la palabra más repetida en los hospitales. Imagino que los médicos ofrecerán soluciones. Aún no sé bien cuales. Solo sé que él quiere morir en paz, que con su habla ahora balbuceante y casi inaudible, le dijo el otro día a uno de sus nietos "Todo tiene un principio y un final"

Estamos a la espera de información, pero aún confío en que el final pueda ser en su casa, en su ambiente, y sin dolor.

lunes, 26 de febrero de 2024

"Tenemos que quedar"

Hace un par de semanas quedé con dos compañeras de la Universidad a las que suelo ver una vez al año. Siempre nos vemos porque soy yo la que llamo, la que propongo un día y una hora. 

La mayoría de la gente se conforma con la manida frase de "ya quedaremos" y luego nunca se queda. Buenas intenciones y palabrería hueca.

En esta ocasión yo propuse varios días y una de las amigas no podía por líos de trabajo. La otra, ya jubilada, estaba pendiente de los médicos de su hija (28 años y con pareja) que tiene una lesión en el tobillo. A ambas les pareció bien posponerlo.

La semana anterior a la probable cita murió mi suegra y tuvimos que desplazarnos para entierro y funeral. Con casi 104 años, a toda la familia nos entristeció mucho, pero nos ha consolado que ha podido vivir en su casa acompañada de sus hijos -que se turnaban en los cuidados- y con cuidadoras durante el día. Ya no conocía, ni hablaba y no se movía, pero quiero creer que en su interior notaba que estaba en su ambiente, bien cuidada, con sus cosas y en su casa de toda la vida. 

Afortunadamente no pasó más que dos horas en el hospital y marchó para la eternidad tranquila, sin desgastar a los hijos con dolorosas, largas, e inútiles estancias en el hospital. ¡Descansa en paz querida suegra, en ese bonito cementerio con esas vistas maravillosas a los montes verdes de Cantabria!


Después de esa semana de pérdida y encuentros familiares, volví a mi vida en la gran ciudad.
No puse a prueba a mis amigas esperando que cualquiera de ellas convocara en firme. Nuevamente fui yo la que recordé que esa era la semana que "les venía bien a las dos".

Y sí, al final quedamos, después de año y medio sin vernos. Quedamos en mi barrio, comimos en un restaurante, charlamos y lo pasamos muy bien. Siempre fluye la conversación de forma muy agradable, no hay incomodidad, ni silencios, ni reproches. Nos ponemos al día con nuestras vidas y con las de nuestros hijos, que tienen edades similares. Como siempre, ellas estaban muy agradecidas de que yo, una vez más, las convocara. Y al final se me pasó esa desagradable sensación de que siempre tengo que ser yo la que convoque y la que, aunque mínimamente, organice.

Pensando, pensando, me he dado cuenta de que tenemos un grupete de jubilados de Banca que han pasado por mi oficina en distintas épocas. Ese grupo se organizó el año pasado para una comidita. Cuando yo aún trabajaba me encargaba de llamar a todos y hacer una comida común en fechas cercanas a la Navidad. Sí, yo, la única currante en aquel entonces, era la convocante. Seguí la tradición y fui la que "tiré" de todos para la última cita gastronómica. Este año el grupo está mudo y nadie hace intención de quedar. De momento no voy a tirar de este otro carro. 

Tengo una familia extensa, vecinas con las que quedar y pasear, actividades... No necesito más vida social, pero me da pena que muchas amistades se vayan perdiendo por desgana y desidia. Me harta ser la única que ejerce de "pegamento" grupal.



miércoles, 3 de enero de 2024

Añoranzas

 Este año -no sé bien a cual me refiero, si 2023 o 2024- me ha "pillado el toro". No he escrito nada pre-navideño. Es 3 de enero y no sé si felicitar o no. Quizá pueda felicitar Reyes. O no felicitar. Es una conveniencia social y cultural festejar y felicitar en estos días. Reconozco que a mí me gustan mucho y lo paso bien, pero he sido mucho más feliz en días anodinos de cualquier año en que alguna circunstancia -sorpresiva o esperada- me ha "tocado" tanto, que hubiera deseado que ese día no acabara nunca.

Me gusta la Navidad, los encuentros, los belenes, pasear por la ciudad y ver las luces, comer con la familia. Detesto las aglomeraciones para comprar cosas que uno no necesita, que sobren montones de comida en los días especiales y acabar con la tripa llena. Afortunadamente, lo que no me gusta lo evito.

Antes de las Navidades me dijeron en mi oficina que si podía ir a poner el Belén, como todos los años. Por supuesto les dije que sí. Poco después me llamó Claudio Bobo.

-Zarzamora, olvida lo que te dije del Belén. No se va a poner. Tampoco el árbol.

-¿Y eso? -pregunté sorprendida. Pensé que quizá una nueva normativa bancaria prohibía taxativamente decorar imaginativamente las oficinas.

-Mira, no tenemos ánimos. Nos cierran la oficina en enero. Además del trabajo habitual estamos liados organizando cajas de archivo y etiquetando todo. Yo hasta me he traído una bata azulona porque estoy harto de llenarme de polvo en los sótanos.

Me fui hace un año de esa oficina abierta en la década de los sesenta y que había sobrevivido a oficinas más emblemáticas, y la cierran ahora. Fin de ciclo.

La verdad es que cuando he ido a visitar a mis compañeros este año, cada vez veía la  sucursal con menos movimiento, más triste. En los tres últimos años los clientes siempre eran los mismos y faltaba esa "vidilla", ese "jaleíllo" que yo recordaba de cuando entré allí, joven e inexperta. Cuando éramos quince empleados, no cuatro, como ahora.

Me alegro de estar fuera, de no tener que dar explicaciones a la clientela, ni tener que hacer cajas, ni arqueos finales. Es una despedida que me hubiera entristecido, porque siento que muere una etapa de mi vida, que nunca podré volver -aunque sea de visita- a un lugar en el que he sido feliz y en el que he pasado tantos años de mi vida.

Aprovechando la Navidad, el pasado 26 de diciembre fui con mi nonagenario padre a dar un paseo por Madrid. Después de ver el Belén de la Comunidad, que jamás defrauda, enfilamos la calle Alcalá. Las Galerías Canalejas estaban estupendamente decoradas. Ambos habíamos trabajado allí cuando ese edificio era Banco Hispano Americano. Todavía aparece un logo BHA en algunas puertas. Lo han mantenido porque las fachadas están igual que han estado siempre. De hecho, vaciaron todo el interior y reconstruyeron el edificio manteniendo el exterior.




Mi padre trabajó allí mucho tiempo, desde mediados de los años 50 del pasado siglo, hasta los años 70 en que le cambiaron de ubicación. Eran tiempos en que el hijo de un albañil venido del pueblo podía optar a un puesto fijo en un Banco si estudiaba y se esforzaba. Se empezaba desde el puesto de botones y poco a poco se podía llegar a apoderado de Banca, como fue el caso de mi padre.

Yo estuve allí durante tres meses cuando comencé mi periodo de formación. Estábamos acompañados de veteranos que nos supervisaban y nos enseñaban. Aprendíamos sin la tensión que tienen los jóvenes que entran actualmente en el Banco, a los que les dejan solos ante el peligro, sin conocimientos prácticos del puesto en el que les colocan, como si fueran una ficha intercambiable de parchís.

Entramos en las suntuosas Galerías, bastante vacías de público. No sé si porque aún era pronto o porque los precios eran prohibitivos. Ni los aseos eran accesibles al público general. Tenían una botonera para meter una clave especial y poder entrar. Subimos a la entreplanta, donde yo recordaba que había estado mi puesto de trabajo, desde donde se veía el patio de operaciones de la planta baja, siempre lleno de público en ese año 1990 en que yo andaba por allí. Entre tanta tienda lujosa me fue imposible ubicarme. Solo reconocí la cristalera del techo que  era la misma. Otra despedida, otro final.

Las sedes centrales de los Bancos de la calle Alcalá han desaparecido. El Banco Central, con sus enormes columnas y cariátides, que también yo visitaba para hacer gestiones de la sucursal cuando pasamos a ser Banco Central Hispano, se ha convertido en el edificio Cervantes.


Desde el mirador del Ayuntamiento de Madrid de ve la sede del Instituto Cervantes, antiguo Banco Central, antes Banco Río de la Plata. Ambos edificios son obra del mismo arquitecto.

Se mantiene el Banco de España, al que hay que acceder con cita previa ¡como no! y donde prohíben hacer fotos de su interior. Tuve que ir con mi hija allí hace poco y llegamos un poco temprano. Hacía un frío que pelaba en la calle, pero no nos permitieron esperar en el interior (totalmente desierto) hasta 10 minutos antes de nuestra hora. Como es "natural" pasamos por arco detector de metales y expusimos nuestros bolsos a la intromisión de los escáneres. Esto es lo que tenemos en esta sociedad saturada de normativas absurdas.

Fue un buen paseo el que di con mi padre. Es cierto que siempre hay un toque de nostalgia, pero así es la vida, única y cambiante. ¿Qué novedades nos deparará este año 2024? Solo espero que sean buenas.


jueves, 23 de noviembre de 2023

La visita guiada

 El otro día decidí ir a ver una exposición gratuita en la que se mostraban obras de arte que habitualmente están en distintas dependencias de la Universidad Complutense y que habían reunido en una única estancia.

La ventaja de no trabajar es que puedo ir por la mañana a muchos sitios sin aglomeraciones y sin tener que pedir hora. A las doce de la mañana otra señora y yo estábamos esperando para nuestra visita guiada.

La guía era una voluntaria. Su trabajo es realmente meritorio, lo reconozco.

-Esperemos un poco, porque hay un grupo de veinte personas que también se ha apuntado a la visita guiada- nos dijo la mujer.

Pasaron diez minutos y eso ya no me parece cortesía, me parece grosería por parte del que no ha aparecido. Le dije a la guía:

-Yo creo que la espera ya es suficiente. Esta señora y yo hemos estado a la hora. Creo que ya se podrá empezar la visita.

-Es que si el grupo no llega a diez personas no se hace la visita.

Yo no daba crédito. Le rebatí educadamente.

-Por lo que veo se nos penaliza a las dos personas puntuales que nos vamos a marchar sin la visita pedida. Solo espero que marquen bien a los responsables de ese grupo para no permitirles visitas nunca más. Yo creo que ya que estamos aquí nosotras dos y hemos esperado un tiempo a los otros, que no llegan, bien podíamos hacer la ruta prevista.

La guía era una mujer un poco mayor y arisca. Me respondió destemplada.

-¡No me va a decir Vd. como tengo que hacer mi trabajo! Tendré que consultar si puedo o no puedo guiar a solo dos personas.

¡En fin! Estamos en un mundo en que la gente no sabe tomar decisiones ella solita, no sabe saltarse normas absurdas, no tiene iniciativa. Era voluntaria, lo cual indica que ese trabajo lo hacía por amor al arte -nunca mejor dicho- y tenía delante a dos personas verdaderamente interesadas. Era una sala grande sin apenas visitas, con una muchachita en la recepción a la que no creo que le importara en absoluto si los grupos eran de más o menos gente. Creo que para ella era más cómodo instruir a dos personas y no a veintidós.



Pero no tuvo que consultar a nadie. En ese momento apareció otro grupo -diferente al que estaba registrado para la visita- de unas veinticinco personas que venían de un pueblo de Madrid a hacer turismo. Después de visitar el museo aledaño, recalaban en esta exposición temporal. La guía les ofreció la visita guiada y así cumplía esa exigencia que ella tenía tan absurdamente interiorizada de ser más de 10 personas.



El grupo dijo que sí. Era un conjunto de gente mayor en su mayoría, ya cansados de la visita anterior. Aguantaron bien diez minutos, luego la gente se dispersó. Unos a la cafetería, otros al baño, otros en busca de un banco en los jardines. Unas señoras cogían postales gratuitas con bonitas imágenes de algunos cuadros expuestos. Querían las postales, ni siquiera se molestaron en ver los cuadros al natural. El grupo iba menguando, pero seguíamos siendo más de diez.

La visita iba por la mitad cuando el líder del grupo desganado llegó para recoger a los que aún mantenían el interés. El autobús de vuelta al pueblo les esperaba y no podían demorarse.

No sé si os imagináis lo que dijo la guía en ese momento...

-Lo siento, la visita ha terminado. No puedo proseguirla con menos de diez personas.

Intenté hacer la pelota a esa mujer tan absurda.

-Qué pena que no podamos seguir porque nos lo ha explicado todo muy bien y nos vamos a quedar a medias.

Con su cara inexpresiva repitió la misma muletilla: "que iba a consultar".

La verdad es que ya me daba igual. Seguí yo sola observando los cuadros restantes. Al poco rato oí un "chiss" y una mano -la de la guía- que me decía que me acercara, que le habían "dado permiso" para continuar la visita con nosotras, las dos mujeres iniciales. Quizá debía haberla mandado a paseo, pero ella sabía mucho y hubiera sido tonto desaprovechar sus conocimientos. Me quedé hasta el final del recorrido.

Sólo por este cuadro mereció la pena todo. "Vista del monasterio del Paular desde el estanque de la huerta" de Francisco Esteve Botey (1922)


Cuando, a preguntas de la otra visitante -que era una marisabidilla- empezó a detallar su curriculum, me despedí educadamente alegando prisa. 

Me fastidió que cortara de cuajo cualquier intento de pregunta, alegando prisa y que el tiempo estaba medido, y luego al final estuviera tan contenta enrollándose. No, no me cayó bien, pero sabía mucho. Y del grupo inicial... nunca más se supo.

jueves, 2 de noviembre de 2023

Gente que me recuerda

Hace dos semanas me llamó un antiguo cliente, mayor y elegante, y me invitó a comer.

Cuando yo trabajaba era habitual que una vez a la semana nos tomáramos un café juntos. Me ponía al día de todos los cotilleos del barrio. Un barrio elegante en el que él ha vivido desde que era crío. Cuando recorríamos las calles me indicaba quien vivía en cada chalet. Algunos nombres me sonaban por haber aparecido en las revistas del colorín. Otros, con más connotaciones políticas o económicas me sonaban menos. Siempre pensé que si mi memoria hubiera sido mejor, después de estos paseos para tomar café, tendría que haber investigado sobre tantos vecinos famosos de los que yo no fui muy consciente en mi etapa laboral. Y es que no todos tenían la cuenta en mi oficina. 

La víspera de la cita me llamó nuevamente para indicarme el lugar y me dijo:

-Espera, que aquí hay alguien que te quiere saludar. Cuando le he dicho que iba a comer con Zarzamora, me ha dicho que le encantaría saludarte.

Era una de las camareras del restaurante, que durante muchos meses había ido todas las mañanas al Banco a llevar la recaudación. Por distintos motivos, probablemente por el uso masivo de tarjetas, dejaron de ir en el año 2018, pero las dos nos recordábamos.

El día de la comida con Don Gregorio saludé a Cati. La verdad es que nos dimos un abrazo muy sentido. Allí seguía ella, detrás de la barra, con su alegría de siempre. Nos pusimos al día de los avances de nuestros hijos y de nuestra vida actual. Que haya gente que todavía me recuerde con tanto cariño me hace más ilusión que cualquier homenaje. Debo ser sincera, me fui del Banco y, salvo una comidita con los compañeros de la oficina, no tuve  ninguna celebración como las que se hacían en tiempos pasados.

Vuelvo a la comida con D. Gregorio... Afortunadamente ese día no llovía y hacía un sol otoñal muy agradable. Cuando le vi estaba tomando el aperitivo en la terraza con tres amigos más, todos octogenarios, como él. Me senté con ellos y me parecieron tan tiernos... Sorprendentemente, estaba en una reunión en que de los cuatro integrantes, tres eran viudos. Estoy empezando a dudar de esa máxima que dice que son las mujeres las que entierran a sus maridos.

                                            

Se alegraron mucho de la novedad de ver una cara nueva -la mía- por allí. A mí me rejuveneció su compañía. Con mis sesenta años era una "cría" para ellos, porque era de la edad de sus hijos año arriba o abajo. En cuanto se enteraron de que había trabajado en Banca, salieron en tromba todas sus cuitas. Eran las mismas, independientemente del Banco con el que trabajaran.

-Les obligaban a usar tarjeta y cada vez les resultaba más difícil encontrar oficinas con empleados que les dieran el dinero sin ponerles pegas.

-Sus fondos de inversión siempre tenían pérdidas

-Era un engorro pedir citas, y si uno no la pide no le atienden.

-Tenían que hacer un montón de cosas por internet o con el móvil. No se aclaraban y muchas veces tanto los hijos como los nietos les ayudaban con desgana mientras decían "pero si es muy fácil"

-Solucionar cualquier incidencia con recibos o plantear cualquier duda o reclamación era misión imposible.

¿Qué les iba a decir? Que tenían razón, que cuando eres mayor lo mejor es dar las claves a un hijo o hijos, o sobrino, si no tienes hijos, de tu confianza. O hacer un poder, como han hecho mis padres, para evitarles paseos y problemas. Cuando un mayor enferma, o se queda inválido, o pierde la cabeza, la gestión de los Bancos, cuando previamente no ha autorizado ni apoderado a nadie, puede ser una auténtica pesadilla.

Claro, yo hablo así porque soy depositaria de la confianza de mis mayores y jamás voy a hacer nada contra sus intereses. Procuro facilitarles la vida y las gestiones. Habrá gente que no tenga a nadie en quien confiar, que tenga motivos para dudar, que tema quedarse desplumado por hijos o sobrinos. Eso es una tristeza añadida.

Después del aperitivo con esta pandilla pasamos a comer D. Gregorio y yo. Tomamos un menú del día exquisito. El comedor estaba lleno de gente mayor. Al lado de nosotros un grupo de señoras se quejaban de que en sus casas aún no habían puesto la calefacción, que el presidente del edificio no les hacía caso porque no vivía en el bloque, sino en La Moraleja y que lo iban a destituir.

El camarero ya las conocía y les dijo:

-Pero bueno, si los presidentes no cobran. Le vais a hacer feliz si lo echáis. Abrigaos un poco más, que en noviembre ya ponen las calefacciones.

Me da que esas señoras eran del tipo quisquilloso. Me cayeron mejor los amigos de Gregorio.

Mi marido se sorprendió porque volví pronto a casa. Es lo que tiene quedar con gente de cierta edad. Después de comer a una hora temprana mi acompañante fue a su casa a seguir su rutina. Sentarse al sol en su porche acristalado, fumar una pipa y tomarse un whisky. Eso es vida y vale más que un viaje a Cancún con ocho horas de avión. 


martes, 19 de septiembre de 2023

Adiós. Te quiero

 Ha sido un verano complicado. Verano de calor, de hospital y de muerte. Una de mis hermanas ha fallecido de un cáncer que le detectaron hace año y medio.

No voy a decir eso tan socorrido de "luchar contra el cáncer". Creo que no se puede tomar como una batalla, sino como una aceptación. Ella sabía de la gravedad y confió en lo que los médicos le sugerían. Siempre hay un resquicio para la esperanza. Y si consiste en que  envenenen con quimio, el enfermo lo acepta. Porque estamos hechos para la vida y quizá el milagro o la curación inesperada puede aparecer. Y a esa rendijita de luz nos agarramos todos.

No pudo ser. Y mientras estaba con mi suegra centenaria, que dobla en edad a mi hermana, pensaba en que la realidad da de bofetadas a nuestro sentido de lo justo. ¿Por qué le tocó a ella, tan joven, tan deportista, tan cuidadosa con la alimentación? ¿Por qué en el hígado si jamás bebía? ¿Por qué tan grave cuando en apariencia ella estaba bien? ¿Por qué hay tantas asociaciones contra el cáncer, tantas donaciones de famosos y no famosos y se avanza tan poco con esta enfermedad? ¿Por qué el único remedio -en general- son cócteles químicos que matan indiscriminadamente lo bueno y lo malo y dejan al enfermo hecho una piltrafa? ¿Por qué tanto afán con la detección precoz cuando muchas veces la "posible" cura implica un camino doloroso y una saturación de medicamentos de utilidad incierta? ¿No sería mejor morir de repente sin tanto estrés?

Mi hermana nos dio una gran lección de entereza, de fortaleza ante la adversidad. En el último mes en el hospital, con su cuerpo maltrecho y dosis de morfina cada vez más altas para combatir el dolor, lo que ella quería era dejar de sufrir. Estaba preparada para su viaje definitivo.

Ella ya es un espíritu libre. Libre de ese tumor que se extendió demasiado, libre del dolor, libre de la venenosa quimioterapia. Y estoy segura de que nos quiere ver felices. Lo intentamos todos, aunque su familia cercana -marido e hijos- lo tienen más complicado, porque la casa les recuerda muchos momentos con ella.

Las lágrimas saldrán sin querer durante mucho tiempo. Hay que dejar que fluyan. Lágrimas serenas de su marido, sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus sobrinos. Lágrimas de tantos que la querían y no esperaban este final.

En febrero estuve con ella en el campo. Tan solo día y medio. Pensábamos que haría frío pero el tiempo era estupendo. Nieve en las montañas, cielo azul, arroyos repletos de agua con algunos carámbanos de hielo.





Fue una buena caminata, de unos diez kilómetros, en la que ella me llevaba la delantera. A pesar de su enfermedad todavía estaba en forma físicamente. No conocía el lugar y le gustó. Creo que fue feliz y la naturaleza le ayudó a olvidar su situación. Yo no podía pensar que con esa energía le quedara tan poco tiempo entre nosotros.

Vuelvo muchas veces por esos caminos y siempre quedarán ligados a esa tarde feliz de febrero en que los recorrimos juntas. Cuando ella ya sabía que quizá su enfermedad no tenía solución y aún así desprendía alegría. Cuando yo aún desconocía toda su gravedad y pensaba que con esa vitalidad vencería al cáncer.

Hermana, me despido de ti como hemos hecho todos tus hermanos, tus padres, marido, hijos... cuando salíamos de la habitación del hospital en que nos íbamos turnando. Te dábamos un beso y te decíamos al oído, porque se dice que el oído es lo último que se pierde cuando el enfermo tiene la sedación terminal:

"Adiós. Te quiero"


domingo, 16 de julio de 2023

Conversaciones ajenas

 Ya estoy disfrutando de unos días de descanso -bueno, ahora todos mis días son de descanso- en la playa.

Esta mañana me secaba en la toalla bajo un cielo nublado y cerca de mí se han instalado dos señores cuarentones. Uno, español. El otro hablaba ese perfecto español con acento que ponen los dobladores de series a los espías británicos.

Reconozco que me encanta escuchar conversaciones ajenas en la playa. En especial cuando estoy en ese estado de leve sopor mañanero que me entra después de un buen baño en el Cantábrico y posterior posición horizontal en la toalla.

-Ayer fue el día más caluroso en el mundo desde que se tienen registros- decía el "espía"- Nada menos que 17 grados de media. Si tenemos en cuenta que la mitad del mundo está en invierno es una barbaridad.

El otro asentía. El extranjero mostraba lo ecológico y buen ciudadano que era.

-La solución está en la progresiva eliminación del coche particular. Yo procuro desplazarme en bicicleta, a pie o con transporte público. Y no diré que soy vegano, pero casi. Sí que tomo pescado. Alguna vez cae una barbacoa, pero reconozco que no son nada buenas para el medio ambiente.

Imagino que pensaba en la carne de las barbacoas, no en el peligro de incendio por chispas juguetonas. Yo creo que las vacas hacen un gran servicio en los montes. Los tienen bien limpios y libres de hierbajos que pueden propagar el fuego. Pero hay quien dice que sus pedos son muy muy contaminantes.

Ya iban camino de la orilla a zambullirse cuando el español le pregunta.

-¿Cuando coges el avión a Canadá?

Me quedé loca. Como tantos ecologistas "buenistas" de bicicleta y carne artificial, éste tampoco tenía remordimientos en coger aviones de larga distancia. Tuve la sensación de que lo hacía a menudo.

Voy a hacer barbacoas y a decir a mi marido que use más el coche. El tren se está poniendo por las nubes, no hay precios fijos en los viajes y el servicio de Renfe es cada vez peor. Hace más de cuatro años que no cojo un avión. Puedo hacer todo esto y más hasta que llegue a los niveles contaminantes del vecino playero que viaja en avión sin remordimiento a lo largo y ancho de este mundo.

Empiezo a estar un poco harta de todos estos salvadores planetarios.