Yo me reía y criticaba mucho a mis compañeros jubilados cuando iban a la sucursal y se quejaban de que no tenían tiempo. Ahora les empiezo a entender pero no les justifico. Queda bien feo quejarte de tus numerosas ocupaciones ante compañeros que tienen que compaginar vida personal y laboral.
Es cierto que en Navidades pedí una agenda y la tengo llena de anotaciones. Porque tengo cosas que hacer y porque mi memoria va flaqueando. Al tener todo el tiempo del mundo y no tener la rutina laboral, al no tener que cambiar la fecha en el sello que usaba constantemente en la ventanilla, al no soñar con la llegada de días de vacaciones, es fácil desconectar y no interesarte por el día en que vives.
Tras la muerte de mi padre he estado arreglando papeles de todo tipo. La burocracia post-morten. El papeleo persigue hasta después de que el féretro se quede en calma en su nicho. Mi madre, después de ver las telenovelas que sigue a diario, cuando está receptiva, escucha mis explicaciones acerca de los asuntos del impuesto de sucesiones, reparto de herencia, cambio de domiciliaciones, seguros, pensión... y siempre me dice lo mismo:
- Menos mal que estás jubilada y que te hice un poder. Como lo hubiera tenido que hacer yo todo, no sé que hubiera sido de mí. Ir a tantos sitios, llamar, hacer cosas por Internet... Todo es muy difícil.
Le tuve que dar la razón. Tanta burocracia es muy compleja para gente octogenaria. Tener hijos -hijos dispuestos y que ayuden en estas etapas de la vida- es una bendición.
Mi agenda está llena de anotaciones del tipo "cita con el Banco", "pago de impuestos", "perseguir al gestor" "pedir Dnis y cuentas a mis hermanos" "enseñar a mi madre a usar la tarjeta"
Lo de la tarjeta lo aprendió con facilidad. Yo parezco una controladora, y es que cada vez que ella saca dinero, el Banco me manda un aviso y yo lo compruebo con ella. No está mal para evitar fraudes o extracciones indeseadas. He puesto mi correo y mi teléfono en todos los datos que el Banco y los diferentes organismos me han pedido. Para no volver loca a mi madre y que viva con tranquilidad estos años de vejez, sin preocuparse por los asuntos bancarios.
Este verano había quedado con uno de mis hermanos para solucionar un asunto de la declaración de la renta de mi tía fallecida en febrero de 2023. Hay que hacer las declaraciones de los fallecidos. El trámite había ido bien y mientras estábamos tomando un cafetito en las cercanías, recibimos la llamada de mi madre.
-Hijos, vuestra tía (su hermana) se ha roto la cadera y se ha caído. La llevan al hospital.
Mi tía vive con mi madre desde antes de que ésta se quedara viuda. Las dos habían salido a pasear y mi tía, de 94 años, se cayó. Afortunadamente no arrastró a mi madre en la caída.
Ese día comenzaron nuevas anotaciones en mi agenda: ir al hospital, ver opciones para los cuidados posteriores, contratar a alguien...
No voy a entrar en detalles de las idas y venidas de este mes porque puede ser aburrido y poco ágil. Tener a alguien hospitalizado es duro, pero en mi caso no procede lamentarme en exceso, porque en los hospitales ves situaciones peores que las propias.
Como dice una amiga mía: "Saca tu cruz a la calle y verás una más grande"
Ahora están las dos hermanas en casa con una muchacha alegre y dispuesta encargada prioritariamente de cuidar a mi tía en su convalecencia.
A mi madre le está costando un poco tener a alguien ajeno en casa.
Viuda desde mayo, jamás en su vida había estado sola. Este mes con su hermana hospitalizada le cogió el gustillo a esta soledad. Cenaba lo que quería, no tenía que estar pendiente de nadie, podía entretenerse comprando o paseando el tiempo que quisiera porque nadie en casa iba a preocuparse de su tardanza. Y lo más importante, estaba sola pero con un montón de hijos y nietos pendientes de ella si era necesario.
Le ha durado poco esta soledad, pero hay que ser realistas. Y egoístas. Una pareja de señoras de 86 y 94 años están más seguras con alguien durmiendo en casa con ellas y ayudando a la mayor a entrar a la ducha, a pasear con el andador...
Por ellas, por la tranquilidad de los hijos, llega un momento en que el mayor acto de generosidad con la familia es dejarse ayudar.
Los fines de semana la chica libra y mi madre no quiere oír hablar de que vaya nadie. Son sus días de "liberación".
Este sábado hay fiesta de cumpleaños. Son muchos los miembros de la familia que cumplen años en septiembre. Irán las dos matriarcas. Mi tía, la operada de cadera, ya ha preguntado:
-¿Hay rampa para llegar al local de la fiesta?
Allí se mezclará el andador de la tía con el cochecito de la nietecita más joven.