El otro día llegó un compañero del Banco, encorbatado, del departamento de tecnología. Mis esperanzas de que nos arreglara el sistema informático, que va lento, lento, desde el famoso ataque cibernético de hace ya un mes -quizá sea casualidad-, o mejorara la sensibilidad de la puerta de entrada, que pita hasta con el papel de plata de un bocadillo de mortadela, se vieron frustradas.
Su trascendental misión era habilitar una conexión telefónica en un despacho sin uso, en un rincón, sin ventilación y de aspecto deprimente. Ahí se tienen que encerrar diariamente dos horas los comerciales de la oficina, Claudio Bobo y Felicidad, para llamar sin interrupciones a sus clientes y convencerles de las bondades de nuestras ofertas bancarias.
A las dos horas diarias de inútil reunión con Augusto, el director, se suman dos horas más en funciones de teleoperador, pero sin los cómodos auriculares que ellos tienen. Mis pobres compañeros anotan como pueden mientras sujetan el teléfono en imposible equilibrio entre el hombro y la mejilla haciendo extrañas torsiones.
¿Qué tiempo les queda para su labor bancaria habitual? Pues si descontamos el ratito del desayuno y los minutos de ir al lavabo, trabajan tres horas y media al día en atenciones a la clientela que está de "cuerpo presente".
Felicidad lleva mucho peor estas estupideces. Claudio obedece, como hacen en tantas órdenes religiosas en que el voto de obediencia es obligado y, a la larga, resulta cómodo porque les libra de responsabilidades: el obediente nunca se equivoca, dicen. Mi compañero parece acatar dócilmente esta "nueva idea" de la dirección de zona, pero en su interior reina la rechufla, el recochineo, la pedorreta burlona.
-Mira las llamadas de ayer -y me mostraba un pulcro folio con nombre, teléfono y resultado de sus contactos- la gente está harta de las llamadas de los Bancos, de las eléctricas, de la compañía de seguros... No he sacado nada en limpio. Los que han contestado han aprovechado para contarme problemas que tienen con el Banco y pedirme que se los solucione. Pero no he conseguido vender ni un colín.
-¿Y no te deprimes?
-¿Yo? ¿Deprimirme por esto? Si quieren que llame, llamo, y si quieren que barra, barro; cumplo mi horario y en casa me olvido de esto.
Algunos clientes ya le han dicho que no les "acose" tanto. Le obligan a llamar y llamar pero como la cartera de clientes es limitada, y él es tan obediente y telefonea de verdad, hay quien recibe una llamadita de Claudio cada 10 días y se enfada ante tanta insistencia.
Eso le pasó a Juan Tenorio, el cliente "libidinoso" del que tanto os hablo. Claudio llamó a su casa preguntando por su hija para intentar venderle un plan de pensiones, pero la hija ya no vivía allí y Juan cogió el teléfono en mitad de su ingesta de sopa y reconoció la voz.
-A ver, ¿qué me quieres vender esta vez? Estoy comiendo y no quiero nada nuevo. Tú eres Claudio, que está al lado de esa chica que no sabe hacer nada ¿verdad?
Juan se refería a Felicidad, con la que un día se sentó y no quedó conforme con su asesoramiento. Desde ese día no se aguantan. Él opina que Feli es una inútil. Ella le cataloga de viejo maleducado.
Tampoco Claudio soporta a Juan, pero aguantó el tipo.
-Mire Juan, yo preguntaba por su hija. Si no vive allí, todos tranquilos, cuelgo y no le interrumpo más.
Pero Juan había olvidado ya su sopa; era mucho más entretenido criticar a todo el personal.
-¿Y Augusto? ¿Está por ahí? Vaya elemento. Otro que nunca me saluda y, cuando lo hace, es para intentar venderme algo. Que quede claro que no voy a meterme en nada, nada, nada nuevo.
Claudio consiguió despedirse con dignidad, no sin antes escuchar un último mensaje de Juan.
-Dile a Zarzamora que ya me pasaré una mañana por ahí, a ver si la invito a jamoncito del bueno.
Esa es la ventaja que tengo. No tengo que llamar y los clientes aún no huyen de mí. Y algunos como Juan, hasta me invitan a tapitas de jamón.
Buenos días Zarzamora cuando te leo veo las caras (las historias que veo en sus rostros) de las chicas que me atienden en mi caja de ahorros. Los clientes tenemos paciencia porque nos ponemos en el lugar de ellas, si ellas se desesperan, nos desesperan a nosotros. Últimamente los rostros han cambiado ya no solo de ellas (dos) sino de los directivos (dos) a veces el gerente sale de su despacho y se pone en ventanilla y le "lees" el rostro. Sientes como una decepción, una desgracia ajena y pienso reacciona, yo estoy aquí con mis pocos ahorros de desempleada, ajustando números... En estos días ha caído el banco popular. Mis padres tenían sus ahorros en él pero por mala atención del personal decidimos cambiarlo de banco (a esta caja de ahorros) ahora me alegro. Sentíamos una presión tan grande por el banco que decidimos que era el momento de cambiar. Aquí el tratamiento es cercano y familiar, tienes la confianza de los "cuatro" pero que clase de presión deben de tener desde "arriba" para que haya días que les compadezcas y pienso, yo para esto prefiero "vivir sin trabajo" mientras los ahorros aguanten claro. Vaya reflexión mañanera, perdona hija, es que ahora me toca ir a la Caja y no es coña, es cierto. Un abrazo grande
ResponderEliminarMe encantan tus reflexiones. Tenemos unos clientes que no nos merecemos. Educados y pacientes. Bueno nosotros, empleados de oficinas sí los merecemos. Pero tanto jefazo tóxico que presiona, aturde, agota...es una pesadilla. Esa tensión no deberíamos soportarla. Un abrazo.
ResponderEliminarQué te obliguen a llamar y llamar para vender es un horror. Al menos yo de eso me libro. Un abrazo.
ResponderEliminarHasta no hace mucho tiempo, pensaba que los que nos llaman por teléfono de los bancos, no estaban en la sucursal donde tenemos nuestras cuentas, sino en unas oficinas de muy difícil ubicación, cuyos “actores” no tenían nada que ver con la humana gente, sino solo con nuestros dineros. Vamos, unas personas preparadas al efecto, que investigaban al cliente solo a través de sus cuentas y obraban en consecuencia siguiendo las normas de unos agentes aún más siniestros. Veo que la realidad es más sencilla y penosa, Más aún teniendo en cuenta que había considerado a los bancarios como pijillos encorbatados y niñas lilis que no pasaban ni frío ni calor. Me daré diez latigazos por ello. Belcebú
ResponderEliminarLlaman de centros telefónicos y de las oficinas. No te librarás fácilmente. Un abrazo
EliminarDesde luego que la imagen que tenemos los usuarios de las entidades financieras es muy diferente a la que cuentas en tus historias cotidianas. La miseria es inseparable de la condición humana por mucho que nos vistamos con trajes caros y nos perfumemos con olorosas esencias florales.
ResponderEliminarLa triste realidad es que estamos sometidos a los poderes fácticos que a la vez son dominados por el dinero y los beneficios a corto plazo.
No se cuida al cliente fiel, mientras se potencia la captación de otros nuevos para después de conseguirlos, relegarlos al olvido de una cuenta más sin nombre ni cara.
Que penita de mundo cual valle e lágrimas.
¡Menos mal! siempre nos quedará una tapita de jamón del bueno.
Un abrazo, sufrida funcionaria.
Has dado en el clavo con lo de mi cuidar al cliente fiel. Falla el mantenimiento, como en tantas empresas. Saludos.
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