Voy a un taller de pintura una o dos veces por semana. Está en mi barrio. Nos juntamos señoras en su mayoría jubiladas. Se nos da bien la pintura y la charla. La profesora nos deja una libertad tremenda y está al quite para corregirnos o ayudarnos cuando nos quedamos atascadas.
Cada vez -será por la edad- nos cuesta más simultanear la charla y el pincel. Pero no nos importa mucho tardar más en acabar un cuadro. Mi hija prefiere que cada obra me lleve mucho tiempo porque ya no queda espacio en las paredes para nuevas pinturas y no queremos exceso de producción.
El otro día una compañera empezó a hablar de su perrito y a torturarnos con fotos del susodicho que tenía en su teléfono. Era pequeño y lanudo, de estos que les gustan a las señoras aún más mayores que yo. Me quedé pasmada cuando me enteré de que la peluquería de un perro con melena cuesta más que la de cualquier mujer. Unos 80 euros. Y parece ser que los peluqueros perrunos deben saber cómo cortar esas melenas según la raza. Hay una especialización y no todos saben como dejar perfectos a según qué perros.
A mí me gusta "picar" al personal, enfrentarles a incongruencias y les conté la siguiente anécdota:
"Un día iba con una de mis hermanas y mis sobrinos de 10 años por el barrio donde ha comprado casa mi hijo y les comentaba que antes esa zona estaba peor, pero que ahora yo lo veía muy seguro y muy familiar. Justo al acabar de decir eso vimos a un hombre un poco perjudicado, tras unos arbustos, haciendo pis"
La dueña del perro fue la primera que dijo:
-Vaya tío guarro.
-Guarro, ¿Por qué? -le respondí- Seguramente el hombre no pudo aguantarse. Intentaba ocultarse discretamente entre unos arbustos. ¿Me estás diciendo que ese pobre hombre, posiblemente con problemas de próstata o gran bebedor de cerveza, igual da, no puede hacer pis al aire libre y tu perrito puede levantar la pata para orinar ante cualquier fachada o rueda de coche?
De buen rollo, pero en la clase se generaron dos bandos. A ella le parecía que el pis de un humano en la calle no se debía consentir, pero sí el de los perros. La profesora me apoyaba y decía que los dueños de perros están obligados a llevar una botella de agua con un poco de detergente para echarla encima de los orines de sus mascotas, pero que nadie lo hace.
También surgió el asunto de las bolsas para caca de perro, que creo que son gratuitas y están a disposición de los dueños en muchas zonas perrunas. Yo abogaba porque las compraran los dueños de perros igual que yo compro mis bolsas de basura. Nadie me las regala.
Lo que veo es que el parque canino se incrementa a pasos agigantados. Donde vivo ya estamos llegando bastantes vecinos a la edad de jubilación. Y muchos se han comprado un perro. Para pasearlo, para obligarse a salir y hacer ejercicio, para que les haga compañía en esta nueva etapa de su vida, porque piensan que se van a aburrir...
La vida de muchos jubilados es sencilla: perrito, visitas más constantes al médico y estantes invadidos de medicamentos muchas veces innecesarios.
De cualquier modo, cada cual que haga con su vida lo que quiera. Afortunadamente, ahora los perros están más controlados que en aquellos años setenta, cuando paseaban sueltos por las calles husmeando entre bolsas de basura sin contenedores y mordiendo un culo tierno de una niña de diez años que venía de comprar el pan.
Esa niña era yo. Ya antes de ese momento me daban miedo los perros. Después, durante muchos años, les tuve pánico y odio. He conseguido ignorarlos, incluso sentir cariño por una perra anciana de unos amigos que se mueve lentamente, ya cojea, no salta encima de nadie y solo mendiga un poco de cariñito.
Pero no puedo con las ñoñerías de tantos perriadictos, que ignoran a los bebés en sus carritos pero se detienen ante cualquier chucho, le hablan con voz impostada e infantil, preguntan al dueño cómo se llama, la edad... Comentan diagnósticos veterinarios, confirman la raza...
Un perro sale bien caro, pero muchos prefieren un animal a un hijo y ya hablan de perrihijos. Estamos en una sociedad loca que prefiere recoger caca caliente de su mascota y guardarla en una bolsita que cambiar los pañales a un crío. Se quejan de la esclavitud de las tomas de un lactante, pero madrugan diariamente para sacar al perro a hacer sus necesidades levantando la pata junto a la puerta de su portal. Hablan del coste inasumible de un hijo, pero pagan gustosos piensos especiales para perros y residencias caninas cuando no les pueden llevar de vacaciones. Quieren hoteles y transportes sin niños porque consideran que son muy ruidosos y al tiempo exigen ir con su perro a restaurantes, al metro, a playas o a grandes almacenes.
Ya no sé si es una sociedad loca o enferma, esta que humaniza a perros y gatos y cosifica a personas.