lunes, 26 de febrero de 2024

"Tenemos que quedar"

Hace un par de semanas quedé con dos compañeras de la Universidad a las que suelo ver una vez al año. Siempre nos vemos porque soy yo la que llamo, la que propongo un día y una hora. 

La mayoría de la gente se conforma con la manida frase de "ya quedaremos" y luego nunca se queda. Buenas intenciones y palabrería hueca.

En esta ocasión yo propuse varios días y una de las amigas no podía por líos de trabajo. La otra, ya jubilada, estaba pendiente de los médicos de su hija (28 años y con pareja) que tiene una lesión en el tobillo. A ambas les pareció bien posponerlo.

La semana anterior a la probable cita murió mi suegra y tuvimos que desplazarnos para entierro y funeral. Con casi 104 años, a toda la familia nos entristeció mucho, pero nos ha consolado que ha podido vivir en su casa acompañada de sus hijos -que se turnaban en los cuidados- y con cuidadoras durante el día. Ya no conocía, ni hablaba y no se movía, pero quiero creer que en su interior notaba que estaba en su ambiente, bien cuidada, con sus cosas y en su casa de toda la vida. 

Afortunadamente no pasó más que dos horas en el hospital y marchó para la eternidad tranquila, sin desgastar a los hijos con dolorosas, largas, e inútiles estancias en el hospital. ¡Descansa en paz querida suegra, en ese bonito cementerio con esas vistas maravillosas a los montes verdes de Cantabria!


Después de esa semana de pérdida y encuentros familiares, volví a mi vida en la gran ciudad.
No puse a prueba a mis amigas esperando que cualquiera de ellas convocara en firme. Nuevamente fui yo la que recordé que esa era la semana que "les venía bien a las dos".

Y sí, al final quedamos, después de año y medio sin vernos. Quedamos en mi barrio, comimos en un restaurante, charlamos y lo pasamos muy bien. Siempre fluye la conversación de forma muy agradable, no hay incomodidad, ni silencios, ni reproches. Nos ponemos al día con nuestras vidas y con las de nuestros hijos, que tienen edades similares. Como siempre, ellas estaban muy agradecidas de que yo, una vez más, las convocara. Y al final se me pasó esa desagradable sensación de que siempre tengo que ser yo la que convoque y la que, aunque mínimamente, organice.

Pensando, pensando, me he dado cuenta de que tenemos un grupete de jubilados de Banca que han pasado por mi oficina en distintas épocas. Ese grupo se organizó el año pasado para una comidita. Cuando yo aún trabajaba me encargaba de llamar a todos y hacer una comida común en fechas cercanas a la Navidad. Sí, yo, la única currante en aquel entonces, era la convocante. Seguí la tradición y fui la que "tiré" de todos para la última cita gastronómica. Este año el grupo está mudo y nadie hace intención de quedar. De momento no voy a tirar de este otro carro. 

Tengo una familia extensa, vecinas con las que quedar y pasear, actividades... No necesito más vida social, pero me da pena que muchas amistades se vayan perdiendo por desgana y desidia. Me harta ser la única que ejerce de "pegamento" grupal.



miércoles, 3 de enero de 2024

Añoranzas

 Este año -no sé bien a cual me refiero, si 2023 o 2024- me ha "pillado el toro". No he escrito nada pre-navideño. Es 3 de enero y no sé si felicitar o no. Quizá pueda felicitar Reyes. O no felicitar. Es una conveniencia social y cultural festejar y felicitar en estos días. Reconozco que a mí me gustan mucho y lo paso bien, pero he sido mucho más feliz en días anodinos de cualquier año en que alguna circunstancia -sorpresiva o esperada- me ha "tocado" tanto, que hubiera deseado que ese día no acabara nunca.

Me gusta la Navidad, los encuentros, los belenes, pasear por la ciudad y ver las luces, comer con la familia. Detesto las aglomeraciones para comprar cosas que uno no necesita, que sobren montones de comida en los días especiales y acabar con la tripa llena. Afortunadamente, lo que no me gusta lo evito.

Antes de las Navidades me dijeron en mi oficina que si podía ir a poner el Belén, como todos los años. Por supuesto les dije que sí. Poco después me llamó Claudio Bobo.

-Zarzamora, olvida lo que te dije del Belén. No se va a poner. Tampoco el árbol.

-¿Y eso? -pregunté sorprendida. Pensé que quizá una nueva normativa bancaria prohibía taxativamente decorar imaginativamente las oficinas.

-Mira, no tenemos ánimos. Nos cierran la oficina en enero. Además del trabajo habitual estamos liados organizando cajas de archivo y etiquetando todo. Yo hasta me he traído una bata azulona porque estoy harto de llenarme de polvo en los sótanos.

Me fui hace un año de esa oficina abierta en la década de los sesenta y que había sobrevivido a oficinas más emblemáticas, y la cierran ahora. Fin de ciclo.

La verdad es que cuando he ido a visitar a mis compañeros este año, cada vez veía la  sucursal con menos movimiento, más triste. En los tres últimos años los clientes siempre eran los mismos y faltaba esa "vidilla", ese "jaleíllo" que yo recordaba de cuando entré allí, joven e inexperta. Cuando éramos quince empleados, no cuatro, como ahora.

Me alegro de estar fuera, de no tener que dar explicaciones a la clientela, ni tener que hacer cajas, ni arqueos finales. Es una despedida que me hubiera entristecido, porque siento que muere una etapa de mi vida, que nunca podré volver -aunque sea de visita- a un lugar en el que he sido feliz y en el que he pasado tantos años de mi vida.

Aprovechando la Navidad, el pasado 26 de diciembre fui con mi nonagenario padre a dar un paseo por Madrid. Después de ver el Belén de la Comunidad, que jamás defrauda, enfilamos la calle Alcalá. Las Galerías Canalejas estaban estupendamente decoradas. Ambos habíamos trabajado allí cuando ese edificio era Banco Hispano Americano. Todavía aparece un logo BHA en algunas puertas. Lo han mantenido porque las fachadas están igual que han estado siempre. De hecho, vaciaron todo el interior y reconstruyeron el edificio manteniendo el exterior.




Mi padre trabajó allí mucho tiempo, desde mediados de los años 50 del pasado siglo, hasta los años 70 en que le cambiaron de ubicación. Eran tiempos en que el hijo de un albañil venido del pueblo podía optar a un puesto fijo en un Banco si estudiaba y se esforzaba. Se empezaba desde el puesto de botones y poco a poco se podía llegar a apoderado de Banca, como fue el caso de mi padre.

Yo estuve allí durante tres meses cuando comencé mi periodo de formación. Estábamos acompañados de veteranos que nos supervisaban y nos enseñaban. Aprendíamos sin la tensión que tienen los jóvenes que entran actualmente en el Banco, a los que les dejan solos ante el peligro, sin conocimientos prácticos del puesto en el que les colocan, como si fueran una ficha intercambiable de parchís.

Entramos en las suntuosas Galerías, bastante vacías de público. No sé si porque aún era pronto o porque los precios eran prohibitivos. Ni los aseos eran accesibles al público general. Tenían una botonera para meter una clave especial y poder entrar. Subimos a la entreplanta, donde yo recordaba que había estado mi puesto de trabajo, desde donde se veía el patio de operaciones de la planta baja, siempre lleno de público en ese año 1990 en que yo andaba por allí. Entre tanta tienda lujosa me fue imposible ubicarme. Solo reconocí la cristalera del techo que  era la misma. Otra despedida, otro final.

Las sedes centrales de los Bancos de la calle Alcalá han desaparecido. El Banco Central, con sus enormes columnas y cariátides, que también yo visitaba para hacer gestiones de la sucursal cuando pasamos a ser Banco Central Hispano, se ha convertido en el edificio Cervantes.


Desde el mirador del Ayuntamiento de Madrid de ve la sede del Instituto Cervantes, antiguo Banco Central, antes Banco Río de la Plata. Ambos edificios son obra del mismo arquitecto.

Se mantiene el Banco de España, al que hay que acceder con cita previa ¡como no! y donde prohíben hacer fotos de su interior. Tuve que ir con mi hija allí hace poco y llegamos un poco temprano. Hacía un frío que pelaba en la calle, pero no nos permitieron esperar en el interior (totalmente desierto) hasta 10 minutos antes de nuestra hora. Como es "natural" pasamos por arco detector de metales y expusimos nuestros bolsos a la intromisión de los escáneres. Esto es lo que tenemos en esta sociedad saturada de normativas absurdas.

Fue un buen paseo el que di con mi padre. Es cierto que siempre hay un toque de nostalgia, pero así es la vida, única y cambiante. ¿Qué novedades nos deparará este año 2024? Solo espero que sean buenas.


jueves, 23 de noviembre de 2023

La visita guiada

 El otro día decidí ir a ver una exposición gratuita en la que se mostraban obras de arte que habitualmente están en distintas dependencias de la Universidad Complutense y que habían reunido en una única estancia.

La ventaja de no trabajar es que puedo ir por la mañana a muchos sitios sin aglomeraciones y sin tener que pedir hora. A las doce de la mañana otra señora y yo estábamos esperando para nuestra visita guiada.

La guía era una voluntaria. Su trabajo es realmente meritorio, lo reconozco.

-Esperemos un poco, porque hay un grupo de veinte personas que también se ha apuntado a la visita guiada- nos dijo la mujer.

Pasaron diez minutos y eso ya no me parece cortesía, me parece grosería por parte del que no ha aparecido. Le dije a la guía:

-Yo creo que la espera ya es suficiente. Esta señora y yo hemos estado a la hora. Creo que ya se podrá empezar la visita.

-Es que si el grupo no llega a diez personas no se hace la visita.

Yo no daba crédito. Le rebatí educadamente.

-Por lo que veo se nos penaliza a las dos personas puntuales que nos vamos a marchar sin la visita pedida. Solo espero que marquen bien a los responsables de ese grupo para no permitirles visitas nunca más. Yo creo que ya que estamos aquí nosotras dos y hemos esperado un tiempo a los otros, que no llegan, bien podíamos hacer la ruta prevista.

La guía era una mujer un poco mayor y arisca. Me respondió destemplada.

-¡No me va a decir Vd. como tengo que hacer mi trabajo! Tendré que consultar si puedo o no puedo guiar a solo dos personas.

¡En fin! Estamos en un mundo en que la gente no sabe tomar decisiones ella solita, no sabe saltarse normas absurdas, no tiene iniciativa. Era voluntaria, lo cual indica que ese trabajo lo hacía por amor al arte -nunca mejor dicho- y tenía delante a dos personas verdaderamente interesadas. Era una sala grande sin apenas visitas, con una muchachita en la recepción a la que no creo que le importara en absoluto si los grupos eran de más o menos gente. Creo que para ella era más cómodo instruir a dos personas y no a veintidós.



Pero no tuvo que consultar a nadie. En ese momento apareció otro grupo -diferente al que estaba registrado para la visita- de unas veinticinco personas que venían de un pueblo de Madrid a hacer turismo. Después de visitar el museo aledaño, recalaban en esta exposición temporal. La guía les ofreció la visita guiada y así cumplía esa exigencia que ella tenía tan absurdamente interiorizada de ser más de 10 personas.



El grupo dijo que sí. Era un conjunto de gente mayor en su mayoría, ya cansados de la visita anterior. Aguantaron bien diez minutos, luego la gente se dispersó. Unos a la cafetería, otros al baño, otros en busca de un banco en los jardines. Unas señoras cogían postales gratuitas con bonitas imágenes de algunos cuadros expuestos. Querían las postales, ni siquiera se molestaron en ver los cuadros al natural. El grupo iba menguando, pero seguíamos siendo más de diez.

La visita iba por la mitad cuando el líder del grupo desganado llegó para recoger a los que aún mantenían el interés. El autobús de vuelta al pueblo les esperaba y no podían demorarse.

No sé si os imagináis lo que dijo la guía en ese momento...

-Lo siento, la visita ha terminado. No puedo proseguirla con menos de diez personas.

Intenté hacer la pelota a esa mujer tan absurda.

-Qué pena que no podamos seguir porque nos lo ha explicado todo muy bien y nos vamos a quedar a medias.

Con su cara inexpresiva repitió la misma muletilla: "que iba a consultar".

La verdad es que ya me daba igual. Seguí yo sola observando los cuadros restantes. Al poco rato oí un "chiss" y una mano -la de la guía- que me decía que me acercara, que le habían "dado permiso" para continuar la visita con nosotras, las dos mujeres iniciales. Quizá debía haberla mandado a paseo, pero ella sabía mucho y hubiera sido tonto desaprovechar sus conocimientos. Me quedé hasta el final del recorrido.

Sólo por este cuadro mereció la pena todo. "Vista del monasterio del Paular desde el estanque de la huerta" de Francisco Esteve Botey (1922)


Cuando, a preguntas de la otra visitante -que era una marisabidilla- empezó a detallar su curriculum, me despedí educadamente alegando prisa. 

Me fastidió que cortara de cuajo cualquier intento de pregunta, alegando prisa y que el tiempo estaba medido, y luego al final estuviera tan contenta enrollándose. No, no me cayó bien, pero sabía mucho. Y del grupo inicial... nunca más se supo.

jueves, 2 de noviembre de 2023

Gente que me recuerda

Hace dos semanas me llamó un antiguo cliente, mayor y elegante, y me invitó a comer.

Cuando yo trabajaba era habitual que una vez a la semana nos tomáramos un café juntos. Me ponía al día de todos los cotilleos del barrio. Un barrio elegante en el que él ha vivido desde que era crío. Cuando recorríamos las calles me indicaba quien vivía en cada chalet. Algunos nombres me sonaban por haber aparecido en las revistas del colorín. Otros, con más connotaciones políticas o económicas me sonaban menos. Siempre pensé que si mi memoria hubiera sido mejor, después de estos paseos para tomar café, tendría que haber investigado sobre tantos vecinos famosos de los que yo no fui muy consciente en mi etapa laboral. Y es que no todos tenían la cuenta en mi oficina. 

La víspera de la cita me llamó nuevamente para indicarme el lugar y me dijo:

-Espera, que aquí hay alguien que te quiere saludar. Cuando le he dicho que iba a comer con Zarzamora, me ha dicho que le encantaría saludarte.

Era una de las camareras del restaurante, que durante muchos meses había ido todas las mañanas al Banco a llevar la recaudación. Por distintos motivos, probablemente por el uso masivo de tarjetas, dejaron de ir en el año 2018, pero las dos nos recordábamos.

El día de la comida con Don Gregorio saludé a Cati. La verdad es que nos dimos un abrazo muy sentido. Allí seguía ella, detrás de la barra, con su alegría de siempre. Nos pusimos al día de los avances de nuestros hijos y de nuestra vida actual. Que haya gente que todavía me recuerde con tanto cariño me hace más ilusión que cualquier homenaje. Debo ser sincera, me fui del Banco y, salvo una comidita con los compañeros de la oficina, no tuve  ninguna celebración como las que se hacían en tiempos pasados.

Vuelvo a la comida con D. Gregorio... Afortunadamente ese día no llovía y hacía un sol otoñal muy agradable. Cuando le vi estaba tomando el aperitivo en la terraza con tres amigos más, todos octogenarios, como él. Me senté con ellos y me parecieron tan tiernos... Sorprendentemente, estaba en una reunión en que de los cuatro integrantes, tres eran viudos. Estoy empezando a dudar de esa máxima que dice que son las mujeres las que entierran a sus maridos.

                                            

Se alegraron mucho de la novedad de ver una cara nueva -la mía- por allí. A mí me rejuveneció su compañía. Con mis sesenta años era una "cría" para ellos, porque era de la edad de sus hijos año arriba o abajo. En cuanto se enteraron de que había trabajado en Banca, salieron en tromba todas sus cuitas. Eran las mismas, independientemente del Banco con el que trabajaran.

-Les obligaban a usar tarjeta y cada vez les resultaba más difícil encontrar oficinas con empleados que les dieran el dinero sin ponerles pegas.

-Sus fondos de inversión siempre tenían pérdidas

-Era un engorro pedir citas, y si uno no la pide no le atienden.

-Tenían que hacer un montón de cosas por internet o con el móvil. No se aclaraban y muchas veces tanto los hijos como los nietos les ayudaban con desgana mientras decían "pero si es muy fácil"

-Solucionar cualquier incidencia con recibos o plantear cualquier duda o reclamación era misión imposible.

¿Qué les iba a decir? Que tenían razón, que cuando eres mayor lo mejor es dar las claves a un hijo o hijos, o sobrino, si no tienes hijos, de tu confianza. O hacer un poder, como han hecho mis padres, para evitarles paseos y problemas. Cuando un mayor enferma, o se queda inválido, o pierde la cabeza, la gestión de los Bancos, cuando previamente no ha autorizado ni apoderado a nadie, puede ser una auténtica pesadilla.

Claro, yo hablo así porque soy depositaria de la confianza de mis mayores y jamás voy a hacer nada contra sus intereses. Procuro facilitarles la vida y las gestiones. Habrá gente que no tenga a nadie en quien confiar, que tenga motivos para dudar, que tema quedarse desplumado por hijos o sobrinos. Eso es una tristeza añadida.

Después del aperitivo con esta pandilla pasamos a comer D. Gregorio y yo. Tomamos un menú del día exquisito. El comedor estaba lleno de gente mayor. Al lado de nosotros un grupo de señoras se quejaban de que en sus casas aún no habían puesto la calefacción, que el presidente del edificio no les hacía caso porque no vivía en el bloque, sino en La Moraleja y que lo iban a destituir.

El camarero ya las conocía y les dijo:

-Pero bueno, si los presidentes no cobran. Le vais a hacer feliz si lo echáis. Abrigaos un poco más, que en noviembre ya ponen las calefacciones.

Me da que esas señoras eran del tipo quisquilloso. Me cayeron mejor los amigos de Gregorio.

Mi marido se sorprendió porque volví pronto a casa. Es lo que tiene quedar con gente de cierta edad. Después de comer a una hora temprana mi acompañante fue a su casa a seguir su rutina. Sentarse al sol en su porche acristalado, fumar una pipa y tomarse un whisky. Eso es vida y vale más que un viaje a Cancún con ocho horas de avión. 


martes, 19 de septiembre de 2023

Adiós. Te quiero

 Ha sido un verano complicado. Verano de calor, de hospital y de muerte. Una de mis hermanas ha fallecido de un cáncer que le detectaron hace año y medio.

No voy a decir eso tan socorrido de "luchar contra el cáncer". Creo que no se puede tomar como una batalla, sino como una aceptación. Ella sabía de la gravedad y confió en lo que los médicos le sugerían. Siempre hay un resquicio para la esperanza. Y si consiste en que  envenenen con quimio, el enfermo lo acepta. Porque estamos hechos para la vida y quizá el milagro o la curación inesperada puede aparecer. Y a esa rendijita de luz nos agarramos todos.

No pudo ser. Y mientras estaba con mi suegra centenaria, que dobla en edad a mi hermana, pensaba en que la realidad da de bofetadas a nuestro sentido de lo justo. ¿Por qué le tocó a ella, tan joven, tan deportista, tan cuidadosa con la alimentación? ¿Por qué en el hígado si jamás bebía? ¿Por qué tan grave cuando en apariencia ella estaba bien? ¿Por qué hay tantas asociaciones contra el cáncer, tantas donaciones de famosos y no famosos y se avanza tan poco con esta enfermedad? ¿Por qué el único remedio -en general- son cócteles químicos que matan indiscriminadamente lo bueno y lo malo y dejan al enfermo hecho una piltrafa? ¿Por qué tanto afán con la detección precoz cuando muchas veces la "posible" cura implica un camino doloroso y una saturación de medicamentos de utilidad incierta? ¿No sería mejor morir de repente sin tanto estrés?

Mi hermana nos dio una gran lección de entereza, de fortaleza ante la adversidad. En el último mes en el hospital, con su cuerpo maltrecho y dosis de morfina cada vez más altas para combatir el dolor, lo que ella quería era dejar de sufrir. Estaba preparada para su viaje definitivo.

Ella ya es un espíritu libre. Libre de ese tumor que se extendió demasiado, libre del dolor, libre de la venenosa quimioterapia. Y estoy segura de que nos quiere ver felices. Lo intentamos todos, aunque su familia cercana -marido e hijos- lo tienen más complicado, porque la casa les recuerda muchos momentos con ella.

Las lágrimas saldrán sin querer durante mucho tiempo. Hay que dejar que fluyan. Lágrimas serenas de su marido, sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus sobrinos. Lágrimas de tantos que la querían y no esperaban este final.

En febrero estuve con ella en el campo. Tan solo día y medio. Pensábamos que haría frío pero el tiempo era estupendo. Nieve en las montañas, cielo azul, arroyos repletos de agua con algunos carámbanos de hielo.





Fue una buena caminata, de unos diez kilómetros, en la que ella me llevaba la delantera. A pesar de su enfermedad todavía estaba en forma físicamente. No conocía el lugar y le gustó. Creo que fue feliz y la naturaleza le ayudó a olvidar su situación. Yo no podía pensar que con esa energía le quedara tan poco tiempo entre nosotros.

Vuelvo muchas veces por esos caminos y siempre quedarán ligados a esa tarde feliz de febrero en que los recorrimos juntas. Cuando ella ya sabía que quizá su enfermedad no tenía solución y aún así desprendía alegría. Cuando yo aún desconocía toda su gravedad y pensaba que con esa vitalidad vencería al cáncer.

Hermana, me despido de ti como hemos hecho todos tus hermanos, tus padres, marido, hijos... cuando salíamos de la habitación del hospital en que nos íbamos turnando. Te dábamos un beso y te decíamos al oído, porque se dice que el oído es lo último que se pierde cuando el enfermo tiene la sedación terminal:

"Adiós. Te quiero"


domingo, 16 de julio de 2023

Conversaciones ajenas

 Ya estoy disfrutando de unos días de descanso -bueno, ahora todos mis días son de descanso- en la playa.

Esta mañana me secaba en la toalla bajo un cielo nublado y cerca de mí se han instalado dos señores cuarentones. Uno, español. El otro hablaba ese perfecto español con acento que ponen los dobladores de series a los espías británicos.

Reconozco que me encanta escuchar conversaciones ajenas en la playa. En especial cuando estoy en ese estado de leve sopor mañanero que me entra después de un buen baño en el Cantábrico y posterior posición horizontal en la toalla.

-Ayer fue el día más caluroso en el mundo desde que se tienen registros- decía el "espía"- Nada menos que 17 grados de media. Si tenemos en cuenta que la mitad del mundo está en invierno es una barbaridad.

El otro asentía. El extranjero mostraba lo ecológico y buen ciudadano que era.

-La solución está en la progresiva eliminación del coche particular. Yo procuro desplazarme en bicicleta, a pie o con transporte público. Y no diré que soy vegano, pero casi. Sí que tomo pescado. Alguna vez cae una barbacoa, pero reconozco que no son nada buenas para el medio ambiente.

Imagino que pensaba en la carne de las barbacoas, no en el peligro de incendio por chispas juguetonas. Yo creo que las vacas hacen un gran servicio en los montes. Los tienen bien limpios y libres de hierbajos que pueden propagar el fuego. Pero hay quien dice que sus pedos son muy muy contaminantes.

Ya iban camino de la orilla a zambullirse cuando el español le pregunta.

-¿Cuando coges el avión a Canadá?

Me quedé loca. Como tantos ecologistas "buenistas" de bicicleta y carne artificial, éste tampoco tenía remordimientos en coger aviones de larga distancia. Tuve la sensación de que lo hacía a menudo.

Voy a hacer barbacoas y a decir a mi marido que use más el coche. El tren se está poniendo por las nubes, no hay precios fijos en los viajes y el servicio de Renfe es cada vez peor. Hace más de cuatro años que no cojo un avión. Puedo hacer todo esto y más hasta que llegue a los niveles contaminantes del vecino playero que viaja en avión sin remordimiento a lo largo y ancho de este mundo.

Empiezo a estar un poco harta de todos estos salvadores planetarios.

martes, 6 de junio de 2023

Lo que dejamos atrás

 Yo tenía una tía en una residencia de ancianos. Nací el mismo día que ella se casó. Mi madre, preparada para ir a la boda de su hermana, con el pelo moldeado y el vestido de invitada preparado, tuvo que ir al hospital en vez de ir a la iglesia. Me adelanté y le fastidié el evento. Mi tía y yo siempre nos felicitábamos el mismo día. Ella, mi cumpleaños. Yo, su aniversario. 

Pasó en esa residencia la famosa etapa del Covid. Ya comenté en algunas entradas  (Pincha aquí) (Y aquí) el aislamiento de los mayores, la limitación de visitas, las mascarillas en su vida diaria dentro de la residencia... Mi tía sobrevivió a todo eso pero ya a mediados de 2022 empezó a entrar en esa dinámica de ir al hospital, estar encamada más días de los previstos, salir hecha un guiñapo, volver a la residencia y al poco tiempo ingresar otra vez en el hospital. Casi todas las Navidades las pasó allí y, al poco de ser internada nuevamente en febrero, murió.

Descansa en paz tía, porque pasarse los meses entrando y saliendo de hospitales no es vida, es tormento. Ya tuvo su entierro, su funeral, una misa recordatorio en la residencia y un pequeño vídeo con fotos y música que le hicieron las empleadas y que nos ha hecho llorar a todos los sobrinos. 

Tres meses después, seguimos con trámites de herencia. Estas burocracias sí son lentas.

-Suerte que estás jubilada, hija, y nos ayudas- me dicen mis padres, muy agradecidos a mis gestiones.

Lo que yo hago no es nada comparado con todo lo que han hecho las hermanas de mi tía -una de ellas mi madre-. Y es que revisar los enseres de una persona fallecida me parece muy, muy doloroso. Es toda una vida la que ves reflejada en sus cosas.

Tantas cosas...

Una enciclopedia Espasa de las que tienen todos los ancianos de España, misales, libros religiosos, alguna novela, los periódicos de la primera visita de Juan pablo II a España. Un costurero de madera cuyos cajoncitos nos encantaba abrir a todas las sobrinas. Licores que nunca consumió almacenados todavía en el mueble bar. Coleccionables y labores de ganchillo, hechas con esa minuciosidad y paciencia de la que ahora carecemos. Cuadros de cuando su sobrina Zarzamora empezaba a pintar colgados orgullosamente en el recibidor. Otros cuadros pintados por mi abuela sobre madera a comienzos del siglo XX.  Artesanía de cuando viajaba a Austria a ver a sus cuñados. Figuras de Lladró, imágenes de la Virgen con más de 70 años de antigüedad, jarrones y copas de cristal bueno, adornitos de los que regalaban en las bodas. Innumerables folletos de la asociación del párkinson, enfermedad que padeció su marido. Marcos con fotos desvaídas de la primera comunión de sobrinos que ya son padres. Muchas, muchas cajas de latón. Algunas con fotos en blanco y negro de mis tíos, mis abuelos o mis padres cuando eran jóvenes y donde apreciamos claramente algunos parecidos familiares. Recordatorios de difuntos, de primeras comuniones, invitaciones de bodas, felicitaciones navideñas. Muchos informes médicos y analíticas.

En la cocina vemos menaje, como el que hay en la casa de mi madre, con solera: Latas de Cola Cao de los años sesenta con decorados de terrones de azúcar, lentejas, alubias..., platos de porcelana blanca, una panera, numerosas cazuelas de color teja, de esas que ya no se pueden usar más que en cocinas de gas, recipientes de barro. También había menaje moderno, un montón de cazuelas "alemanas" que estaban muy de moda en los años sesenta y donde se cocina sin apenas aceite. La buena de mi tía nos regaló en su día muchas de esas cazuelas que ella ya no usaba.

También hay que revisar la ropa. Algunas prendas las reutilizarán sus hermanas, otras irán a contenedores de Cáritas. Sábanas, mantas, toallas, manteles... Todos los "textiles" han pasado por las manos de sus hermanas que han clasificado, desechado o aprovechado cosas. Yo las vi un día en plena faena y me asombré de lo rápido que decidían, sin sentimentalismos. No tengo -afortunadamente- mucha experiencia en la gestión de las cosas de los difuntos. Por lo que he oído, hay quien prefiere deshacerse enseguida de la ropa del familiar, otros lo van posponiendo y les supone casi una enfermedad abrir los armarios del ser querido porque todo les recuerda a ellos. Necesitan una preparación previa.

Uno de los días mi madre y mi tía revisaban ropa. 

-Oye mamá -le dije- esa camisa te puede servir ¿Por qué no te la quedas?

-Ay hija, no. Nunca me gustó como le quedaba a tu tía. Tenía algunas cosas muy fachosas. Hemos aprovechado algunas prendas pero otras no hay por donde cogerlas.

Me gustó como trataban la situación. Con ligereza. No quiere decir que no echen de menos a su hermana, pero la vida sigue y hay que eliminar trastos.

El caso es que en la casa -salvo lo textil- seguía habiendo cosas. Hemos pasado por allí los sobrinos a coger objetos. A mí me produce un sentimiento raro, porque a través de las cosas percibes cómo era la vida de tu tía y a veces tengo la sensación de estar invadiendo algo que no me pertenece. Tampoco quiero que multitud de enseres se tiren porque sí. A veces pensamos que todo lo de los mayores no tiene ningún valor, que es mejor cualquier cacharro de diseño moderno de Ikea que una buena vajilla de porcelanas Bidasoa. Como en la posguerra española, en que los traperos iban por los pueblos y los paisanos les cambiaban encantados buenos muebles de madera maciza por mobiliario industrial de formica y conglomerado, que era lo moderno en aquella época. 

Yo tengo ahora en el techo de mi dormitorio una lámpara de brazos, con rositas colgadas. Tiene más de 80 años. Me gusta pensar que es parte de la historia de mi familia.


Soy también propietaria de un
joyero que está hecho de hueso. Lo limpié bien y parece otro. Vino de Ecuador, regalo de un tío abuelo misionero a mi tía. Es el típico objeto que he visto toda mi vida, desde niña, pues mi madre tiene uno muy parecido, y me hacía ilusión tenerlo.

Me di un montón de paseos para que mi tía eligiera un silloncito donde reposar en su habitación de la residencia. Lo tengo ahora en un rincón del salón. En casa a veces nos peleamos por él. Mi marido se echa la siesta allí envuelto en mantas, yo me acerco una mesita -también de la tía- y desayuno cómodamente sentada, con mi bandejita de café y bollería, disfrutando del sol de la mañana. Mis hijos se colocan ahí con el portátil para trabajar. 

-Vaya, ya me has quitado el silloncito de la tía Lola- le digo a veces a alguno de mis hijos cuando lo ha ocupado y no puedo sentarme allí a leer mi novela. Ya será para siempre "el sillón de Lola"

Es cierto que las casas son muy pequeñas, que es difícil almacenar los objetos propios y más complicado aún encontrar hueco para recuerdos ajenos, pero ahora que mi tía ha muerto, cuando me siento en su sillón, o enciendo la lámpara, o abro el joyero, la recuerdo y pienso que estará contenta de estar así, de alguna manera, cerca de nosotros. Los objetos también nos ayudan a recordar.



viernes, 26 de mayo de 2023

Visitando Bancos

 En estos meses he tenido que visitar otros Bancos como usuaria y mi ego se ha venido arriba. He entendido por qué me querían tanto mis clientes. Yo intentaba solucionar sus problemas, no incrementárselos. Y yo me he tropezado en algunos casos con muros de frontón. Me devolvían el "problema" aumentado. Sencillamente, querían que me marchara cuanto antes.

En uno de los primeros casos se trataba de pagar un impuesto de unos 8.000 euros. No podía hacerlo en mi banco porque no tenía concierto con la Comunidad Autónoma de Madrid.

Fui a uno de los bancos recaudadores, que está en mi barrio, y les expliqué la situación antes de ir cargada con el efectivo.

-Es mucho dinero- Eso fue lo primero que me dijeron.

-Sois un banco, tenéis caja, te voy a enseñar el DNI. Incluso, si queréis, la disposición que he hecho en mi banco del dinero, para que veáis que todo es correcto, que no es dinero B. ¿Me estás diciendo que no podéis recaudar 8.000 euros?

El empleado dudaba. Deseaba que yo me largara pero no quería quedar mal.

-Mmm... Bueno. Avísanos el día antes. Lo tendré que consultar a la central previamente.

Le pedí una tarjeta con el teléfono y por ahí anda, muerta de risa, porque no volví.

La suerte de tener tiempo es que puedo "perderlo" tratando con estos impresentables. Decidí ir al otro Banco recaudador a ver si había más suerte.

¡Oh sorpresa! Allí me encontré a otra Zarzamora. Mismo estilo, misma edad...

No me dejó ni acabar.

-Sí, me viene un montón de gente del Banco VagoBank para el pago de estos impuestos. No sé por qué ponen tantas pegas. Puedes venir aquí sin problemas.

Me dio incluso la opción de pagarlo con un cheque bancario. Pero les pasaba como en mi Banco, que operativamente recaudar un impuesto con cheque bancario era un lío para ella y yo quería facilitarle todo.

Así que al día siguiente fui a una sucursal cercana de mi Banco para sacar el dinero. Ya había sacado previamente del cajero y necesitaba 5.000 eur. más para completar. Es cierto que no había avisado previamente. ¡Mea culpa!

La oficina era pequeñita. En vez de a las 8:30 nos abrieron a las 8:40. Pero el señor de delante y yo no protestamos. Tampoco la que abrió se disculpó por la demora.

La empleada de ventanilla parecía muda. No saludó. Le calculé unos 55 años. El señor ingresó 5.000 euros y tardó unos quince minutos. Debía ser ingresador habitual y yo le notaba nervioso al ver tanta tardanza. La mujer contaba el dinero una vez, y otra, y otra... El señor mascullaba cerca de mí

-¡Madre mía, cómo se puede tardar tanto! Siempre que vengo es igual. Y eso que traigo todos los billetes estirados y colocados. Y todos son de 50.

Finalmente me llegó el turno.

-No te puedo dar ese dinero porque no lo has pedido- me dijo la mujer.

-Sí, tienes razón. Pero me puedes dar los 5.000 que te ha ingresado el señor de delante. Seguro que no contabas con ellos cuando has empezado el día.

También tenía que consultar, como el de VagoBank. Su jefa me dio la opción de llamar a otras oficinas que tuvieran más efectivo. Me proponía mandarme a una bastante lejana. Parece que ese dinero del primer cliente lo querían meter en el cajero, que estaba bastante "seco".

Finalmente les dije que no me importaba llevarme menos y, por suerte, conseguí el resto de lo que necesitaba en otra oficina más cercana de la que me proponían y con una empleada muy, muy amable.

Imagino que la mujer "muda" tendría sus problemas, sus motivos para ser así. Yo nunca he sido muy de "energías", pero empiezo a notar que hay gente que ayuda a que tu día sea más negativo, como la colega de esa sucursal de mi Banco, o el empleado de VagoBank.

Otros empleados te dan un chute de optimismo, como la Zarzamora-bis que finalmente me cobró el impuesto.


Tengo tiempo y eché dos mañanas para el pago de un impuesto que decidimos tramitar nosotros para ahorrarnos el pago de una gestoría. Pero si uno trabaja no puede hacer tanto trámite ni perder el tiempo de forma tan gratuita. Al final, si quieres tener tranquilidad y no sufrir con esperas y viajes, pagas para que un gestor te haga la vida más fácil.

 

viernes, 5 de mayo de 2023

PERDÓN POR EL RETRASO

 ¡ Ay madre! Se me hace raro ponerme otra vez frente a este teclado. Han pasado más de cuatro meses desde que os dije que dejaba de trabajar en mi Banco. Muchas veces he pensado "tengo que contar esto, o lo otro" y la pereza me superaba. Como se dice en "moderno", la "slow life" me ha vencido.

En estos meses he quedado a comer con compañeros jubilados. Uno de ellos confesaba que era la primera vez que comía con gente y se quitaba la mascarilla desde la pandemia. Qué pena, penita, pena me dio. Otros me interrogaban acerca de "a qué dedicaba el tiempo libre". Esa misma duda que tenía Perales en su famosa canción. Hay jubilados que enseguida "llenan" su tiempo de actividades. En el caso de mis amigos, aparte de las visitas a médicos y las revisiones preventivas de muchos de sus órganos vitales, se dedican a ir a la escuela de idiomas, a cursos para mayores en la universidad, a escribir libros, a pasear y tomar aperitivos en los bares de Madrid y buscar luego lugares para hacer pis en condiciones porque la próstata ya no es lo que era...

De momento no he sucumbido a la vorágine de actividad post-jubilación. Es cierto que me apunté en un centro cultural cercano a clases de tai-chi. No porque me interesara especialmente el mundo chino, es que era la única clase con plazas. Y debo decir que estas coreografías tan pausadas, en las que no sudas nada, son más difíciles de lo que yo pensaba. Aprendía mejor los pasos de una sesión de aerobic en mis tiempos ágiles, que estos movimientos lentos y precisos del tai-chi.

-Me agobia un poco este profesor -le decía a mi hija- La clase es de hora y media, pero aprovechamos poco porque suelta mucho rollo adicional sobre las energías, los chinos... y los pasos los repetimos lo justito. Menos mal que el coste no es excesivo, si no quizá no volvería.

Mi hija, sabiamente, me dijo que viviera el momento, que no tenía ninguna prisa y podía disfrutar de perder el tiempo, en la clase o en cualquier situación.

Y eso es lo que hago, vivir sin prisas. Salgo a comprar, hablo con vecinos que me encuentro sin la urgencia de acabar pronto la conversación, quedo con vecinas para pasear o tomar un café, paseo sola disfrutando del sol, tomo un buen desayuno cuando toda mi familia trabajadora ya ha salido de casa, me veo algún programa de salseo sin pensar que es cosa de "marujas" porque ya soy de ese club, leo muchísimo más y husmeo sin prisas entre los estantes de la biblioteca del barrio, visito con frecuencia a mis padres...




Al principio me llamaban alguna vez de mi oficina para preguntarme algún detalle de mi puesto que desconocían. Incluso tuve que visitarles en alguna ocasión como cliente y mi sustituta me pidió ayuda. Me metí "entre bambalinas" y pude sacarla del aprieto. Pero ha pasado el tiempo y todos están adaptados. No les visito apenas porque siempre he pensado que los jubilados contando sus batallitas eran una molestia cuando hay mucho trabajo. Noto que se me olvidan muchos nombres de clientes a los que he atendido durante décadas. Afortunadamente no lo achaco a ninguna degeneración neuronal, ni a la vejez. Sencillamente, al no tener las cuentas identificadas en la pantalla, acompañadas de las caras frente a mí, se me van olvidando los nombres. Es que ha sido mucha, mucha gente, la que ha pasado frente a mi ventanilla.

No tengo ningún trauma, ninguna sensación de pérdida, de añoranza. No me siento inútil por no trabajar. No me justifico ante los demás dedicándome ahora a tareas solidarias. No pretendo cultivarme culturalmente de forma "oficial". No sé cómo será mi futuro, pero de momento me dedico a vivir con tranquilidad y disfrutar de las cosas sencillas.

Y eso sí, me propongo seguir con este blog que tenía tan abandonado. Gracias a los que aún me leéis.



sábado, 17 de diciembre de 2022

SENSACIONES EXTRAÑAS

 A finales de noviembre me hicieron un regalo inesperado. Las cosas suceden así, te llegan cuando no las buscas. Cuando ya había desistido de que me "prejubilaran" me dieron la opción.

El mismo responsable que me había dicho, como contaba en la anterior entrada, que yo era una anomalía, me ofrecía un viernes la posibilidad de irme. Tenía que dar la respuesta el lunes siguiente como muy tarde.

-¿Cómo es que ahora me lo propones? Me dijiste la última vez que el Banco estaba proponiendo estas salidas a empleados con bajas médicas reiteradas, o con familiares mayores a su cargo que requirieran muchos cuidados.

Afortunadamente, yo no estoy en ese caso. Me dio una respuesta de compromiso: que sabía que yo estaba interesada, que me había propuesto... Yo creo que también los encargados de recursos humanos tienen sus objetivos. Imagino que el Banco les indica la cantidad de empleados de su zona que tienen que irse y cada responsable acelera las salidas antes de fin de año para cumplirlos. A mí me tendría como sustituta de alguien que le falló y...¡me tocó!

Por supuesto, dije que sí. Ciertamente pierdo dinero, pero es que voy a cobrar de mi empresa sin trabajar, así que no me parece mal negocio.

Ahora estaba muy bien. La directora es la mejor que nunca he tenido: optimista, trabajadora, defensora de sus empleados... Y los compañeros, Claudio Bobo -que ha mejorado un montón-, y Blanca Estrella, formamos una piña con ella. Los clientes me quieren como si fuera de su familia y yo estoy en una etapa en que por mucho que me hablen de objetivos y digitalización por doquier, me tomo las cosas con tranquilidad. Intento que no me afecten los agobios y premuras absurdas de los directores de zona. Es la pobre directora la que digiere toda esta presión y es tan buena que se la guarda para ella sola. No sé cómo aguanta.

Pues sí, estaba -estoy, porque aún sigo trabajando- muy bien, pero es absurdo decidir permanecer en un trabajo por una situación que puede cambiar en cualquier momento. Ahora es lo más habitual en las empresas trasladar al personal de un día para otro. Pueden traer a otro director, podrían moverme a mí... Podría trastocarse mi agradable situación actual en un abrir y cerrar de ojos.

Siempre había considerado un poco despreciativamente a todos esos compañeros que se iban del Banco y se encontraban cabizbajos y un poco tristones. ¿Triste por tener de repente toda la libertad del mundo?

Ahora yo estoy en esa situación. Tuve vacaciones en el puente, justo después de saber que me iba. Me puse ya en modo jubilada y me costó un poco madrugar el día de mi vuelta (trabajo hasta fin de año) Volví y me adapté otra vez, como después de cualquier semana de vacaciones. La diferencia es que ha comenzado un rosario de despedidas diarias de toda la clientela y me da pena. Todo son "últimas veces" y la sensación de marcha a veces me pone un nudo en la garganta.

He estado treinta años, que se dice pronto, en la misma oficina. Esa zona es mi segundo barrio y los clientes son más que vecinos. Sé que cuando me transmiten su tristeza por mi marcha lo hacen de verdad. También soy realista y sé que esa tristeza les durará una semana, en cuanto se adapten al nuevo empleado que me sustituirá. Creo que los nuevos sustitutos son jóvenes recién licenciados. Solamente por ser jóvenes tendrán más ganas, más simpatía y estarán menos maleados que una veterana como yo. Todo esto compensará su inicial falta de experiencia.




La próxima semana tenemos nuestra comidita navideña de la oficina en que nos juntaremos cinco personas. Será también la "celebración" de mi marcha. Lejos han quedado ya esas comidas de jubilación, que yo conocí al entrar en el Banco, en que se juntaban decenas de  compañeros de distintas épocas para el festejo. Me pongo a pensar en todos los compañeros que han pasado por esta oficina, con los que he compartido meses o años y algunos ya se me van de la memoria. Otros han muerto. A los importantes los seguiré viendo fuera de la oficina; a los actuales espero verlos de vez en cuando, pero sin convertirme en esa jubilada pesada que yo tanto he criticado.

Tengo que pensar que haré con mi blog. Me da pereza cambiarle el nombre. Ahora estaré al otro lado de la ventanilla y quizá pueda seguir compartiendo experiencias de otro tipo.

Feliz Navidad a todos los que me habéis acompañado en estos años en que he compartido mis experiencias bancarias.