miércoles, 18 de diciembre de 2024

Navidad y recuerdos.

 Acabo de llegar de una comida con los belenistas de la parroquia. Pensaba que iríamos a algún restaurante cercano, pero el señor párroco nos ha invitado a su casa y nos ha preparado una deliciosa comida. Hemos hablado muy a gusto sin los ecos ni la algarabía que suelen perturbar en cualquier local. 

Yo he trabajado modelando y fabricando frutas, cestas, mesas, bancos, puestos de mercado... detalles que ambientan las escenas del Belén. El resto de compañeros se han dedicado a la "arquitectura belenística" que me parece mucho más compleja. A ellos sin embargo les parece más difícil hacer lo que yo hago. Eso es la complementariedad. Cada uno es especialista en una cosa.



Tú has "teletrabajado" me dicen. Y es que mientras ellos cortaban, soldaban y pegaban en un frío garaje de la parroquia, yo modelaba tranquilamente en casa a ratos perdidos. No les he podido ayudar en lo suyo porque he tenido que hacer varios viajes para ultimar, junto con mi marido, trámites de la herencia de su madre, que falleció ya centenaria en enero.

Su único bien era la casa familiar y tras algunas demoras, en noviembre se sorteó entre los dos hermanos aspirantes a propietarios quien se quedaba con la vivienda compensando al resto de hermanos. Estoy feliz de que le haya tocado a mi marido. Va a ser su conexión a la tierra en que nació y que yo quiero tanto como él. Va a ser el recuerdo permanente de su madre, de todos los momentos pasados en esa casa cuando íbamos en verano con nuestros hijos pequeños. 

Hay cosas que los dos deseamos que permanezcan. Las mecedoras de la terraza, donde mis niños se balancearon tantas veces, donde mi suegra tomaba el sol cuando ya casi ni hablaba. La sillita baja donde subía nuestro hijo mayor de niño para ver cocinar a su abuela. El sofá y el sillón del salón. Les pondré fundas nuevas, pero cuando me siente a leer bajo la luz de la lamparita, recordaré que en ese hueco estaba mi suegra tomando los purés de frutas de la merienda todas las tardes de sus últimos años.

En su habitación mantendremos su cama bajo la ventana y le daremos un aire nuevo y limpio. En su día ella hizo pintar y arreglar toda la casa menos su habitación. Era su refugio mientras el vecino del séptimo le hacía los arreglos en sus ratos perdidos. Así estuvo la pobre más de un mes. Se le quitaron las ganas de mejorar su habitación. Y luego fueron llegando los achaques, la necesidad de cuidados. Era complicado meterse en arreglos. La habitación de mi suegra es un muestrario del paso del tiempo. Papel pintado, más papel pintado, pintura encima del papel pintado, enchufes precarios. Estoy segura de que va a quedar blanca, nueva, limpia, moderna. Y quien duerma allí no sentirá aprensión al conocer que allí durmió y sesteó una señora que pasó de los cien años, se sentirá seguro y protegido por el espíritu de una mujer que adoraba estar en su hogar, cuidarlo, limpiarlo, disfrutarlo junto a su familia.

Enmarqué en su día una foto de mi suegra, tranquila, sonriente, ya muy mayor. El otro día tiré un marco destartalado y puse en uno nuevo otra foto de ella, su madre, y su hermana, de antes de la guerra civil. Me gusta mezclar lo antiguo y lo nuevo. No me importa  ponerme sus batas, sus rebecas, sus delantales, o echarme en la noche la misma mantita que le ponían en su silla de ruedas.

Creo que es una bonita forma de convivir con el pasado, de recordar una época de una forma sana, sin dramatismos. Porque la muerte cada vez empieza a estar más presente en mi vida y confío en poder naturalizarla y aceptarla cada vez mejor.

Es época de Navidad, de renovación, de alegría. Que la disfrutemos todos con salud, con buen ánimo, sin que las tristezas de este año nos amarguen estos momentos.


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