Yo tenía una tía en una residencia de ancianos. Nací el mismo día que ella se casó. Mi madre, preparada para ir a la boda de su hermana, con el pelo moldeado y el vestido de invitada preparado, tuvo que ir al hospital en vez de ir a la iglesia. Me adelanté y le fastidié el evento. Mi tía y yo siempre nos felicitábamos el mismo día. Ella, mi cumpleaños. Yo, su aniversario.
Pasó en esa residencia la famosa etapa del Covid. Ya comenté en algunas entradas (Pincha aquí) (Y aquí) el aislamiento de los mayores, la limitación de visitas, las mascarillas en su vida diaria dentro de la residencia... Mi tía sobrevivió a todo eso pero ya a mediados de 2022 empezó a entrar en esa dinámica de ir al hospital, estar encamada más días de los previstos, salir hecha un guiñapo, volver a la residencia y al poco tiempo ingresar otra vez en el hospital. Casi todas las Navidades las pasó allí y, al poco de ser internada nuevamente en febrero, murió.
Descansa en paz tía, porque pasarse los meses entrando y saliendo de hospitales no es vida, es tormento. Ya tuvo su entierro, su funeral, una misa recordatorio en la residencia y un pequeño vídeo con fotos y música que le hicieron las empleadas y que nos ha hecho llorar a todos los sobrinos.
Tres meses después, seguimos con trámites de herencia. Estas burocracias sí son lentas.
-Suerte que estás jubilada, hija, y nos ayudas- me dicen mis padres, muy agradecidos a mis gestiones.
Lo que yo hago no es nada comparado con todo lo que han hecho las hermanas de mi tía -una de ellas mi madre-. Y es que revisar los enseres de una persona fallecida me parece muy, muy doloroso. Es toda una vida la que ves reflejada en sus cosas.
Tantas cosas...
Una enciclopedia Espasa de las que tienen todos los ancianos de España, misales, libros religiosos, alguna novela, los periódicos de la primera visita de Juan pablo II a España. Un costurero de madera cuyos cajoncitos nos encantaba abrir a todas las sobrinas. Licores que nunca consumió almacenados todavía en el mueble bar. Coleccionables y labores de ganchillo, hechas con esa minuciosidad y paciencia de la que ahora carecemos. Cuadros de cuando su sobrina Zarzamora empezaba a pintar colgados orgullosamente en el recibidor. Otros cuadros pintados por mi abuela sobre madera a comienzos del siglo XX. Artesanía de cuando viajaba a Austria a ver a sus cuñados. Figuras de Lladró, imágenes de la Virgen con más de 70 años de antigüedad, jarrones y copas de cristal bueno, adornitos de los que regalaban en las bodas. Innumerables folletos de la asociación del párkinson, enfermedad que padeció su marido. Marcos con fotos desvaídas de la primera comunión de sobrinos que ya son padres. Muchas, muchas cajas de latón. Algunas con fotos en blanco y negro de mis tíos, mis abuelos o mis padres cuando eran jóvenes y donde apreciamos claramente algunos parecidos familiares. Recordatorios de difuntos, de primeras comuniones, invitaciones de bodas, felicitaciones navideñas. Muchos informes médicos y analíticas.
En la cocina vemos menaje, como el que hay en la casa de mi madre, con solera: Latas de Cola Cao de los años sesenta con decorados de terrones de azúcar, lentejas, alubias..., platos de porcelana blanca, una panera, numerosas cazuelas de color teja, de esas que ya no se pueden usar más que en cocinas de gas, recipientes de barro. También había menaje moderno, un montón de cazuelas "alemanas" que estaban muy de moda en los años sesenta y donde se cocina sin apenas aceite. La buena de mi tía nos regaló en su día muchas de esas cazuelas que ella ya no usaba.
También hay que revisar la ropa. Algunas prendas las reutilizarán sus hermanas, otras irán a contenedores de Cáritas. Sábanas, mantas, toallas, manteles... Todos los "textiles" han pasado por las manos de sus hermanas que han clasificado, desechado o aprovechado cosas. Yo las vi un día en plena faena y me asombré de lo rápido que decidían, sin sentimentalismos. No tengo -afortunadamente- mucha experiencia en la gestión de las cosas de los difuntos. Por lo que he oído, hay quien prefiere deshacerse enseguida de la ropa del familiar, otros lo van posponiendo y les supone casi una enfermedad abrir los armarios del ser querido porque todo les recuerda a ellos. Necesitan una preparación previa.
Uno de los días mi madre y mi tía revisaban ropa.
-Oye mamá -le dije- esa camisa te puede servir ¿Por qué no te la quedas?
-Ay hija, no. Nunca me gustó como le quedaba a tu tía. Tenía algunas cosas muy fachosas. Hemos aprovechado algunas prendas pero otras no hay por donde cogerlas.
Me gustó como trataban la situación. Con ligereza. No quiere decir que no echen de menos a su hermana, pero la vida sigue y hay que eliminar trastos.
El caso es que en la casa -salvo lo textil- seguía habiendo cosas. Hemos pasado por allí los sobrinos a coger objetos. A mí me produce un sentimiento raro, porque a través de las cosas percibes cómo era la vida de tu tía y a veces tengo la sensación de estar invadiendo algo que no me pertenece. Tampoco quiero que multitud de enseres se tiren porque sí. A veces pensamos que todo lo de los mayores no tiene ningún valor, que es mejor cualquier cacharro de diseño moderno de Ikea que una buena vajilla de porcelanas Bidasoa. Como en la posguerra española, en que los traperos iban por los pueblos y los paisanos les cambiaban encantados buenos muebles de madera maciza por mobiliario industrial de formica y conglomerado, que era lo moderno en aquella época.
Yo tengo ahora en el techo de mi dormitorio una lámpara de brazos, con rositas colgadas. Tiene más de 80 años. Me gusta pensar que es parte de la historia de mi familia.
Me di un montón de paseos para que mi tía eligiera un silloncito donde reposar en su habitación de la residencia. Lo tengo ahora en un rincón del salón. En casa a veces nos peleamos por él. Mi marido se echa la siesta allí envuelto en mantas, yo me acerco una mesita -también de la tía- y desayuno cómodamente sentada, con mi bandejita de café y bollería, disfrutando del sol de la mañana. Mis hijos se colocan ahí con el portátil para trabajar.
-Vaya, ya me has quitado el silloncito de la tía Lola- le digo a veces a alguno de mis hijos cuando lo ha ocupado y no puedo sentarme allí a leer mi novela. Ya será para siempre "el sillón de Lola"
Es cierto que las casas son muy pequeñas, que es difícil almacenar los objetos propios y más complicado aún encontrar hueco para recuerdos ajenos, pero ahora que mi tía ha muerto, cuando me siento en su sillón, o enciendo la lámpara, o abro el joyero, la recuerdo y pienso que estará contenta de estar así, de alguna manera, cerca de nosotros. Los objetos también nos ayudan a recordar.
¡Hola Zarzamora! ¡Qué alegría me hizo tu comentario! Me gustan tus impresiones, tienen su punto de sinceridad, y eso me parece algo genial. En cuanto a esta entrada, creo que es autobiográfica. Siento la pérdida. Bueno siento la pérdida de todas las criaturas que han estado cerca de nosotros. Todos nos dejan una huella. Como es el caso de Tía Lola, su lamparita de porcelana de rosas, su sillón, su mesita. Yo soy de las personas que comentas. Todavía no he podido deshacerme de cosas de alguien que falleció hace ya ocho años, mi madre. Es difícil. Hasta tengo cartas que me escribió en 1995 cuando estuve viviendo en centroamérica y no he podio volver a leerlas. Las guardo. Y el día que las lea, lloraré. Por eso comprendo todo lo que cuentas. Me es cercano. Me alegra saber de ti. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarMe encanta saber de ti nuevamente. ¡Qué bonito tener cartas y poder leerlas!. Ahora escribimos mucho y lo lanzamos a las redes. No sé si quedará algo de lo que nosotros escribimos, o fotografiamos, cuando nos muramos. Todo en archivos, o con claves que otros desconocen. Es fácil que todo se pierda. Es más fácil aún que a nuestros hijos no les interese mucho. La verdad es que no sé si estos archivos digitales nos facilitan la conservación de cosas o el olvido definitivo. Un beso.
EliminarAh, por cierto, ¡felicidades por la jubilación! Ahora tienes todo el tiempo del mundo para hacer lo que te venga en gana. Vida para vivirla. Piensa en todo lo que no hiciste y te gustaría hacer. Nunca es tarde. Otro abrozote
ResponderEliminarSi, también es bonito recordar con naturalidad y alguna risa a los fallecidos. Gracias por visitarme. Un abrazo,
ResponderEliminarSiempre he tenido interés por conservar cosas que me dejaron mis padres sobre todo la colcha de ganchillo de mi madre que nos hizo una para cada hijo (3) La casa está plagada de cuadros y cosas. Tengo bastante claro lo que ocurrirá cuando cuando ya no estemos. Estos chicos tienen muy pocos muebles. ¿Se dice minimalistas? Creo que les da igual que les digamos que ese osito de peluche lo quería mucho cuando era pequeño. Qué más da. No podemos luchar contra el tiempo. Las cosas que tenemos y guardamos nos ayudan a recordar a la persona que las poseyó. Porque al margen de las creencias, las personas viven mientras sigan presentes en nuestra memoria.
ResponderEliminarYo también tengo colchas de ganchillo. Antes se hacían labores manuales con mucho esmero y se le dedicaba mucho tiempo. Y es cierto que estos hijos que tenemos ahora no lo valoran y prefieren cualquier diseño a la moda aunque enseguida salgan pelotillas. Ya no se lee, no hay libros en los estantes -bueno es que no hay no estantes- ni se acumulan vajillas, ni discos, ni manteles, ni esculturas de Lladró. Sí, querido anónimo, el minimalismo nos invade. Nuestros "tesoros" acabarán en cualquier rastrillo benéfico. Un abrazo,
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