Estoy dando vueltas a este asunto porque en mi Banco he conocido a muchos compañeros en situaciones de tensión y de desaliento. Muchos días que son los mismos días, con la misma clientela, con los mismos jefes lanzando consignas repetidas hasta la saciedad. El trabajo es percibido como una rueda monótona e infernal que destruye cada vez más el ánimo del trabajador. El sueño no es relajante porque es la antesala de otro día igual. Los despertares son agónicos porque después viene otro jornada de "lidia" con jefes y con clientes.
Los hombres y mujeres de la Banca también lloran. Tal cual. No es una frase. Cuando les han reprendido desconsideradamente por no haber cumplido sus objetivos . Cuando se les ha impuesto un traslado. Cuando se les ha menospreciado.
En mi Banco hay motivos para el desaliento, para tirar la toalla y buscar nuevos horizontes. Pero no he conocido a nadie que lo haya dejado todo, laboralmente, en busca de una tranquilidad psicológica perdida.
Creo conocer los motivos de esta inacción. Somos españoles y en nuestra cultura subyace la importancia que se ha dado, generación tras generación, a tener un trabajo fijo y seguro. Y trabajar en un Banco cumple ese requisito a la perfección.
Me muevo entre personas de 45 a 55 años, con una familia consolidada, y estabilidad presupuestaria y no quieren arriesgar esa tranquilidad económica buscando inciertos horizontes.
Llevamos muchos años haciendo lo mismo. Hemos olvidado los conocimientos que aprendimos en nuestras carreras. Tenemos un bonito título polvoriento,en recia cartulina con arabescos en los bordes, vacío de saberes. ¿En qué nos emplearíamos con esta edad y estas limitaciones? Además, nos consolamos, todas las empresas son similares: exprimen al trabajador y no facilitan la vida familiar. Nos consolamos mutuamente con el dicho: "más vale malo conocido que bueno por conocer"
Yo dejé una pequeña empresa en busca del horario de mañana de la Banca. Sigo siendo de las privilegiadas que no trabajo por las tardes. Para ello renuncié a cualquier posibilidad de ascenso, porque sabía lo que implicaba. Reconozco que soy tradicional: mi trabajo, mi familia, mis vacaciones, mi sueldo a fin de mes. Tener todo bajo control me da tranquilidad. Pienso que en todos los sitios cuecen habas y no me atrae el cambio.
Aunque en ocasiones perciba en mí sensaciones como las descritas al principio, las suelo padecer en estado leve debido al escalafón profesional en que estoy. Trabajo mucho, más que mis compañeros, pero afortunadamente, no tengo esa presión psicológica constante que ellos sufren.
Sería feliz trabajando menos. No me importaría rebajar mi nómina y trabajar tres o cuatro días a la semana. Pero mi empresa no contempla eso. Y si lo hiciera, probablemente acabaría haciendo el mismo trabajo que ahora en menos días; estaría constantemente con la lengua fuera. En fin, que trabajaría lo mismo y ganaría menos. Las empresas son así: bajas, vacaciones, maternidades... nunca se cubren con otro empleado.
No he sentido esa llamada para dejarlo todo y cambiar de vida. Soy feliz, estoy tranquila. Si no puedes hacer lo que quieres -y muchas veces es difícil saber lo que uno quiere- hay que aprender a amar lo que se hace, y a sacar de tu trabajo todo lo que tiene de positivo y de divertido.
Admiro a los que son capaces de cambiar sus vidas tan radicalmente. No sé si es mejor, o peor. Yo no tendría la valentía de hacerlo.
La evolución no implica necesariamente traslados o cambios drásticos, pero como he escrito, yo me asombro cuando veo cambios tan radicales. Un abrazo.
ResponderEliminarTodavía hay personas que lo dejan y lo cambian todo en busca de la felicidad. Cada uno tiene su concepto de esa felicidad.
ResponderEliminarPara los que no tienen nada que perder, ese concepto es más amplio, pues se conforman con menos.
Cierto. La felicidad es tan variable como personas hay en el mundo.
EliminarYo también admiro a quien decide dejarlo todo y cambiar radicalmente. Porque yo he querido hacerlo más de una vez y no me he atrevido, y porque saben lo que de verdad quieren. Creo que ahí está la cuestión, en saber lo que quieres. Tú lo sabes y aceptas el precio que conlleva. Eso también lo admiro y mucho porque no siempre soy capaz de saber lo que quiero. Abrazos.
ResponderEliminarA veces lo que se sabe con claridad es lo que uno no quiere.Un abrazo
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