Le vi sin tantos afanes de ligoteo senil, no sé si debido a una reciente operación de próstata de la que él no me dijo nada, pero de la que yo ya estaba debidamente informada por un vecino suyo que me pone al día de todos los cotilleos del barrio. Le faltaba ese aire conquistador y se le notaba más enfadica, más irascible.
Mientras yo le atendía me comentó bajito, con aire conspirador:
- Mira a ese señor que está ahí -y señaló discretamente con una mirada sesgada- yo lo conozco de cuando trabajaba en el Ministerio. Vagabundeaba por los pasillos, iba de un sitio a otro, siempre había quedado con alguien para algo importante. O eso era lo que decía. Estaba lleno de proyectos y de negocios "millonarios". ¡Un pobre hombre con pájaros en la cabeza! ¡Cómo la lechera del cuento! Un pesado.
El señor al que se refería era un cliente al que yo conozco desde hace muchos años y bastante peculiar. Leonardo de Vicente se define como inventor, innovador, artista integral, incomprendido revolucionario de las bellas artes, artesano minucioso...
Admirado, cotizado, renombrado, único, reconocido... siempre según sus propias palabras. Yo todavía no conozco ninguna de sus obras y a su modesta cuenta corriente de vez en cuando le salen telarañas.
Leonardo, el artista, se acercó al largo mostrador tras el que atiendo. Es largo porque está preparado para dos empleados, pero yo nunca he tenido compañía. Invadió peligrosamente el espacio vital a la derecha de Juan Tenorio, que en ese momento, contaba sus billetes.
-¿No ve que me están atendiendo? ¡Un poco de respeto! -gritó Juan airado- Aléjese y póngase en la cola.
-Oiga, buen hombre, no son formas de dirigirse a mí. Simplemente estaba aquí ordenando unos papeles en mi carpeta. ¡Cómo si a mí me importara lo que Vd está haciendo!
Ya veía yo que los dos gallitos añosos estaban a punto de enzarzarse.
-Leonardo, por favor, colócate detrás. Esta es zona de dinero y hay que mantener la intimidad del cliente. Y tú, Juan, tranquilo, que el señor se ha puesto cerca sin mala intención.
Conseguí apaciguarles. Juan finalizó sus operaciones y mascullaba bajito contra el artista. Al marcharse ambos se dirigieron una mirada retadora y despreciativa sin mayores consecuencias.
Le llegó el turno a Leonardo y, ya sin enemigo a la vista, se desahogó.
-Habráse visto semejante pastueño. Si me hubieras dejado le pego un repaso... en buen plan, por supuesto. Yo manejo la oratoria como nadie, tengo verbo, empatía, don de gentes. Se me da bien la dialéctica y el parlamento. Soy elegante en el uso de la metáfora, la manejo con soltura. Nada más verle he captado el biotipo de ese individuo. Es un mercachifle sin recurso verbales, un ignoto, un maleducado.
Me quedé anonadada ante tanta verborrea y solo acerté a decir:
-¿Y eso de pastueño?
-Viene de pastar, que es lo que debería hacer: estar en el campo, como las vacas, pastando, que su inteligencia no da para más. Como te he dicho, es un ignoto.
En cuanto Leonardo acabó su perorata y ¡por fin! se marchó, anoté todas las palabras para no olvidarlas y lo primero que hice fue buscar en el diccionario "pastueño". Así se llama al toro bravo que acude sin dudar a la muleta o la capa del torero.
Según ese significado, ambos son unos pastueños: Juan Tenorio y Leonardo, porque ambos se pican por tonterías y se enzarzan sin sentido en discusiones.
Y lo de ignoto (que no se conoce o no ha sido descubierto) fue un error de mi sabio amigo Leonardo, porque decía ignoto y pensaba en el adjetivo ignorante.
Por último, mercachifle (vendedor ambulante, comerciante de poca monta) creo que le va más a Leonardo. Al menos eso parecía él en la época en que deambulaba por el Ministerio intentando hacer negocios y vendiendo su arte y sus inventos.
Espero no tener que lidiar más con este par de pastueños.
He leído tu artículo con la sonrisa en los labios. Siempre he pensado que los que están cara al público deben pensar que están tratando con personas esencialmente. Ya quedó atrás aquello de “le falta una póliza” y “Vuelva Vd. Mañana” de Larra”. Creo yo, eh? Creo. Donde el trabajo era de ellos y para ellos. Pero hay personas y personas. Sin quitarte ningún mérito, la medalla se la doy a algunos camareros, no de grandes cafeterías impersonales, sino de bares de barrio –mejor, “baretos”, con una clientela muy asidua y tirando a mayorcita, por no decir vieja. Vamos, verdaderos confesionarios.Como oyente, unas veces te mondas y otras te cabreas.Belcebú.
ResponderEliminarTe confesaré que me encanta escuchar conversaciones ajenas en el metro, adormilada en la playa, en las colas... A veces es tan relajante simplemente porque no tengo ninguna obligación de intervenir! Un abrazo
EliminarCierto. Lo paso bien con sus cosas. Un abrazo
ResponderEliminarDivertida entrada en la que se va reflejada la vida misma, y la pasta esencial de la que todos estamos moldeados.
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué buena esta entrada Zarzamora con esa búsqueda en el diccionario jeje. Y es que hay gente que usa palabras así, como si le entendieras, tal vez seam localismos o palabras más abiertas a la región en concreto. Y es que, aunque tu trabajo pueda ser monótono día a día, cada uno de ellos te trae unas circunstancias diferentes que te hacen ponerte mano a la tecla. Un beso
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