No somos nada cuando falla la tecnología que envuelve todas nuestras horas laborales. Todo nos sobrepasa, nos sentimos inermes y asustados. No podemos cerrar la puerta de la sucursal; hemos de dar explicaciones y minimizar los fallos de la empresa que nos da de comer.
Los clientes, contrariados, exigían explicaciones, querían saber donde estaba ese dinero que no aparecía en ninguna pantalla. No entendían cómo no les podía dar billetes si estaban en mi cajón. Todo eso pasó el día del colapso.
El director, fiel a su estilo lánguido, hundía su corpachón en el sillón del despacho y esperaba que pasara la tormenta cuanto antes. No fue una tormenta de primavera pasajera, fue un auténtico tsunami que asoló aleatoriamente a multitud de oficinas que quedamos paralizadas durante toda la jornada.
No somos nada cuando no estamos conectados a ese cordón umbilical que es nuestro "servidor", ese "dios" que cada mañana nos proporciona la materia prima con la que trabajar: correos, transferencias y recibos pendientes, comunicación de incidencias, resolución de problemas, informes variados, datos y situación de cada cliente... Todo está ahí.
Al comenzar la jornada una pantalla negra, con blancas palabras en inglés se resistía, impertérrita, a nuestros intentos de eliminarla. Buscábamos la imagen de inicio de cada día. Esa pantalla amiga que pasamos casi sin verla, cuando encendemos el ordenador de forma casi automática y pulsamos "intro" una y otra vez, sin apenas mirar, como viajeros habituales de una línea de metro que ya no miran las indicaciones.
¡Ha fallado el sistema! ¡Se ha caído! ¡No conectamos! Buscamos teléfonos de compañeros en nuestros listines particulares porque el sistema, con su encefalograma plano, no nos permitía acceder a correos, no podíamos poner consultas a los departamentos correspondientes para que nos aclararan algo. Estábamos aislados, esperando el rescate.
Era algo grave. Todos teníamos algún colega, en distintas oficinas, afectado. Nos consoló un poco saber que era "mal de muchos" y no algún desastre propio. El Banco desplazó físicamente a multitud de empleados de una subcontrata amparada en otra contrata mayor que se encarga del servicio informático a las sucursales. Lo arreglaron. No sé cómo. Posiblemente ellos tampoco sepan cómo con tanto parche y remiendo el "sistema" sigue funcionando. La muchacha que llegó para ayudarnos llevaba un día agotador. Dudo que la pobre hubiera comido algo. No sé si luego durmió bien, porque ni ella ni sus compañeros tenían la certeza de que el "sistema" respondiera al día siguiente.
Llegó el temido amanecer y todo funcionaba. Lenta y perezosamente -estilo Augusto- pero funcionaba. Después de un día de paro forzoso había mucho por hacer. Al director le ha dado igual. Hasta las diez de la mañana han estado todos mis compañeros escuchando sus soflamas y recibiendo sin chistar su bronca porque les ve "muy relajados".
El día del colapso funcionaba un ordenador: el portátil que Augusto, como jefe, tiene asignado. Podía haber hecho todo lo urgente, o haberse ido a dar una vuelta y dejar el aparato a Lupe, la subdirectora, para que lo gestionara todo. No lo hizo. Quizá estaba pensando en la reprimenda del día siguiente a los comerciales.
Siendo así de mala persona que, por favor, no nos vuelva a hablar de "trabajo en equipo" porque dicho por él suena tan falso...
Las personas que calificamos de tóxicas en la actualidad, realmente son los imbéciles de toda la vida y creo que ese Augusto de tus entretelas es el máximo exponente de dichos especímenes. solo de leerte dan ganas de soltarle un bofetón.
ResponderEliminarÁnimo siempre quedarán los sufridores indignados.
Saludos.
Parece además que les damos más importancia con la palabra "tóxicos" cuando,como dices, son imbéciles, pobres hombres insolidarios. Un abrazo.
EliminarTengo la amarga impresión de que no has oído hablar de la "soledad del mando" - Pilatos
ResponderEliminar¡Ay! Señor, cuanto cretino suelto. Los ha habido toda la vida, pero ahora encima cuentan con la tecnología, que nos tiene a todos cogidos de las narices. En fin, mejor que no se repitan días como estos. Abrazos.
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