lunes, 1 de abril de 2013

Dejadme en paz

Esta mañana, de camino al trabajo tras estos días de descanso, me he encontrado en el metro con Socorro, compañera del Banco en otra sucursal y vecina del barrio, con la que coincido con cierta frecuencia. Al preguntarle sobre esta semana Santa me ha contestado que había estado en la playa con la familia, pero no me parecía que lo dijera especialmente feliz. Hablaba de forma plana, sin los gestos y la entonación animada de otras ocasiones, como si se comunicara por una especie de costumbre de hacerlo, como si de repente, viviera por inercia.

Socorro lleva más de una década en el Banco. El trabajo la alejó de su tierra y estuvo durante unos años en distintas ciudades, trabajando mañana y tarde, sin apenas tiempo para comer. Era joven, y tanto ella como el Banco asumían que ése era un paso previo y necesario para el progreso profesional.

Llegó a directora y consiguió asentarse en esta ciudad, lejos sin embargo de sus raíces. Aquí se casó y tuvo a su hijo. Al incorporarse de su baja maternal dijo que no estaba dispuesta a seguir ese ritmo de trabajo, que sólo quería trabajar por la mañana (en el horario legal y establecido), para poder cuidar a su hijito. El Banco lo aceptó y le dieron otro puesto similar al mío. Su sueldo también menguó, lógicamente. Así vivió feliz unos años.

Desde hace unos meses cada vez que me la encontraba la veía más desanimada. En su sucursal faltaba gente y a ella le encomendaban muchas tareas comerciales que no eran de su incumbencia dado su puesto actual. Empezó a alargar la jornada. Para llegar antes a casa se quedaba desde las 8 de la mañana hasta las 5 ó 6 de la tarde sin comer, o picando cositas que tenía guardadas en los cajones, de esas que engordan y no son sanas. Volvía siempre a casa con la sensación de tener mucho trabajo sin finalizar. Cada vez dormía peor y estaba más crispada. No le dejaban coger las vacaciones a su gusto, coincidía mínimamente con las de su marido. Muchos días le costaba llegar a tiempo a buscar a su hijo al colegio. Pero en las charlas mañaneras de metro todavía le quedaba algo de optimismo.

Esta mañana me ha contado que lleva un mes con ansiolíticos, le han diagnosticado una depresión y, antes de Semana Santa, le dieron una nueva sucursal como destino, a la que se dirigía hoy.

Siempre produce incertidumbre un cambio porque, aunque sea en el mismo Banco, cada oficina es un mundo. Cambias completamente de jefes y de compañeros. La adaptación cuesta, y más en una situación anímica como la de Socorro. 

Aunque, como le he dicho, posiblemente el cambio le venga bien. "Y, sobre todo, Socorro, ni se te ocurra decirles todo lo que sabes y lo mucho que vales". Ese ha sido mi consejo. Y es que, con mucha frecuencia, los jefes no molestan a los ineptos y, en cambio, abruman con excesivo trabajo a la gente responsable y capaz. Y lo peor es que, con cierta frecuencia, los ineptos ganan más.

Esperemos que Socorro vuelva a tener ganas de vivir, que no tenga que repetir "Dejadme en paz", como ha hecho, sin resultado, tantas veces.

Y al hilo de esta historia -real- de "acoso" o "pseudo-acoso" laboral, os voy a hablar de un libro que he leído hace poco sobre acoso escolar, con este mismo título:

Dejadme en paz

AUTOR: Elizabeth Zoller.


EDITORIAL:  Pearson Alhambra

ARGUMENTO: 

“El miedo siempre está aquí, me sofoca ya desde por la mañana. Y la gente siempre se burla de aquel que tiene miedo. Todos los días de mi vida siento dolor y miedo. ¿Qué sentido tiene una vida que duele? (…) Adiós mamá. Lo digo en voz baja, muy baja. Tan bajito como siempre he llorado cuando me metían en el cuarto de atrás de la clase…” Este es uno de los párrafos de la carta de Niko con la que comienza el libro.
 
El título ya lo dice todo: “Dejazme en paz”. Es un grito que el protagonista quisiera lanzar con todas sus fuerzas, pero apenas sale de su garganta. El miedo lo atenaza. Con catorce años, Niko ya no saca las buenas notas de hace unos años. “Lo que les provocó fueron mis buenas notas (…) En aquella época yo era el empollón de la clase (…) y ellos eran malos estudiantes, (…) se les ocurrió la maravillosa idea de que todas las mañanas llegara antes al colegio (…) para que les diese tiempo a copiarme los deberes.”

Así comienza su tormento. Las humillaciones y los golpes son una constante desde los diez, once años. “Llegó un día en que solo iba al colegio para que me sacudieran porque ya no podían utilizar mis deberes. Me había convertido en el peor alumno de la clase”

Todo este drama coincide con una época en que sus padres se separan por motivos de trabajo. El alejamiento del padre, la tristeza de la madre, acrecentada luego por el paro, hacen que el niño nunca encuentre un momento oportuno para descargar su miedo en otros hombros. Todo se lo guarda, se va transformando y hiere a aquellos que le quieren ayudar, como su hermana Louise, su hermano  mayor Tom, o su compañera Hanna, también acosada, sólo verbalmente, por su gordura.

Niko sabe por experiencia que existe una “diversión por lo malo”, pese a que una de sus profesoras sostenga la teoría de que siempre hay motivos para la maldad: “No hay un delito si no hay motivos, ni malos sin causa”.

Los malos, los acosadores, buscan cualquier motivo para ensañarse con Niko. Se meten con él porque no lleva calzoncillos Calvin Klein. “Todos ellos llevan calzoncillos de Calvin Klein, están de moda”. Le llaman “tipejo que compra en los mercadillos”. Le humillan porque su móvil no es de última generación. Le discriminan porque su nivel adquisitivo es inferior.

Y Niko cada vez se siente más hundido, más solo, más aislado. Piensa que nadie le creería. “Los adultos no pueden imaginarse que pasen estas cosas, incluso para mí es difícil creerlo”.

Con catorce años, a Niko ya no le importa el colegio, falta sin que su madre se entere, se vuelca en juegos agresivos de ordenador, se introduce en foros de suicidios y, finalmente, toma una decisión dramática. 

VALORACIÓN:

Es una novelita corta, impactante, tremenda, porque muestra todo el desvalimiento del que es diferente, todo el proceso de alienación y transformación  de un niño prometedor. Por distintos motivos, ni en casa ni en el colegio se percatan de su gran tragedia. Es verdaderamente dramático que en el colegio no sepan o no quieran saber nada.

“Se fueron detrás del muro, donde está la ‘tierra de nadie’ porque nadie vigila allí y se puede hacer lo que te dé la gana. Eso lo sabe todo el mundo y por eso no va ningún profesor” En toda la novela se percibe al profesorado como completamente ajeno a los posibles problemas de los alumnos. No sé si será una licencia novelística o la autora, que ha sido docente, muestra una realidad de las escuelas alemanas.


Ahí quedan ambas historias. Todos podemos pensar en ello. Personalmente me parece mucho más grave el acoso escolar. Los adultos siempre tenemos más recursos para defendernos, a nivel personal y legal. Los niños y jóvenes pueden hundirse en un pozo y no saber cómo salir. 





2 comentarios:

  1. Qué reseña más dura pero por otro lado qué buena. Sobre la primera parte solo decirte que es muy triste que hoy en día no se pueda demostrar lo que se vale porque en lugar de valorarte te cargan de faena y te hacen trabajar fuera del horario laboral. Una vez una compañera de trabajo vino a buscarme para que le enseñara a hacer una tabla de word, y a mitad de explicación me dijo "¿sabes? Mejor no me lo expliques porque como sepa hacerlo me lo van a exigir siempre" queda claro lo que quiero decir.
    Sobre el post literario ¡Enhorabuena! Está genial explicado pero en mi caso no leeré el libro porque soy demasiado sensible y lo paso realmente mal con este tipo de lecturas y si encima es una historia sobre violencia en niños todavía peor. Es horrible y no me veo capaz de afrontarlo porque me causa impotencia.
    ¡Besos!

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  2. Por si te animas con el libro, te diré que no te quedas con mal sabor de boca. Yo también me considero sensible con esas cosas y me asustaba un poco el leerlo, pero una vez conseguido, te diré que incluso es muy recomendable para jóvenes a partir de 13 ó 14 años.

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