Amor terrestre, amor extraterrestre

Esta mañana me he levantado un poco antes de lo normal. He salido con mi marido camino del metro. Él arrastraba una maletita roja y el ruido de sus ruedas sobre las aceras mojadas, se convertía en estruendo en el silencio de las calles solitarias. Veíamos poca gente en este miércoles de semana Santa. El metro tampoco iba lleno. En una determinada estación ambos teníamos que hacer transbordo, pero en sentidos opuestos. Un abrazo, un besito de despedida, y bajé a mi andén.

Con lo pronto que era, ya había un músico tocando una melodía animada, que he oído un montón de veces, pero cuyo nombre desconozco. Me ha alegrado la mañana de este día pre-vacacional y le he dado una moneda.

Ya en el andén he visto a mi marido enfrente, con la maletita, camino de la estación de tren. Le he lanzado otro adiós con la mano antes de que los vagones de mi metro me lo ocultaran.

He estado muy tranquila en el trabajo. O bien la gente se ha ido antes de vacaciones, o no se ha ido y se ha quedado en casita por la lluvia, o no ha cobrado todavía porque aún no es final de mes. Ha habido poco público, el trabajo ha sido relajado, ni siquiera el director nos ha podido contagiar su eterno agobio.

Había tanta tranquilidad que podía escuchar, y entender, lo que decían en la radio. Aparte de emitir música, en ese programa a veces llama gente para decir algo a sus seres queridos: "Eres lo mejor que me ha pasado" "Espero que puedas perdonarme" "Quiero que sigamos siendo amigas" "Eres la mejor madre del mundo" En fin, todas esas cosas que, gracias al buen hacer de los locutores, no llegan a caer en el más absoluto ridículo. Y es que es mejor decir las cosas cara a cara, que llamar a la radio o ir a la televisión para que se entere todo el mundo de tus intimidades. Aunque en la radio, bien es verdad, casi siempre son cosas positivas. La gente se emociona y todo. Yo noto cómo lloran a través de las ondas,  a pesar de las interferencias y del sonido poco nítido de muchas intervenciones.  

Hace un ratito he llegado del cine. He ido con mi hija a ver la película "The Host" (La huésped),  basada en una novela de Stephanie Meyer, la autora de la saga Crepúsculo. ¡Qué bonita! El mundo ya no es el de antes, formas de vida de otros planetas se introducen en los cuerpos humanos para intentar que la vida en la tierra sea mejor, más amable, porque estos nuevos seres consideran que la humanidad no es capaz ni de cuidar el planeta ni de cuidarse a sí misma. Pero hay quién se resiste. Una de ellas es Melanie, que no deja a su "huésped" tomar completa posesión de su mente. Hay una especie de "dos en uno", y a cada una le gusta un chico. Con este último detalle no penséis que es una ñoñería contínua. La trama está bien montada, hay paisajes desérticos muy bonitos y mucho mensaje sobre la bondad, la comprensión y la amistad. Quizá los chicos, por eso de hacerse los duros, la critiquen, pero seguro que en el fondo les gusta tanto como a las jovencitas (y a sus mamás).
                                  

            

Estoy empezando mis vacaciones de cuatro días. Me acabo de levantar para poner una pizza en el horno y voy a  acabar esta entrada rápido, para que no se me queme. Vacaciones sin mi marido, que está ahora cuidando a su madre lejos de aquí, contemplando nubes grises, cielos cambiantes, arenas mojadas y mar acerado. 

Yo lo pasaré bien. Él también. Nos echaremos un poquito de menos. Cuando llame esta noche le contaremos como ha ido nuestra primera tarde de vacaciones.

Quizá, si me pongo sentimental, se me ocurra llamar a la radio para que un locutor le diga: "Al otro lado alguien te quiere decir algo" Y mi voz, entre niebla radiofónica, le diría: "Cuánto te quiero".