"El lobo de Wall Street"

                            

Ayer tarde vi esta película. A medias. ¿Quién me mandaría a mí emplear  tanta energía en convencer a mi marido para ir al cine? ¿A él, que prefiere mil veces ver cualquier serie arropado con una mantita en el sofá, que desplazarse hasta el cine en una tarde lluviosa?

Pues él sí que aguantó estoicamente las tres horas de película, mientras que yo decidí irme a las dos horas y cuarto y esperar fuera.

¡Qué rollo, qué largo, qué diálogos soeces faltos de toda gracia! ¡Qué exceso de culos tetas y drogas!

Me he sentido engañada por el título y algunos comentarios de los periódicos. Iba pensando que vería los entresijos del mundillo financiero de alto nivel, carente de escrúpulos, pero lo único que he visto ha sido a una panda de drogatas que no se han quitado el “pelo de la dehesa”.

Podéis leer la reseña que os hago con total tranquilidad, porque es de esas películas en las que sabes desde el comienzo lo que va a pasar.

Jordan Belfort, jovencito veinteañero felizmente casado, entra a trabajar en una Agencia de Valores de Wall Street, empezando por el escalafón más bajo, cogiendo el teléfono. Ya el primer día uno de los jefes, al que parece que le ha caído en gracia, le invita a tomar algo y le dice que ellos, los agentes de bolsa, hacen que la gente compre a 5 y venda a 10. Los clientes son felices creyendo que ganan, pero los agentes han de procurar que ese dinero nunca vaya a sus bolsillos, sino que lo sigan invirtiendo en otros valores. Las ganancias se van incrementando y con ellas, las comisiones de los agentes, pero lo ideal es que el inversor nunca “haga reales” esos beneficios. Esas ganancias siempre han de estar sobre el papel, creando una falsa y ficticia sensación de riqueza.

En fin, todo un resumen de cómo se gestan muchos de los “blufs”  y burbujas que, al pincharse, no tienen nada dentro.

Y para conseguir esos objetivos y aguantar semejante estrés, le aconseja al jovencito Jordan que ha de practicar sexo individual al menos dos veces al día y  debe meterse cocaína para aguantar el tirón diario. La cocaína está presente casi en cada fotograma. 

Jordan progresa y, con su título de agente ya en el bolsillo, después de meses de estudio,(imagino que algo estudiaría, desde luego en la película el progreso es visto y no visto, cuestión de cambio de plano) comienza a ganar dinero. Pero viene un “crack” en  1987 (lo que son las cosas, yo ni me enteré en su día ¿en qué estaría pensando?)  y la Agencia de inversiones dónde trabaja se va a pique. Aconsejado por su mujer y en respuesta a un anuncio del periódico, se desplaza a no sé qué sitio de USA dónde hay una especie de Agencia de Valores en plan muy rural. Él desentona con su traje entre tanto rústico sudoroso y fumador. Allí se dedican a convencer a  pequeños inversores de las bondades de empresitas completamente desconocidas;  las inversiones son de poca cuantía, pero a cambio los márgenes para los agentes son muy grandes.

Jordan Belfort, con su labia, enseguida convence a pequeños y grandes inversores y comienza a amasar su fortuna. Decide crear su propia empresa, Stratton Oakmon, y se rodea de  unos socios faltos de todo glamour, pero buenos vendedores… de cualquier cosa.

                                 

                                              ¿Veis la cara de alelado del que sujeta el zapato?

                                     Ese es el primer socio. Todos los demás son del mismo estilo.

Lleva prostitutas a la oficina cuando hay que celebrar ganancias, toma drogas como si fueran gominolas, juega al “lanzamiento de enanos” contra una diana. De hecho la película comienza con uno de estos lanzamientos, y luego rebobina hasta sus inicios como bróker. Hay una voz narradora durante toda la película, que es la del protagonista. Sin pizca de sentimiento de culpa.

Seguro que os imagináis qué pasó con su esposa, ¿verdad? Harta de sus infidelidades, se divorcia. Él se casa con una rubia despampanante, creo que modelo, que es lo que se lleva, con la que tendrá dos hijos. Pero todos estos detalles de su vida, en la película pasan muy, muy rápidamente. Son detalles que aparecen entre culos, tetas, drogas. Otro detallito personal  y más tetas, drogas, culos, modelos, gritos, conversaciones sin pizca de gracia.

La palabra más repetida es “puta”, como adjetivo que acompaña a cualquier sustantivo (puta mierda, me cago en la puta, puta droga, puto dinero)  Imagino que en la versión original se oirá “fuck” en todo momento, que para los americanos también es una palabreja muy versátil.

El caso es que el FBI ya imagina que algo turbio hay detrás de tanto dinero fácil y le van a hacer una visita a su yate de súper lujo con helipuerto incluido. Cuando el protagonista se da cuenta de que los agentes  son incorruptibles y no se han dejado tentar ni por el dinero ni por los culos duros de las dos modelos que se pasean ante ellos, se enfada y lanza billetes por la borda como si fueran cromos, mientras los agentes se alejan.

Como se ve perseguido, se lleva mucho dinero a Suiza. Hay un encuentro con una tía de su mujer en Hyde Park, en Londres. La tía le ayuda llevando dinero a Suiza y siendo una “mujer de paja”. Es tanto el ego del protagonista, que se cree que la madura tía está colada por sus huesos. Una escena tonta, como tantas otras, necesaria para llenar las tres interminables horas de proyección.

Tres horas que yo no aguanté. Los últimos tres cuartos de hora los “disfrutó” mi marido solito. Y es que la escena sentimentaloide en la oficina, en que todos le aplauden y en que se presenta como un benefactor de una pobre madre soltera a la que contrató en su día y que ahora puede lucir carísimos trajes de Chanel, superó mi capacidad de resistencia. Había hecho varios amagos de irme, pero decidía dar otra oportunidad a la película. Pero ver la lagrimita tonta en el ojo de Leonardo di Caprio, el imbécil lanzador de enanos, me hizo odiarlo a él, odiar la película y odiar al personaje en el que se ha inspirado.

Y es que Jordan Belfort existe, fue un bróker venido de la nada, ganó importantes sumas de dinero, estuvo metido hasta las cejas en drogas y se acostó con todo tipo de prostitutas. “Jugaba” a lanzar enanos contra una diana, lanzó billetes de 100 dólares por la borda de su yate y estrelló su helicóptero en el jardín de una finca porque lo pilotaba demasiado borracho. Sí, igual que se refleja en la película.

                             

                                            Éste es el Jordan Belfort real y éste es su libro.

Es el autor de “Lobo de Wall Street”, el libro en que se ha inspirado la película. Mi marido me contó el final. Posiblemente lo imaginéis y, si no, buscad en Internet detalles del Jordan Belfort real y ahorraos ver una película excesivamente larga y tremendamente vulgar.