Hoy me he quedado "ojiplática", a cuadros, asombradísima. Sabía que hay gente pretenciosa y "snob" y gente pelota y servil, pero no a estos niveles.
Un cliente decidió cambiar sus apellidos. Voy a ser más precisa: cambiarlos no, alargarlos. A algunos les parece que para estar en la élite empresarial, cultural o política hay que tener apellidos acordes con ese status. Y para ellos un apellido largo y lleno de conjunciones y preposiciones otorga prestigio.
Valgan como ejemplo los apellidos del difunto banquero D. Emilio Botín Sanz de Sautuola y García de los Ríos, que los fue empalmando unos con otros para que no se perdiera ningún apellido de sus abuelos. Una exageración; esta barbaridad no hay base de datos que la aguante.
A mi cliente, Jesús Antonio García Gordo, no le debió parecer glamuroso alterar el orden, que es lo más fácil. Aunque Gordo es un apellido mucho menos frecuente que el mundialmente conocido García, tiene connotaciones que no le debieron de gustar a D. Jesús Antonio, que siempre va hecho un pincel, con trajes a medida y músculos de cincuentón trabajados en ginmnasio. ¿Gordo de primer apellido? Ni soñarlo. Es más, convendría relegarlo al final de esa retahíla de nombre y futuro primer apellido compuestos que ya pergeñaba en su cabeza.
Se le ocurrió apropiarse del segundo apellido de papá: Palacio. Aunque el padre hubiera sido un modesto charcutero en un mercado de barrio, su apellido era digno de gente de la nobleza. ¿García-Palacio o García del Palacio? ¿Guión o preposición? Cualquier opción fardaría más en su tarjeta de visita que un García mondo y lirondo.
Cuando un ciudadano quiere hacer cambios de este tipo ha de demostrar que se le conoce habitualmente por el nuevo apellido. Jesús Antonio García había de demostrar ante quien correspondiera que durante años y años se le conocía por Jesús Antonio García-Palacio.
Y habló con el director de la sucursal.
-Mira Augusto, ya sabes que quiero mantener por cuestiones familiares el segundo apellido de mi padre, Palacio, que se va a perder...
Pues claro que se va a perder, como los apellidos de todo hijo de vecino; es que no podemos conservar todo lo viejo. Esto lo digo yo, claro, no Augusto, que enseguida se solidarizó con el falso sentimentalismo de Jesús A. Si es que a mi jefe se las cuelan todas, todas, todas. Y le utilizan.
Augusto comprendió ese exacerbado amor paterno-filial que pretendía, con gran esfuerzo, restaurar para sus descendientes el glorioso apellido "Palacio". Y no dudó en hacer una trampa a petición del amante hijo descendiente del charcutero.
Escribió unas cuantas cartas con membrete y remite del Banco, fechadas en distintos años, selladas, y dirigidas a D. Jesús Antonio García-Palacios. Ciertamente no decían nada comprometedor: pedían una cita para hablar de las inversiones, informaban de que la tarjeta estaba a su disposición en el Banco o le comunicaban que Augusto era su nuevo gestor bancario.
Con esas cartas falsas nuestro cliente conseguirá demostrar que era conocido por ese nuevo apellido desde tiempos inmemoriales y conseguirá el cambio. Lo que no sé es si aprovechará algún ascenso en su fulgurante carrera profesional para estrenar su nuevo y esplendoroso apellido entre gente nueva. Quedaría un poco ridículo que sus compañeros de trabajo de toda la vida, los que le han conocido por García Gordo, se encuentren de la noche a la mañana con esta reconversión en García-Palacio G. Sí, pongo G punto, porque al Gordo le queda poco recorrido visto el postureo de este hombre.
Ahora se dice Menéndez Pelayo, pero cuando yo estudiaba (hace mucho ya, buuf) se decía Menéndez Y Pelayo. Bueno y no digamos de Ramón Y Cajal. Vamos que parecen dos personas distintas pero son una sola verdadera. Se ve que al concederles un título se podían colocar preposiciones y conjunciones para enaltecerse.
ResponderEliminarMás cerca aún. En 1970 Una persona, al saber que yo era de Burgos me preguntó “quién es el arzobispo de Burgos?” yo que estaba muy puesto, respondí al instante Segundo De Sierra Y Méndez. Pues ése, es de mi pueblo y las letras se las ha puesto él que es un soberbio y en el pueblo no le pueden ver. Tiempos más tarde hubiera podido decirle yo unas cuantas cosas más y nada buenas de este pretencioso, pero eso no toca ahora.
También Marichalar se agregó (o le agrearon) la preposición "de" a su apellido. Todo sea por tener mayor lustre. Saludos,
ResponderEliminarNo me lo puede creer, ¿en serio? Qué triste, ¿no? tener que recurrir a estas cosas para sentirse mejor, o más importante, o más... ¿pez GORDO? En fin, "cosas veredes". Abrazos.
ResponderEliminarEs totalmente verídico, pero he cambiado los apellidos, claro. Un abrazo.
ResponderEliminarLo que no ocurra o pase por tu sucursal Zarzamora...Ya no me extraña nada de nada.
ResponderEliminarSomos hijos de la soberbia y el postureo parece ser. El selfie parece ser la versión fotográfica del mismo problema.
Un abrazo.
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ResponderEliminarHola Zarzamora, te tengo abandonada. He leído tu comentario en mi blog esta mañana y me he acordado de visitarte. Esta historia que nos cuentas y que dices que además (como todas) son las que conoces por tu trabajo, está genial, tiene ese toque tuyo. ¿Cuántos apellidos se habrán cambiado la gente para aparentar? y no te digo en el mundo público... Bueno a este señor lo de gordo, está claro que no le encajaba, pero ¿y lo contento que lo ha puesto tu jefe? Te cuento que yo me llamo Alabarce de primero, es oriundo de aquí, del sur de Granada. Menudo cachondeo cuando era jovencita, bueno desde niña. Lo he llevado bien. Yo estoy segura que comenzó como Alabarse, y después como aquí no pronunciamos las sss, pues quedó así. Glamour poco, jeje, pero ahí lo llevo, muy a la usanza de la tierra. De hecho son los dos apellidos de Granada, eso si que es llevar el nombre con gracia jeje. Bueno, otra cosa, que no te cortes cuando te apetezca pasarte a leer por mi blog, no hay más constructivo que un comentario sincero. Un abrazo graaande
ResponderEliminarMe alegra mucho tu visita. Eres un encanto, aceptando así de bien todas las opiniones. Un abrazo.
EliminarQué de problemas nos quitaríamos de encima si se acabase esa obsesión de algunos por no perder nombres, tradiciones, lenguas, purezas culturales o cualquier otra tontuna. Si todo el mundo fuese así, seguiríamos viviendo en cuevas sin comunicarnos con nadie para no perder nuestro "hecho diferencial".
ResponderEliminarUnos no quieren que se pierda su apellido, otros se empeñan en no perder la tersura de su cutis, los hay que luchan por mantener su cabellera a toda costa, incluso existe gente que construye magníficos mausoleos para que se les recuerde eternamente cuando ya no estén entre nosotros. La memez no conoce límites cuando el orgullo fatuo rige nuestra vida.
Muy de acuerdo... aunque yo sigo intentando conservar mi cutis con alguna cremita. Puro efecto placebo, sin duda. Un abrazo.
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