Hace ya bastante tiempo publiqué algunas entradas dictadas por mis experiencias. Eran premonitorias, pero yo pensaba que el proceso sería más suave. En aquel año (2014) yo decía que No habrá Bancos para viejos. Posteriormente, en 2018, hace poco más de dos años, ya me consideraba En peligro de extinción. (Pincha en el texto rojo si lo quieres leer)
No tengo una bola de cristal. Mis predicciones eran bastante evidentes. Soy, en mi sector, tan lista como Bill Gates cuando dijo que las próximas crisis no serían por guerras sino por un virus contagioso.
Este virus, acompañado de su corte de miedo y obediencia ha acelerado los objetivos del Banco. Los clientes estaban (están, pero ya menos) recluidos en casa. Las sucursales abiertas son pocas. La única solución ha sido funcionar con tarjetas y con claves para operar en remoto. Al cliente se le ha puesto todo muy fácil desde los centros de atención telefónica.
También el Banco se ha zambullido en la piscina del teletrabajo a gran escala sin una ducha previa. Y no ha habido corte de digestión. Los resultados son muy satisfactorios en general.
En las sucursales cerradas no está habiendo gastos de energía, comunicaciones, agua, limpieza, material de oficina. En un primer momento de caos muchos compañeros carentes de teléfono de empresa usaban el suyo propio para ponerse en contacto con la clientela desde su casa.
El que trabaja en casa se ahorra los gastos y el tiempo de desplazamiento, el coste del desayuno en la cafetería de al lado (cuanto añoro yo ese ratito de relax). No necesita corbata ni vestuario bonito. Se puede trabajar en chándal, pijama, zapatillas... Puedes poner una lavadora y dejar al fuego un cocido en el tiempo que gastarías en el metro y tender la lavadora y controlar el guiso en los 20 minutos de relax de tu jornada. Yo me apuntaría a un día o dos a la semana de teletrabajo, pero necesito la vidilla de salir fuera, la verdad. Quiero contacto humano aunque sea con mascarillas y a dos metros de distancia.
Los empleados que hemos trabajado desde casa y, o, presencialmente, cuando nos tocaba, hemos intentado ayudar a todos nuestros clientes, vía contactos por correo electrónico o por teléfono, y solventar dudas e incidencias.
Los contratos nuevos, los préstamos, las inversiones... todo quedaba colgado en la página del cliente para su conformidad digital.
Y en las sucursales abiertas lidiábamos con los últimos reductos de "resistencia": los ancianos que se niegan a tener claves o a que las tenga algún familiar de confianza para ayudarles en situaciones como esta. Son viejecitos intrépidos a los que les va la marcha y en esta época pandémica, cuando aún no tenían asignadas horas de paseo, ellos se organizaban una nueva rutina para ocupar el tiempo y tomar el aire: súpermercado, farmacia, banco, en este u otro orden.
Mi Banco dice que poco a poco se van a ir abriendo todas las oficinas y recuperaremos una cierta rutina -detesto eso tan repetido de "nueva normalidad"- Insiste en que tenemos que estar cerca del cliente no solo telefónica, sino físicamente, y que no hemos de temer por nuestro futuro laboral. Reitera que los "equipos" -cómo les gusta esta palabra- han funcionado perfectamente, con responsabilidad y eficacia.
Agradezco todos estos esfuerzos para tranquilizar a los empleados. Debo decir que no tengo queja de como los directivos de mi empresa han gestionado todo en estos meses convulsos. Si los políticos hubieran reaccionado tan bien y tan eficazmente como lo han hecho tantos negocios quizá la situación ahora sería otra.
El caso es que la "digitalización", eso que en oficinas a veces nos costaba mucho hacer porque los clientes se negaban a tener claves, preferían bajar a hacer las operaciones presencialmente, decían que no sabían, que era un lío... ya está aquí instalada masivamente. En dos meses, y por azar de un maldito virus, el Banco ha conseguido un objetivo que en circunstancias normales le hubiera costado aún uno o dos años más.
Soy una afortunada en estos tiempos por trabajar en este sector. No temo por mi empleo y si prescinden de mí será con compensaciones justas por los muchos años trabajados ya.
Pero como cada vez el trabajo de caja y administrativo va a ser menor, imagino que me van a reconvertir en breve en comercial y eso no me gusta nada de nada.
Mi jefe actual, Beltrán Quilo, asombrado por el conocimiento tan preciso que tengo de toda la clientela me decía el otro día:
-Si tú quisieras y te lo propusieras venderías mucho más que Claudio, que Roque y que yo juntos. Los clientes te conocen y te quieren.
Ese comentario puede ser halagador pero implica que la gente puede sentirse "obligada" a contratar algo dependiendo de quien se lo ofrezca, sin un convencimiento firme. Y ese podría ser el primer paso para que dejen de quererme y su confianza en mí se derrumbe.
Cómo te entiendo, Zarzamora. Yo también echo de menos el contacto humano, y eso que los compañeros no me vuelven loca, precisamente. Pero si pega la hebra con alguien, aunque sea un poquito. Este virus nos ha transformado a todos, y nos ha puesto a prueba en muchas cosas. Nunca he dudado de la capacidad del españolito de a pie, en general, el problema es de quienes nos gestionan. Abrazos.
ResponderEliminarMe toca nuevamente dos semanas de "contacto humano". La pega es que cada vez me envían a una oficina diferente y me siento un poco nomada.
EliminarUn abrazo.
Ya iremos viendo lo que cambia el panorama después de esta crisis.lo que voy teniendo claro y según soplan los vientos, es que poco volverá a la normalidad que ya conocíamos antes.
ResponderEliminar¡Eso sí! lo que no variará ni un ápice será la actitud de nuestros políticos: A su bola.
Un abrazo.
Pues sí, tenemos unos políticos y unos "expertos" que no merecen el buen comportamiento general y la obediencia de todos los ciudadanos. Un abrazo.
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