Cuando yo era pequeña y los hermanos nos portábamos mal o alborotábamos, mi madre, en ocasiones extremas, nos amenazaba con un "internado" o con "llevarnos a colonias" en verano, alejados del cómodo nido familiar.
Nunca tomamos en serio esas amenazas, nos parecía monstruoso ser niño y estar durante todo un curso alejado de los tuyos. Igual de horrible era para nosotros ir a campamentos con niños desconocidos. Era más gratificante vaguear en familia, escaquearnos cuando la abuela pretendía que hiciéramos deberes en verano, y disfrutar en nuestra azotea con nuestra mini-piscina de plástico y nuestros juguetes. Oír hablar de "niños scouts" en tiendas de campaña nos causaba una aversión profunda. Teníamos la completa seguridad de que nuestros padres no nos enviarían lejos de ellos bajo ningún concepto.
Todavía no sé si eramos niños raros o niños normales. Lo que es cierto es que ahora somos adultos que nos sabemos relacionar bastante bien con los demás y no somos unos "setas", como mi compañera Lupe define a los serios, inexpresivos, que están sentados en una mesa con la misma cara de sieso durante toda la jornada laboral.
En la familia de mi marido he conocido historias tristes de internado. Algunos de mis cuñados han ido a internados en su tierna infancia, con ocho o diez años. En los años sesenta esta opción se presentaba en algunas familias de escasos recursos y residentes en pueblos, como la única alternativa para que un niño inteligente pudiera estudiar. Normalmente había plazas gratuitas para ellos en internados religiosos. Pero se pasaba mal, no porque los curas o monjas fueran malos, ni pegaran -creo que hay mucha leyenda negra al respecto- sino porque a esas edades se echa de menos a los padres y hermanos y las soledades se viven con mayor intensidad.
Este comienzo de curso he hecho varias transferencias al extranjero, a internados -imagino que de postín- en Inglaterra o Irlanda. Allí envían algunos de mis clientes a sus críos de 11 años a pasar todo un curso.
No es gente de un status social elevado, ni de familias con pedigrí nobiliario, no son hijos de padres que hayan ido a internados y quieran perpetuar en sus vástagos esa educación elitista. No son niños vagos, revoltosos que, como Froilán de Marichalar Borbón, son enviados lejos a ver si mejoran o, al menos, consiguen el aprobado que aquí se les niega. Es difícil suspender a un niño cuyos padres han pagado tanto, tanto...
He analizado como son los padres de esos infantes. En general son nuevos ricos, o ellos creen que son nuevos ricos, porque la realidad es que tienen muchos ingresos pero también muchas deudas. No son un ejemplo de administración eficiente.
Le dan mucha importancia al inglés, y a la educación de sus hijos. Sus niños han ido a elitistas colegios privados. No sé si porque los colegios son verdaderamente buenos o porque en esos colegios pueden alternar con los hijos de gente importante a nivel social, político, económico... Los padres están poco en casa porque trabajan mucho para ganar mucho y dar una educación espléndida a sus hijos. No les ayudan con los deberes, para eso tienen clases particulares extra. Sin olvidar la equitación, natación, ballet y todo lo que se nos pueda ocurrir como actividad extraescolar.
El nivel educativo de los padres varía. Todos tienen una carrera, pero algunos han tardado ocho años en acabarla y han conseguido el empleo por ser "hermano o hijo de..." Otras trabajan en la empresa familiar. Alguno es funcionario y no sabe nada de inglés y, claro, le parece básico que su hijo se convierta en "casi nativo" con la inestimable ayuda del internado. También tengo el caso de una abuela, cuyo regalo a los nietos es un curso de internado al cumplir 11 años.
Todos piensan que el futuro es incierto, que la competencia laboral será feroz, que hay que preparar a los niños desde su más tierna infancia, que si además de inglés saben chino, mejor. Quieren que sus hijos tengan trabajos buenos, muy bien pagados e intentan prepararlos y encauzarlos cuanto antes.
Uno de los clientes -típico ejemplo de "quiero y no puedo"- ha hipotecado su casa para conseguir el dinero necesario para el internado de sus dos vástagos. Todo sea por la educación de los críos: un sacrificio que hacen con gusto aunque deje temblando de forma absurda su economía.
A algunos les he preguntado cómo se sienten sus hijos ante este exilio obligatorio a tan tierna edad, ante esa estancia sin padres, sin hermanos, en otro país y con nuevos amigos.
Los padres me dicen que son niños muy maduros y que asumen que es lo mejor para su futuro. Imagino que habrá habido un buen lavado de cerebro antes de que las criaturas tengan esta opinión.
A esa edad ningún niño debería valorar qué es lo mejor para su futuro. Sinceramente, creo que no deberían pensar en el futuro, sino disfrutar del presente, con sus padres, con sus amigos, en su casa, en su ambiente. Deben ser felices y no convertirse en unos mini-yos de unos padres con frustraciones, que quieren que sus hijos dominen el inglés que a ellos se les atascó, el esquí que no disfrutaron, la equitación que en su tiempo no estaba de moda. Quieren para sus hijos unos contactos sociales tempranos, que ellos ya consiguieron tarde, les fuerzan en la niñez a una autonomía que a ellos les llegó ya bien entrada la juventud. Son padres que organizan y encarrilan rigídamente la vida de sus retoños cuando ellos, en su juventud, consideraban la rebeldía el motor del mundo.
Son padres, en definitiva, instalados en un aburguesamiento total que luego critican tomando cervezas con los amigos, porque ellos se creen muy modernos y muy del siglo XXI. Quieren a sus hijos pero prefieren tenerles muy ocupados y no les importa alejarles de la familia un año... o más.
Confío y deseo que estas criaturas no formen parte de las nuevas élites que en un futuro tendrán el poder económico, político, social... Porque ni van a estar tan preparados, por mucho inglés que sepan, ni van a conocer la realidad de esta España en que ellos serán una minoría demasiado competitiva.
hola! que acertado tu post con cuantas verdades, nos encanto y compartimos!! gracias, saludosbuhos
ResponderEliminarLa verdad que es como una peli sobre una distopía futurista. Está muy bien querer dar a tus hijos la mejor educación, pero se les olvida educarles como seres humanos y transmitirles ciertos valores que solo se aprenden en la familia, no en el internado. Y con 11 años, por Dios santo. Qué desolador. Curiosamente, suelen ser padres que luego se quejan de la sociedad capitalista y consumista. En fin... "Es lo que hay". Abrazos.
ResponderEliminarCon 11 años son tan niños... Luego a lo mejor les dura la adolescencia hasta los 30. Pero de momento los padres quieren que maduren pronto. Un abrazo.
EliminarHola Zarzamora!!! esa que estupenda publicación compañera, debería de mandarla a algún medio periodístico en esa sección de opinión. Has clavado esta realidad, al menos lo comparto al cien por cien, y los has hecho con tal naturalidad, partiendo de esa niñez que conoces bien para trasladarla a esa otra que te "roza" diariamente, un fiel reflejo de nuestra sociedad actual "los nuevos ricos" no, la España "anclada" capaz de hipotecar no solo la casa sino la vida de un crío/cría. Muy buena reflexión, y me repito: ta animo a publicarlo en algún periódico u otro medio periodístico. Un futuro incierto se nos avecina y espero que los valores puedan anclarse y no se vayan de orilla a orilla que al final pierdas el norte. Ay que me voy...Un abrazo.
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