En una entrada anterior os hablé de Claudio Bobo y de esa especial relación amor-odio (puramente laboral) que nos une. A veces le daría de guantazos y, luego descubro en él un comportamiento tierno e infantil que me desarma, como cuando propuso jugar al amigo invisible la próxima Navidad para mejorar el ambiente de la oficina.
Una de cal y otra de arena. O de agua, como el otro día. Al llegar a la sucursal, agua de procedencia desconocida chorreaba hacia el sótano y formaba allí un charco considerable. El portero de nuestro edificio vio enseguida que el origen era una tubería de la finca colindante. A media mañana vinieron el conserje y el perito de la parte "contraria" a examinar los daños. Dio la casualidad de que no estaba Lupe, que es la que se encarga de estos asuntos, y el único libre era Claudio.
-Miren Vds. -les espetó con su calma habitual y cierto tonillo superior mientras se ajustaba la chaqueta- esto es un Banco, con medidas de seguridad y Vds. no pueden entrar aquí así porque sí, cuando les parezca, a examinar nuestras dependencias privadas. Tendrán que entrar cuando nosotros digamos, y con las debidas autorizaciones. La seguridad de este Banco no puede tomarse a la ligera.
Los visitantes no daban crédito. Estaban allí para solucionar nuestras humedades (inundación para ser exactos) cuanto antes. Cierto, nosotros éramos inocentes en esa catástrofe, pero lo normal es dar facilidades cuando vienen tan rápido a examinar la situación, no ponernos tontamente legalistas como hacía Claudio.
Por la sucursal pasan electricistas, encargados de los extintores, técnicos de aires acondicionados, empleados del agua, del gas, limpiadoras, cristaleros... Nunca ha pasado nada.
El perito y el conserje estaban en estado de "shock" en medio del patio de operaciones, sin saber muy bien como reaccionar, cuando llegó el director y, sin hacer muchas preguntas, les acompañó en su peculiar visita acuática.
Cuando llegó Lupe, Claudio le contó lo que os acabo de narrar sin pizca de arrepentimiento (por eso sé lo que hablaron, que yo estaba atendiendo a clientes mientras él se despachaba con sus normativas) y además añadió:
-Ah, Lupe, es que aunque hubiera querido acompañarles, no sabía qué enseñarles.
-Pero bueno Claudio -casi bufó Lupe- ¿Tú todavía no has visto el charco del sótano? Con que tengas un mínimo de olfato vas siguiendo el olor a humedad y llegas al lugar, que no es tan difícil. Es que no me puedo creer lo que me cuentas, de verdad. Si no llega a venir Augusto ¿Qué hubieras hecho?
¿Ponerte en ventanilla y que les acompañara Zarzamora, que ella sí sabe donde está la avería?
-No, Lupe, en ventanilla no.
-Sí, Claudio, en ventanilla sí, porque soy la subdirectora y te lo puedo mandar.
Nuevamente Claudio rotó un poco los hombros, se encajó las hombreras de la americana, se estiró los puños de la camisa y respondió ufano.
-He tenido una grave enfermedad y no puedo tocar billetes que suelen estar llenos de gérmenes. Es peligroso para mi salud.
Llegados a este punto Lupe y yo nos reímos como locas y le aconsejamos que pidiera la incapacidad total y que se metiera en una burbuja.
Y ahora, una de arena, o de... gafas, para que no penseis que es un completo imbécil. Bueno, aunque sea algo bobo, incluso con los necios se pueden tener cosas en común. Y yo tengo algo importante en común con Claudio: las gafas progresivas.
-Claudio ¿Tú usas gafas progresivas, a que sí? -le dije un día.
-Sí -me dijo mientras me miraba sorprendido por mis dotes adivinatorias- ¿Cómo lo has sabido?
-Te sientas muy recto y echas un poco la cabeza hacia atrás para poder ver el ordenador. Como la pantalla está cerca, tienes que mirar por la parte inferior de la gafa, por eso tú cabeza siempre está bien levantada.
La problemática de las gafas progresivas y las pantallas nos ha unido mucho. Me ha gustado comprobar, que en ese aspecto los dos tenemos los mismos problemas, pese a que los ópticos nos insistan en que hay que "saber mirar", que las progresivas "hay que ponérselas siempre y a todas horas para acostumbrar al cerebro", que una pantalla la tienes que ver con progresivas igual de bien que con cualquier otra gafa...
¡Mentira! Las progresivas son un buen invento para evitar el cambio constante de gafas, pero tienen sus inconvenientes. Por la parte superior se ve bien de lejos, tienes otro enfoque en la zona media de la gafa y, en la parte baja se ve bien de cerca. Pero una pantalla de ordenador, que está a una distancia cercana y que tienes frente a ti, en vertical, la ves por la zona alta o media de la gafa, que está pensada para ver de lejos, y de ahí que todos los gafotas progresivos levantemos la cabeza para ver por la zona inferior (la de visión cercana) y acabemos con dolores de cuello al final de la jornada.
Para mi la solución sería tener portátiles, que se leen como un libro, o tener pantallas incrustadas en la mesa, como tienen en muchos comercios. En ambos casos la pantalla está más horizontal. O usar unas gafas específicas para esa distancia, sin progresiones, que nos permitieran ver la pantalla nítida al completo y no por partes.
Pero en las ópticas seguirán diciendo que la culpa es nuestra, que no usamos bien estas maravillosas -y carísimas- gafas progresivas, que nos las quitamos y nos las ponemos y volvemos loco al cerebro. Si no fuera por el miedo que me da el quirófano, con lo que me he gastado ya en gafas, me habría pagado una operación de presbicia.
En fin, "progresivamente", poco a poco, voy encontrando cosas en común con Claudio. Los bobos también usan gafas.
Ja,ja,ja. Es divertido que lo único en común que tienes con tu compañero de trabajo sean las gafas.
ResponderEliminarLo de la fuga de agua es una anécdota divertida que ha puesto en evidencia la insensatez de ciertas normas y protocolos de seguridad, que deben saltarse para salvaguardar otros intereses más inmediatos y prosaicos.
Un abrazo Zarzamora.
También tengo en común una edad muy similar, pero somos muy diferentes. Yo no soy tan escrupulosa como él en cuanto a suciedades. ¡No se puede vivir siendo tan histéricamente relimpio! Un abrazo y gracias por pasarte.
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