Clara se marcha y la emisora sigue lanzando al aire los más novedosos temas musicales. Yo desde mi puesto casi no la oigo y, los demás, bastante más cercanos al aparato, no se inmutan. Igual les da escuchar a Raphael que lo último de Justin Bieber. Les es indiferente oír el sonido nítido que plagado de interferencias. A veces sale Augusto de su guarida y apaga la radio o le baja el volumen.
-¡Esto es un Banco, no una discoteca! -brama cargado de razón.
Este otoño -inicio de curso, cargamento de buenas intenciones, obsesión por estar en forma- me he apuntado a un gimnasio cercano al trabajo. Me hacían un precio muy bueno y las instalaciones son nuevas. Llevo ya más de un mes y no creo que dure mucho, al menos en algunas clases. Yo ya no sé si estoy en un gimnasio o en una discoteca. La sala de clases grupales tiene ¡unos 10 altavoces! para un techo como el de nuestras casas, no más alto. El profesor ¡lleva un micrófono para hacerse oír!.¿No sería más fácil bajar el volumen de la música? La media de edad es de unos 40 años, ya somos talluditos para esos estruendos. Pero los chavalotes que nos dan la clase son jovencitos y, a mis peticiones de que bajen un poco el volumen -casi por señas, porque es imposible escucharse- dicen que así se lleva mejor el ritmo, que es una clase de zumba, o de ciclo, o de lo que sea, y que el volumen adecuado es ese, para generar más energía y más velocidad.
Me siento sola en esta lucha. He puesto una queja y todo sigue igual. Y no es que yo escuche la música en tono susurrante. En casa, cuando a veces me he puesto algún disco de esos de hace un montón de años, tipo "Caribe mix" para que me ayude en mi gimnasia casera, en seguida vienen mi marido, o mis hijos, me dicen que si estoy sorda, y bajan el volumen.
Además, dónde esté mi Caribe mix, que se quiten esas músicas raras que ponen estos jovenzuelos, que parece que están arañando pizarras y todo se reduce a un ritmo machacón repetitivo e inaguantable. Así me siento, como el personaje de "El grito" que creo que era el mismo Munch, en un ataque de pánico existencial que le sobrevino al cruzar un puente. Lo mío, afortunadamente, tiene mejor solución: dejar de ir a esas clases torturadoras.
Y es que no tiene sentido mejorar los músculos y empeorar el oído. No sé cómo acabarán algunos de estos muchachos, forofos de la música a todo trapo.
Parafraseando a Augusto, yo también digo: "Esto es un gimnasio, no una discoteca". Pero a mi nadie me hace caso.
Ahora me explico muchas cosas: de ahí esas caras de panolis que llevan algunos, es porque acaban de salir del gimnasio con la música a toda pastilla. La energía la tendrán activada, pero la neurona se les ha quedado asustadita, la pobre. Huye mientras puedas. Abrazos.
ResponderEliminarGracias por el consejo. Creo que huiré. Me da rabia porque los ejercicios me gustan pero siento imbécil por aguantar es música atroz. Un abrazo.
EliminarMe temo, Marisa, que los que salen del gimnasio con cara de panolis es que lo son de verdad. A propósito, yo soy de los que, hace ya muchos años, confundía la gimnasia con la magnesia. Volviendo al asunto, soy también de los que tienen a hablar un poco alto, probablemente debido a mi sordera. Tengo un familiar que cuando coincidimos y refieriéndose a mí, suele decir "vamos a hablar todos un poco más bajo" Entonces me da por ho hablar. Réprobo...
ResponderEliminarNo sé, no sé...Creo que conozco a ese familiar. Una fisioterapeuta amiga me dice que lo peor para la salud es el deporte excesivo, que produce muchas lesiones. ¡Y eso que omite las lesiones de oído de estos gimnasios discotequeros! Un abrazo.
EliminarComo todo, chicos, en su justa medida: la gimnasia, la magnesia y el volumen de la música... ;D Abrazos.
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