Hace mucho que no os cuento anécdotas de Augusto, el director de la sucursal. Para satisfacción de todos sus subordinados, entre los que me incluyo, está ausente por una baja de larga duración. Baja causada por motivos físicos, no psicológicos, que a Augusto le va la marcha, disfruta pasando gran parte del día en el Banco y no se deprime por ello.
Nos enviaron a un joven director de "gran recorrido" para sustituirle: Alejandro Joven Promesa. Lo primero que hizo fue subir los estores de su despacho y permitir que su interior quedara bien a la vista de la clientela. Operación transparencia. Eso me gustó pero, como todos los directores, independientemente de la edad, ignoraba al personal administrativo -una servidora- y, muy de vez en cuando, cuando yo ya estaba con el abrigo puesto, el bolso al hombro, y dispuesta a marcharme, me preguntaba si había cuadrado bien. Cuadrar bien significa que ni me sobra ni me falta dinero en caja. ¡A buenas horas se interesaba por mí y por mi trabajo! No me quejo, prefiero que me ignoren a que me den la tabarra.
Alejandro, poseedor de juventud y de una cierta retranca, consiguió que la comida de Navidad de la sucursal fuera agradable, sin discusiones y con muchas risas. Augusto, convaleciente ya por esas fechas -¡hay que ver lo rápido que pasa el tiempo, ya estamos en marzo!- no sé bien si no pudo o no quiso ir, pero fue debidamente invitado. Aunque, vistas algunas experiencias anteriores (comidas indigestas, el salvador del mundo) todos nos alegramos de su ausencia.
A Joven Promesa, que parece que va a tener una carrera bancaria meteórica, le asignaron una sucursal definitiva. La nuestra era un inciso, un peldaño, una breve práctica en su camino ascendente hacia sucursales de más categoría. Alejandro Joven cogió su ficus, la foto de su mujer y se despidió un poco al estilo de esa canción de Nino Bravo, "...me voy pero te juro que mañana volveré..."
En fin, que se iba pero que podíamos contar con él, que pasaría de vez en cuando por la sucursal -que nuevamente se quedaba sin director, pues Augusto sigue ausente- y que no nos dejaría a nuestra suerte.
Lupe, subdirectora y máxima responsable ahora de esta sucursal "descabezada", se quedó más tranquila. Alejandro iba y venía. Despachaba unos asuntos aquí, otros en la nueva sucursal. La verdad es que nadie sabía dónde paraba. Pensando mal, era una estrategia perfecta para trabajar poco y aparentar mucho.
Lupe necesitaba disponer de un día por asuntos familiares. No un día de regalo, sino un día descontado de sus vacaciones. A la muy pava no se le ocurre otra cosa que ponerlo en conocimiento de este director que ya no es nuestro director. Y Alejandro Joven, el "no director" le dice:
-Lupe, no, de ninguna manera, no puedes coger ese día. Da la casualidad de que en esa fecha yo no voy a poder pasarme por vuestra sucursal y solo falta que el director de área se entere y nos caiga una bronca.
-Alejandro -respondió Lupe totalmente consternada- el resto de compañeros está de acuerdo, estamos a mediados de mes y no hay mucho follón. Necesitaba ese día.
Mi jefa hubiera podido agregar que sus idas y venidas como bi-director de dos oficinas no ayudaban a una mejor gestión del trabajo, sino que incordiaban y alteraban el ritmo normal, y que tanto su ausencia como su presencia -de una hora, cuando aparecía-, realmente le daba igual. A ella y a todos.
Pero, sumisa como la Anastasia de Grey, se calló y acordó con Joven cual era el mejor día para ausentarse. Después, comenzó una carrera contra reloj para reorganizar sus planes familiares y acomodarlos a la nueva fecha.
Afortunadamente, la nueva sucursal ya absorbe todas las energías del joven Joven y ya no nos visita. La tranquilidad impera. Lupe ha tenido que ausentarse algunas horas por temas médicos y no ha pasado nada. Hemos sobrevivido perfectamente. No echamos de menos a Alejandro Joven y contamos con angustia los días que faltan para que se incorpore Augusto. Y es que sin "Augustito" estamos tan "a gustito"...
Tu descripción del joven director me ha recordado a mis largas marchas en bicicleta por la montaña, con cadencia de subida sufrida pero continua... y de pronto un golpe de aire, o directamente aire en contra. Entonces, es cuando el sufrimiento asumido se vuelve calvario y penar.
ResponderEliminarEstos imprevistos "compañeros" de corta, pega son de lo más incómodos, como las motitas de polvo que se le meten a uno en el ojo y no le dejan mantener el paso rítmico de su rutina cotidiana.
Más vale malo conocido que bueno por conocer...Aunque el Augustito quizá debería llamarse Angustito. ¿No?.
Besos
Me gusta lo de corta-pega. Aunque es difícil encontrar a alguien más incómodo que Augusto. Si pudiera elegir me quedaba con el joven. ¡Al menos subió la persiana!
EliminarJajajaja, genial Zarzamora. No hay nada peor que un jefe "activo", por horas. Espero que se os retrase la reincorporación de Augustito. Abrazos.
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