lunes, 10 de febrero de 2014

Cielo, ven a mi despacho

Llevo unos días alejada de mi ventanilla y sentada en una mesa junto al despacho de Augusto. El teléfono suena y yo todavía no distingo la leve diferencia "musical" entre una llamada interior y otra exterior . Es cierto que en la pantalla del aparato aparece el teléfono o nombre de quien llama, pero suelo coger el teléfono con la mano izquierda, sin mirar, mientras con la derecha continúo tecleando mil cosas urgentes en el ordenador.

Como una autómata, respondí.
-Buenos días, le atiende Zarzamora, dígame qué desea- contesto con falsa amabilidad, detestando interiormente al inoportuno que me ha hecho interrumpir la transferencia  de 20.000 dólares que estaba tecleando en ese momento.

-Pero cielo -responde Augusto con voz condescendiente- soy yo. Anda, ven a mi despacho.

El maravilloso cielo de Madrid. Este es mi cielo. Me toca el mejor.
                   

Cielo encapotado  (Lupe)
                                 
                                    
Fantasía planetaria (Glicinia)
                         


Somos tres "cielos" en la sucursal. Yo creo que soy un cielo azul. Lupe, un cielo encapotado y Glicinia es el cielo imaginado de algún planeta lejano todavía sin descubrir. A Augusto le ha dado por decirnos "cielo" de vez en cuando, como otros dicen "cari" a su pareja, pero sin ninguna malicia. En el fondo es buena persona, no tiene nada de acosador, pero es tan, tan pesado.


Hice una inspiración profunda, bebí un trago de agua, me ajusté las gafas, tomé nota mental de continuar luego con la urgentísima (aquí todo es urgente) transferencia en dólares, y recé para que la estancia en el despacho fuera breve.

El despacho está a dos metros de mi puesto, pero Augusto siempre me requiere telefónicamente. Tardaría menos si se levantara de la mesa, abriera la puerta  y me avisara, pero no lo hace.

-Cierra, cierra la puerta- me pide. No quiere que se escape ese calor insano fruto de la conjunción de una calefacción a todo gas, una moqueta polvorienta, ausencia de ventilación y puerta cerrada. ¡Menos mal que no le cantan los alerones ni tiene mal aliento!

Empieza a desplegar papeles. Yo, quietecita en la silla, pienso que en breve empezará a quejarse de que no le ha dado tiempo a hacer nada. Levanta la cabeza y, como si me hubiera leído el pensamiento, se lamenta.

-Fíjate, ya es la una y no he hecho nada de lo mío -yo sigo sin saber qué es lo suyo- tengo un montón de tareas pendientes, no me pongo al día. Claro, como todo le toca al director...

Dice esto último mirándome con cierto retintín, desmereciendo el trabajo de los demás, esperando que entre al trapo. El calorcillo espeso del despacho y la espera mientras recoloca papeles y habla, me están relajando. No, no pienso discutir. Podría replicarle con el consabido "y yo más": yo también tengo muchas tareas, cojo el teléfono, atiendo a clientes, y estoy aquí perdiendo el tiempo hasta que te decidas a darme instrucciones. Pero me callo y me fijo en el salvapantallas del ordenador, que cambia una y otra vez con desplazamientos de los colores corporativos.

Una llamada de teléfono me saca de mi estado de relax. Mientras Augusto contesta, harta de no hacer nada, hago ademán de irme. Pero mi jefe, con un gesto, me indica que me quede. La conversación no me interesa y él se alarga y se alarga. ¡Qué tiempo tan valioso estoy perdiendo!

Cuando por fin termina me dice que tengo que rellenar unos documentos en el Word con datos diversos: nombres, CIF, domicilios, importes... El encargo no tiene ningún misterio y lo he completado rápido, una vez de vuelta en mi mesa. He tardado mucho menos haciéndolo que recibiendo la explicación de Augusto.

Como ya le voy conociendo y ahora estoy peligrosamente cerca, he decidido no agobiarme. Tengo que aprender a utilizar esos tiempos "perdidos" en su despacho para relajarme. Si es como un niño, le gusta tanto tener público...

Y yo soy una mandada. ¿Que no acabo todo lo que me dice mi otra jefa, Lupe? Da igual, tiene prioridad Augusto, que manda más. Yo me iré a casa a mi hora y si el trabajo no sale, que discutan entre ellos.

Hablaba en la entrada anterior de que había "otros mundos". En mi sucursal hay dos mundos: dentro del despacho y fuera. Dentro, silencio y ritmo pausado. Fuera, ruido y ritmo frenético. Creo que le voy a coger el gusto a entrar en el despacho.

10 comentarios:

  1. Ese tierno saludo me recuerda a un político que fue ministro y que ahora no sé si anda por ahí algo imputado (què palabra más fea, tanto por su significado real, como por el fonético), pues bien. Todo lo que recuerdo de él que le le criticaron porque a sus pupilas de oficina las llamaba "prenda". No sé si estaría pensando en alguna prenda determinada.

    El artículo de hoy, me gusta no por lo que has dicho, que me parece bastante intracesdente, sino el cómo. No quisiera pelotearte, pero podrías ser buena escritora. De un tema como éste, me parece que has llegado a atraer la atención del lector como si fuera el preludio de una buena novela o de un capítulo crucial, vamos, que al final, no sé si te referías a la volatilidad de la vida o lo que sea. Pero dabas la impresión que te llamaba para ascenderte o darte la carta de despido, que hoy cualquier cosa puede ocurrir. Mu bien eh? pero que mu bien.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, me hace ilusión lo que dices de escritora. Y...puedes pelotear lo que quieras, que también a los "parias" de los Bancos nos hace ilusión que nos hagan la pelota como a los banqueros.
      <<<un abrazo.

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  2. A mi me pasa algo muy parecido. Tengo varios jefes y cuando me requieren en el despacho me da un agobio tremendo porque allí no para de entrar gente y sonar el teléfono y como soy el último mono, pues no se cortan en atender a todo el mundo aunque me tengan ahí esperando con mil de faena por hacer. Me da mucha rabia perder el tiempo, es una de las cosas que menos soporto.
    Besos!

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    1. Me consuela ver que mi caso no es único. Y lo de tener varios jefes es peor. Recibes un bombardeo de órdenes constante.
      Besos.

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  3. Con todos los directores es la misma historia... Me es tan familiar lo que cuentas... Están agobiadísimos, saturadísimos... Pero creen que los demás tienen tiempo para hacer esas tontunas que podría hacer un niño de cinco años. En fin, Zarzamora, paciencia y relax, mucho relax
    Besos
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    1. Es cierto, tienden a minusvalorar el trabajo de los demás y siempre están mirándose el ombligo.
      Un abrazo.

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  4. Esa transferencia no sería para mí, por casualidad. Me vendría tan bien, "cielo". Al menos te llama cielo y no "oyessss" como me pasaba a mí. Divertida entrada. Abrazos.

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    1. ¡Qué bueno lo del "oyesss"! Yo hace tiempo que no lo oigo. Y menos mal que no olvidé acabar la transferencia. Lo siento, pero ya tenía destinatario. Saludos.

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  5. Estos tratamientos están ya muy generalizados y no causan impresión, pero hace unos cuantos años, dos de las tres hermanas que regentan una cafetería, me decían "Qué te pongo cariño", "Cómo quieres el café corazón". Ellas, con unos treinta y tantos y con sesenta y tantos, me quedaba pasmado. Vamos, que buscaba un espejo para contemplarme y admirarme. Ahora voy mucho menos, pero a diferencia de D. Augustus, que ni buenos días, éstas, siguen saludarme con esa afectuosidad.

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    1. Qué atentas. ¿Pero eso te lo decían igual si ibas con compañía? A ver si originan una crisis matrimonial con tanto "cariñito" Un abrazo.

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