lunes, 4 de febrero de 2013

Ventanillas de tren


Hace unos días cambié de ventanilla. Mi visión se amplió y, en vez de ver un resquicio de calle con algún arbolito y personas presurosas que caminan por la acera, que es la vista que tengo desde mi ventanilla laboral, me asomé a ventanillas más amplias y descubrí paisajes nuevos.

Hacía veinte años que no montaba en un tren de larga distancia. Una se acomoda al coche, donde puede meter a los niños, las maletas, el portátil, mi almohada preferida, los modelitos que quizá mi hija no se ponga en todas las vacaciones, la ropa por si hace frío, por si hace calor, calzados de repuesto, cámaras, baterías, libros, tentempiés para el camino, la jaula con Tobi, el pajarito. En el coche cabe todo y podemos salir sin horarios estrictos.

Los niños han crecido, el pajarito murió de un tumor, a mi marido le cansa conducir, íbamos a estar fuera pocos días. Así que decidimos ir en tren a ver a la familia, mi familia política. Los dos solos.

Estaba emocionada. Iba a montar en un tren de los modernos, de los rápidos, no en un vulgar cercanías con asientos rígidos. Aunque la primera vez que monté en un cercanías de dos pisos también me entusiasmé. Lógicamente, subí al piso de arriba. Fue la única vez que estuve arriba, acabé mareada por el vaivén y decidí que la planta baja no tenía tantas vistas, pero era más estable.

Este tren tenía moqueta, un reposapiés graduable, y azafatas que te ofrecían  el periódico, el aperitivo, y la comida o cena, según el horario. También podíamos escuchar música y ver películas con unos auriculares que nos repartieron. Una señorita fue recorriendo el pasillo y nos acercó "algo" blando, húmedo y blanco, sujeto en unas pinzas de metal. Al pronto no tenía ni idea de lo que era y no tuve tiempo de preguntar a mi marido. No hizo falta. Tanto él como el resto de pasajeros, mucho más "viajados" que yo, cogieron la toallita desechable y se limpiaron las manos. Yo hice lo mismo, claro. Además, estaba deliciosamente caliente.

Luego vino la cena en una bandeja llena de compartimentos tapados. No era como descubrir la sorpresa de un huevo Kinder, porque ya teníamos el papel con el menú, pero casi.

-¿Que van a tomar los señores? ¿Agua, vino, algún refresco?
-¿Cómo desean el pan los señores? ¿Blanco? ¿Integral?
-¿Desean alguna infusión, o café? ¿Descafeinado, solo, con leche?

En mi vida me habían llamado señora tantas veces. ¡Como me gustó! Yo era una señora, aunque estuviera descalza con unos calcetines de rayas mientras cenaba. Es que las botas me daban calor y en mi rinconcito junto a la ventanilla nadie me veía. Además, afortunadamente, ni mi calzado ni mis pies huelen nada.

Pero lo mejor, aparte de lo bien que me lo pasé con mi suegra, cuñados, cuñadas y sobrinos, fue el viaje de vuelta. ¡Por fin iba a ver el paisaje! El viaje de vuelta era de día. El  paisaje era muy distinto al que tantas veces había visto al circular en carretera. Durante una hora más o menos el tren pasó por lugares completamente nevados, sin huellas. El terreno parecía cubierto de claras a punto de nieve. Yo miraba por mi ventanilla, con mis auriculares escuchaba música, me acababa el cafetito que me había servido la encantadora azafata. Me hubiera encantado poder bajar y caminar por esa alfombra blanca. Pero, pensándolo mejor, anda que no trotamos  mi marido y yo por caminos nevados todos los inviernos, en la sierra. Siempre me lleva por senderos nuevos, o por lugares sin senderos, me hace cruzar riachuelos una y otra vez, "atrochamos" como dice él, por lugares dónde nunca se ve un alma, nos hundimos en nieve hasta las corvas, y disfrutamos de una ducha caliente ya de vuelta en casa.

No, era mejor disfrutar del momento así, observando. El sol entraba por la ventanilla, yo estaba calentita dentro del tren, sonaba en ese momento un tema de "Memorias de África". Qué delicia disfrutar de todo eso. ¡El tren sigue siendo tan romántico! Quizá mis compañeros de vagón viajaban a menudo, quizá no les gustaba la nieve, quizá les parecía vulgar hacer alguna foto desde la ventanilla. Casi todos estaban enfrascados en la lectura o en una película que empezó con un montón de tiros.

Yo disfruté mucho más de mi película muda. La que veía al otro lado de mi ventanilla.


3 comentarios:

  1. Que bonitoooo. Yo he viajado mucho en tren y me encanta también oír música mientras miro por la ventana. En mi caso mis vistas son playas preciosas y barcos y veleros en mares azules y cristalinos. Toda una motivación para desarrollar la imaginación.
    ¡Un beso!

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  2. Yo también hemirado por esa ventanilla. El mismo recorrido, Yo miraba pero no veía nada. Era de noche. Además a mí nadie me ofrecía nada. Ni me llamaban señor. Bueno, me dieron unos auriculares malillos. En cuanto a cena ... mi solícita esposa me ofreció un "bocata". No puedo entenderlo. Esto me hace llegar a la amarga conclusión de que "hay clases" y no todos somos iguales. Apurad cielos pretendo ... Ay Ay Ay

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  3. No vayas a pensar que soy una potentada. Es que la diferencia con la clase turista, al sacar el billete por Internet, era mínima. Otros se gastan más porque cambian los billetes una y otra vez. Perdona, Luis, reconozco que esto ha sido un golpe bajo para tu "solícita esposa" Je, je, je...

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