Yo viajaba desde la virulenta Madrid, en tren. Ni he contagiado ni me han contagiado y, pese a la dura situación actual, he disfrutado mucho de estas vacaciones otoñales.
De vuelta a mi ciudad continúo con mi día a día habitual en el Banco. Sigo viajando en metro en una línea no demasiado saturada. A veces comparto viaje con otra compañera del banco, de otra oficina. A las 7:30 nos cortan los torniquetes de entrada por "exceso de aforo" Da igual la gente que haya en la estación, es la hora del corte y suele durar unos tres minutos. En cuanto suena el "clic" del torniquete que se ha activado nuevamente, corremos como locas y cogemos ese tren vacío que iba a marcharse sin nosotras.
Ni mi hija, también usuaria diaria del metro, ni nosotras, entendemos bien el porqué de estos bloqueos. Pienso que es para que parezca que se hace "algo" respecto del control de pasajeros. Es un poco ridículo que en el andén haya marcas para que los usuarios estemos separados y dentro podamos viajar codo con codo. De cualquier forma agradezco que el metro siga funcionando "casi" como siempre. Me gusta poder viajar charlando con vecinos o amigas. Aunque los temas de conversación suelen ser bastante monotemáticos. Yo también me meto en esta rueda "hamsteriana" coronavírica.
Al trabajar con público recibo impresiones de mis clientes muy, muy variadas. Algunos me han sorprendido porque siendo bastante más jóvenes que yo y sin haber sido atacados en su familia por el virus, tienen mucho miedo. Otros siguen al dedillo toda la normativa impuesta por los "líderes": llevan la mascarilla puesta casi hasta las cejas en una avenida desierta y se la quitan a diario mientras comen en una terraza con cinco colegas más.
Los hay con confianza ciega en la futura vacuna. Otros -entre los que me incluyo- preferimos esperar a ver como funcionan las diversas vacunas en los políticos. Imagino que serán los primeros en recibirla, igual que se les hicieron pruebas antes que a nadie para ver si estaban enfermos allá por el lejano y trágico mes de marzo.
El otro día un cliente y vecino del barrio se había enterado de que en un polideportivo hacían el PCR (el test del palito que se mete por la nariz) Me dijo todo satisfecho que, aunque no había sido convocado, se había presentado allí y que se lo hacían gratis a cualquiera. Que me animara y fuera.
¡Gratis! Esa es la palabra mágica. Aunque sea para algo tan desagradable como esa prueba. Él mismo me confirmó que era muy molesta. Le agradecí la información, pero sin que me hayan obligado, encontrándome perfectamente bien de salud, y teniendo unos ciertos cuidados en mi vida social, no veía el sentido a ir a lo del palito.
Ayer llegó a la oficina una cliente que, según dejó caer en algún momento de su desagradable perorata, había estado veinte días con el virus. ¡Quizá todo lo que pasó fuera una consecuencia indeseada de la enfermedad!
Se acercó a mi nueva compañera, Blanca Estrella que es joven, amable y con un punto exótico que no se aprecia demasiado bien a través de la mascarilla.
Gertrudis, que así se llama la cliente, venía con ganas de guerra. Había intentado llamarnos por teléfono, no había tenido éxito y decidió venir personalmente. Su primera y errónea impresión al ver los ojos de Blanca (no podía ver más) fue desgana, desprecio, aburrimiento, desdén... Llamó a mi compañera mindundi, se quejó de toda la juventud en general, comenzó la consabida retahila de "soy cliente desde el año catapún y mi padre tenía la cuenta número 3 de esta oficina y es una vergüenza cómo nos tratan"
Mientras, Blanca Estrella intentaba excusarse -sin saber muy bien de qué- para calmar a esa fiera. El director salió para meterla en el despacho y ver qué quería. El ligero parpadeo de Roque fue suficiente para que Gertrudis también le acusara de tratarla con condescendencia. Ella repetía y repetía que tenía una reunión en diez minutos, que tenía prisa.
-Gertrudis, pase al despacho. Dígame lo que quiere. Si tiene prisa vamos a resolverlo cuanto antes- le decía Roque armado de paciencia
Pero no hay prisas cuando puedes montar un buen espectáculo en una oficina bancaria.
-Estoy muy muy descontenta con este Banco, me pilla lejos, me tratáis muy mal y tengo una sucursal junto a mi casa de "País Catalán total Bank" donde me han dicho que no me van a cobrar por nada.
Así siguió, enfadada, vomitando agravios inexistentes. La que tenía prisa se largó al cabo de media hora, con cara avinagrada. Ojalá cancele pronto su cuenta birriosa. Le hemos tolerado números rojos durante muchos años, sin nómina que los respaldara, en atención a su familia, le hemos devuelto comisiones perfectamente legales -en tiempos en que se podían hacer estas cosas- para tenerla contenta. Ella, como tantos otros clientes, nos ha usado como Banco del día a día (saco, meto dinero, recibo y hago transferencias, tengo algún recibito, no controlo los saldos porque ellos me avisan si estoy en rojo...) Nos a puesto a caldo por cualquier cosa y luego los ahorros gordos los llevaba a Bancos de Inversión dónde sí eran verdaderamente pelotas con ella.
Los tiempos cambian. Los bancos son empresas privadas y, aunque pienso que este no es el momento adecuado para empezar con esta nueva política de comisiones, lo cierto es que el cliente fiel no va a pagar, pero mucha clientela despreciable como Gertrudis pagará comisiones. Me gustaría ver cuanto le duran las exenciones en su nuevo banco.
Aún me dura el sosiego que me han proporcionado unas vacaciones que se van alejando en el tiempo y ni Gertrudis, ni el virus, van a conseguir alterarme.
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