lunes, 27 de abril de 2020

Viejos amigos

Tenía escrita esta entrada desde el 8 de marzo. Fui posponiendo su publicación no sé bien por qué. Quizá porque la actualidad mandaba. Desde hace ya demasiado tiempo las noticias se reducen a una: coronavirus. Yo estoy saturada.

Lo que ahora cuento me parece que sucedió en otra vida, y tan solo han pasado dos meses. No sé cuando volveremos a estar todos juntos en mi oficina, ahora cerrada, ni cuando me podré reunir nuevamente con esos viejos compañeros como hice aquella, ya lejana, tarde de invierno.

Ahí va lo que escribí.

Llevo muchos años en esta oficina bancaria. Probablemente, en estos azarosos tiempos del cambio por el cambio, si algún jefazo conociera mi situación un tanto atípica, me trasladaría a otro destino con la excusa de que "no hay que acomodarse".

¿Cómo no va a tener el personal ataques de estrés o ansiedad ante estas situaciones laborales permanentemente "provisionales"? Durante un par de años o un par de meses ubican al empleado en determinado lugar. Se adapta, se amolda también su familia a los tiempos de desplazamiento, a los nuevos horarios, a los disgustos y alegrías que el cambio de destino le ha supuesto... Y cuando a la empresa le parece bien, ¡vuelta a empezar!

En teoría el Banco es el mismo, pero cada oficina tiene sus peculiaridades y como no somos máquinas, la adaptación no es inmediata.

Pese a que ya no están conmigo, mantengo una relación bastante frecuente con compañeros de mi edad que ya se marcharon de aquí hace más de una década. A ninguno nos han prejubilado. Quizá el caso más sangrante sea el de Liberato Cadenas.

En un puesto como el mío y unos años mayor, veía que su sucursal iba a ser cerrada en breve. Se frotaba las manos pensando en una feliz jubilación dedicado a sus aficiones favoritas. Pero no ha sido así. Aún sigue en el Banco, aún más lejos de su casa, encadenado a última hora de la jornada a un cajero súper moderno que le supone diariamente una hora para abrirlo, sacar cajetines, contar dinero, volver a meter los cajetines cargados, solucionar incidencias mecánicas... A las cinco de la tarde, y sin haber comido, retorna a su casa en metro. La fruta del postre la toma a las siete de la tarde en una mezcla rara de comida-merienda-cena. Está realmente harto de la situación.

A mí me pasó un viernes algo similar. También a nosotros nos han puesto un cajero "galáctico" al que solo le falta servir café o refrescos. Las instrucciones de uso que nos han dado han sido mínimas y ahí estamos mi jefe y yo, cada día, sorteando incidencias y aprendiendo de los errores.



El viernes la jornada acaba antes y el tiempo que tenemos para organizar el dichoso cajero es menor. Ese día salí a las 15:45, cuando a las 15:00 debería haber estado ya en la calle. Me encaré con Beltrán Quilo, mi jefe.

-Mira, es la última vez que le regalo tiempo al Banco a cuenta de este cajero de mierda. El próximo viernes o lo hacemos a primera hora o lo dejamos hasta el lunes sin totalizar.

-Zarzamora, hay que totalizar a diario, no podemos dejar de hacerlo un viernes- me respondió un poco asustado- Y ya sabes  que los viernes a las 8 tengo vídeo conferencia con la jefa de zona.

-Tenemos un cajero muy listo, muy autónomo, que reparte incluso dinero del que le ingresan. Podemos no abrirlo en varios días si cuenta con el suficiente dinero. Si te empeñas en estar todos los viernes a última hora penando con el cajero, no cuentes conmigo porque tengo mi vida y mi fin de semana empieza a las 15:00.

El siguiente viernes mi jefe lo tomó libre. Mi compañero Claudio Bobo, al que también le gusta marcharse a la hora, me susurró:

-¿Qué vas a hacer con el cajero?

- No tocarlo. No quiero fastidarlo sin que  esté el jefe. Está funcionado muy bien y tiene dinero de sobra.

Claudio aplaudió mi decisión. Nos fuimos a las 15:00 horas y el cajero funcionó perfectamente hasta el lunes. Nadie llamó para regañarnos. ¡Cuánto susto se genera de forma interesada en las oficinas!



Todo esto ha surgido al hilo del encuentro que tuve con viejos compañeros en la casa de una de ellos. Me apetecía verlos y charlar de todo, no solo del trabajo. Nos contamos alegrías y penas, personales y laborales, mientras picábamos algo de merienda. Enfermedades, hijos, alegrías, ansiedades, lágrimas... Todo tuvo cabida. Y de verdad que me sentí renovada y contenta de conservar amigos, que  en su día fueron compañeros, con los que ser yo misma. Nos apoyamos, nos entendemos, nos consolamos y nos queremos. Esto sí puedo agradecérselo a mi empresa. Haberme dado la oportunidad de tener y conservar amistades duraderas.


5 comentarios:

  1. Gracias por una entrada que muestras "normalidad", la de una vida anterior que no sabemos cuándo recuperaremos. Viene bien, de vez en cuando, saber que existe otra vida. Esa foto de tapas que compartir con compañeros me ha llenado de nostalgia. Abrazos y muchos ánimos.

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    1. Ahora se habla de "nueva normalidad" y la expresión asusta un poco la verdad. Un abrazo.

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  2. Ves, ni todos son tan buenos ni tan malos. Posiblemente esos que dices que te encuentras, los recuerdas bien ahora. Probablenente cuando eran tus colegas tenías más de un roce. Ellos te recuerdan otro tiempo que ya no existe, pero ellos sí. El tiempo suele mejorar muchas cosas. No hay que cabrearse tanto, porque si no en vez de Zarzamora te convertirías en Zarzaquemada. Il diabolo

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    1. Tienes razón en que el tiempo todo lo mejora. Y lo de Zarzaquemada me ha encantado. Un abrazo.

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  3. El tiempo tiene esa virtud. la de esclarecer y diferenciar a los que estuvieron y siguen cerca y los que pasaron sin pena ni gloria por tu lado, es más, sin aportar nada de nada.
    Un abrazo confinado.

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