Comidas indigestas

Las que a veces se padecen con los compañeros de trabajo. A mí se me suele indigestar el precio, porque es a escote y yo, ni bebo vino ni tomo licores. Pago más para que otros paguen menos. En fin, lo asumo como una "obligación" de estas fechas, pero disfruto más con una buena pizza en mi casa.

Me revientan los listillos ( en mi caso el listillo suele ser el director de sucursal) que conocen todos los restaurante, todos los vinos y todas las marcas de licores. Os voy a contar el menú de hoy y mis opiniones.

Hemos llegado al restaurante andando desde la oficina. Eso lo he agradecido mucho: lugar cercano y comida. Para cenar no me saca de casa ni mi marido (en caso de que se le ocurriera, que no se le ocurre) Con lo a gusto que estoy yo con mi pijama y mis zapatillas. ¿Salir a las 9 de la noche, coger el metro, buscar de vuelta un taxi o confiar en un compañero un poco bebido para que me traiga a casa? ¡Ni loca! Demasiada molestia para mí. No me compensa la relación coste-beneficio.

Como decía: restaurante familiar, dueño amable y no estaba atestado de gente. Nos sentamos y en la mesa estaba el entrante de bienvenida: un gran trozo de paté. Al parecer era casero. Lo he probado y, por muy casero que fuera, solo he tomado un trocito. Me gusta mucho más el surtido de patés que compro en el súper, especialmente el de finas hierbas.

-¿Qué beben los señores?
-Pónganos un Rioja-dice el dire.
-Y una jarra de agua-añade un compañero
-Yo quiero agua mineral-tercia la subdirectora-El agua del grifo está mala.

Ahí ha comenzado una animada discusión acerca de las bondades del agua de Madrid. Pero ha pedido su agua con el razonamiento inapelable de que si unos piden vino, ella pide agua envasada. No va a tomar la del grifo y pagar el vino de otros. Y tenía toda la razón.

El director ejercía de guía gastronómico y ha recomendado unos entrantes generales:

-Tenéis que probar el calabacín rebozado. Os va a gustar. Y unas sardinas escabechadas que están de muerte.
-Y unas "crocretas" para mí -añade la subdirectora (sí, aunque algunas sean subdirectoras siguen diciendo crocretas)

Llegan los entrantes. Me tomo una sardina y,bueno, la puedo tomar, pero tiene un olor a pescadazo y a vinagre muy potente. Sinceramente, me gustan más las sardinillas o el atún que tomo en mi casa. Voy a por las croquetas, pensando que, si el lugar tiene una mención Michelín, estas croquetas deben de tener más tropiezos de jamón que las congeladas que yo compro. Pero no. Pura bechamel con bastante sabor a nuez moscada. Es nuez moscada, sin ninguna duda, pese a que una de mis compañeras, aficionada a los lugares exóticos, insiste en que tienen un toque de curry.

El calabacín rebozado se lleva toda suerte de alabanzas.

-¡Que bueno hacen en este sitio el calabacín! Tiene un rebozado perfecto, sin nada de grasa. ¿Qué sistema tendrán para conseguirlo tan ligerito?

Estoy deseosa de catar el dichoso calabacín. Creo que voy a tocar el cielo cuando lo meta en mi boca. Que no va a tener nada que ver con el que hago en mi casa, en una sartén llena de aceite y depositándolo después en papel de cocina para desengrasar. Estoy en un restaurante con una mención Michelín, me repito, mi obligación es encontrar todo exquisito. Pues que queréis que os diga. Que si a mis hijos les pongo una venda en los ojos y les hago elegir entre ese calabacín y el mío, eligen el mío sin dudar.

Segundo plato. El dire recomienda encarecidamente una ventresca de no sé qué. No le hago caso y pido un lenguado a la plancha. Veo llegar la ventresca y me alegro de no haberla pedido. ¡Es enorme! ¡Y huele tanto, tantísimo, a pescado fuerte! Pero llega mi lenguado y desborda el plato. No estoy acostumbrada a estos tamaños. El estómago se me cierra. Me entran sudores. No seré capaz ni de tomarme la mitad, lo sé. Quizá debería haber ayunado desde el día anterior. Porque pagar un dinero y no tomar la comida... Tomo una decisión. Soy moderna, ecológica y sin verguenza. Me lo llevaré a casa. El director me mira con cara rara.

-¿Pero sólo vas a tomar eso? Si está buenísimo y fresquísimo.
-No te lo discuto. Pero es que no tengo ya nada de hambre. Le diré a tu amigo (el dueño) que me lo prepare para llevar. Así me ahorro preparar una cena o una comida- Mi jefe me sigue mirando con cierta reprobación. Esto no le ha debido suceder nunca.

Al final, tampoco la que veía el toque de curry en las croquetas consigue acabar su plato y somos dos las que pedimos al dueño que nos lo empaquete. El hombre no muestra ninguna extrañeza.

-Por supuesto, un "take away".

Luego, postres, café y algún licor. ¡Y conversaciones tan,tan aburridas! ¡Y críticas tan,tan malvadas! Como la que hace mi jefa a la trabajadora temporal que no nos ha querido acompañar porque tiene un sueldo bajo, una hipoteca recién estrenada, es ella sola para pagarla, y le duele gastarse 32 euros en comer con nosotros. Porque la "empresa" no invita. Cada uno paga lo suyo. ¿Cómo se puede criticar una decisión tan razonable?

¿Es caro 32 euros? Según. Para mí, sí, porque la comida no ha sido para tanto. En fin, tengo mi túper con el lenguado en el frigorífico. Mañana le diré a mi compañera "temporal" que no se ha perdido nada. Y, por lo menos he ido a un sitio agradable y normal. Un antiguo compañero iba a ir a no sé que restaurante en que los camareros servían los platos en tanga. Sí, el jefe y sus vasallos rodeados de tangas y musculitos mientras cenan. No sé yo si esas mezclas serán buenas para la mejora del clima laboral. Quizá al día siguiente haya más de uno que hubiera deseado quedarse en casa.

Por cierto, la foto es de una empanada de níscalos hecha por mí. ¡Disfruté con ella más que con el calabacín de rebozado exquisito!