He trabajado en la misma sucursal bancaria durante 31 años. Algo raro en estos tiempos que corren. He pertenecido a un tipo de empleados que ya no existen. Llevo un año fuera del banco y estoy feliz. Pero me da pereza cambiar el nombre de este blog que empecé en el año 2011 y que es ya para mí un almacén de recuerdos y anécdotas. Seguiré detrás de mi ventanilla.
jueves, 27 de diciembre de 2012
Nunca seremos iguales
Pues no, jefes y empleados nunca serán iguales, por más que a ellos, cuando les interesa, se les llena la boca con la palabra "equipo" y quieren que seamos un equipo para conseguir "objetivos" que a ellos se les traducen en dinero y a mi, simple administrativa de ventanilla... en nada.
Y cuando hay regalos navideños de por medio, el equipo se transforma en individualismo feroz. No es que los clientes regalen mucho, porque ¿quién en su sano juicio va a regalar a los empleados de un Banco, con lo malos, malísimos que somos, siempre vendiendo preferentes, fondos y planes de pensiones en los que, al cabo de los años, te das con un canto en los dientes si mantienes la inversión inicial? Bueno, no se lo digáis a nadie, pero hay gente que aún no se ha enterado de estas cosas, o no las ha sufrido en sus carnes, y regala algún detalle en Navidad.
La semana pasada vi llegar unos paquetes preciosísimos, con papel celofán y lazos, con alguna botella y delicatessen carísimas en su interior. No amigos, no era cualquier caja de cartón, con el lazo dibujado, de las que venden en los hipermercados. Pensé en cómo me gustaría presentarme en mi casa con un obsequio así. Cómo disfrutaría mi hija abriendo el paquete, sacando todo y dejándolo en el suelo. Luego mamá ya colocaría las cosas, claro.
Pero los destinatarios eran los jefes, que son un 60% de la exigua plantilla de mi sucursal.
Al día siguiente, después de este chasco, llega otro mensajero con varios paquetes procedentes de una clienta muy rica. Yo me imaginé que contendrían, como el año pasado, turrones surtidos artesanos, de esos tan monos que se ven en los escaparates de las pastelerías de postín y bombones belgas que se funden en la boca. Pensé que quizá uno de los compañeros, incapaz de consumir tanto dulce exquisito, nos obsequiaría, como hizo las Navidades pasadas, con una tableta de turrón, a las dos "proletarias" de la sucursal: Glicinia y yo. Pero no hizo ningún amago de reparto caritativo. Debió de pensar que es de tontos ser el único que reparte, cuando es el menos jefe de todos y los otros se lo llevan todo enterito a casa.
Muy triste todo. Glicinia y yo firmamos los albaranes de llegada de los paquetes, los vemos, los admiramos, pero no los catamos.
Ayer vino la doctora, nerviosa, inquieta, con prisa. Como siempre. Hizo sus ingresos y me dio una bolsa por encima del cristal de mi ventanilla.
-Toma, un regalito, para que os endulcéis las fiestas
-Muchas gracia, lo tomaremos a tu salud. Y feliz Navidad. Relájate un poco, que no es bueno ir siempre con estas prisas -le recomiendo. Siempre le digo lo mismo. Parezco yo la doctora y ella la paciente.
Abro la bolsita y veo que hay dos deliciosos frascos de mermelada de categoría superior y una caja de dulces de no sé qué pueblo, pero sumamente apetecibles a esa hora de la mañana. No me ha dicho claramente si el obsequio era para mí o para todos, pero no pienso sortear las mermeladas.
-Glicinia, ven, que tengo una cosita-le digo aprovechando que nuestra jefa está de vacaciones y los otros reunidos- Toma, esta mermelada para ti y los dulces, a medias.
-Habrá que dejarle algo a Lupe (la jefa) -dice la muy tonta.
-Pero vamos a ver, tú que quieres ¿que se estropee esta delicia? Que ella no vuelve hasta dentro de una semana. Que esto es para nosotras.
-¿De verdad te ha dicho la doctora que es para nosotras? -insiste
-A ver, espabila. Me lo ha dado a mí, no sé si con intención de que repartiera o no. Pero he decidido repartir. Solo contigo, que los otros bien que se han guardado sus regalos. Además, somos tú y yo las que más la atendemos -le recalco para que se le vayan sus estúpidos escrúpulos.
-Siendo así.. ¿Puedo llevarme la mermelada de naranja?
¡Por fin! Creí que no lo conseguía. Eso me pasa por repartir, aunque sea con una igual. El próximo año, quizá haga como los jefes, me lo guardo todo para mí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Realidad pura y dura. En mi trabajo es parecido pero tengo la suerte de que me han regalado unos detallitos muy monos este año pero..¿sabes quien? Miembros del voluntariado que trabaja en la empresa. Para veas. Los que menos tienen; en el sentido de que no cobran, son los quede han acordado de mi. Mis jefes..ni gracias!
ResponderEliminarLIM
Laseternaspalabras.blogspot.com.es
Admirada Zarzamora.
ResponderEliminarEn primer lugar he de decirte que, los regalos más valiosos y elegantes, los reciben en sus casas, por lo que no tienes que firmar albaranes, ni recibirlos, ni verlos.
En segundo lugar, recibir tanto regalo, se transforma en algo negativo. Se convierte en una carga, hay que guardarlos en algún lugar, algunos se vuelven a regalar, otros acaban olvidados en el trastero, otros se estropean.
Por último, respecto de tu hijita, lo mejor es que lo único que vea al abrirse la puerta de tu casa seas tu. Así su amor se concentrará en ti, su madre, en lugar de desviarse su atención, perversamente, hacia cosas superfluas.
Buscadora.
Hola Buscadora: Tienes razón en todo lo que dices. En mi caso, lo que he recibido en ocasiones son cositas pequeñas: unos jaboncitos, un foulard, un colgantito. O algo comestible, como lo que cuento arriba. En fin, que me ha cabido en cualquier huequecín del armario. Si lo tengo que bajar al trastero...mal asunto. Es dominio exclusivo de mi marido. Yo prefiero no entrar mucho. Si necesito algo, se lo pido y él me lo saca, que tiene la situación de todo en su cabeza. Feliz año 2013 y que nos sigamos leyendo. Siempre es un gusto leer cosas tan sensatas. Me recuerdas a mi marido en lo que dices.
Eliminar