Era la primera vez que me convocaban a algo así: desayuno de trabajo. Leí cuidadosamente la lista de convocados. A algunos los conocía. Todos teníamos el mismo perfil laboral: trabajadores de ventanilla. Me hizo ilusión la convocatoria en la que no quedaba demasiado clara la temática, pero que me permitiría intercambiar vivencias con compañeros del Banco en mi misma situación. Y me gustó más poder estar dos o tres horas fuera de mi sucursal, en una especie de largo recreo. Por una vez yo era la convocada a una reunión. Por rollo que fuera no sería tan inaguantable como los raptos mañaneros de Augusto en su despacho.
La víspera se me planteó un dilema: "¿Será desayuno de verdad o es una forma de hablar y no nos van a obsequiar ni con una galleta? Como la convocatoria era temprano, decidí prescindir de mi Cola-Cao con tostada. Si daban algo, había que aprovecharlo, y si el desayuno resultaba ser algo "virtual", luego desayunaría en cualquier cafetería con alguno de los conocidos con lo que esperaba encontrarme.
Llegué puntual al salón -céntrico- en que nos habían citado. Ya estaba casi lleno de compañeros más madrugadores. Yo era de las más jóvenes, rodeada de empleados bastante más añosos. No se veía una sola corbata entre los hombres, ni tacones altos entre las féminas. Comodidad ante todo. Solo con vernos, se notaba que hay clases y clases. Y yo estoy encantada con el grupo al que pertenezco.
Aparecieron las primeras corbatas, anudadas al cuello de nuestro director de zona, nuestro responsable de calidad, y nuestro encargado de formación. Y unos tacones: los de una joven gestora de recursos humanos, que podría, por edad, ser hija de alguno de los que allí se encontraban. ¡Por Dios, cuanta gente para charlar con nosotros!
Un servicio de cátering nos proporcionó un estupendo desayuno. El director de zona insistía en que comiéramos. Otra diferencia de clase: nosotros sí comíamos. A los jefes o jefecillos les da apuro ingerir algo en estos eventos y los bollos quedan intactos. Aquí sobró poco, y algún compañero pidió permiso para llevarlo a su sucursal y que no se echara a perder.
Comenzó una ronda de presentaciones. Como el primero dijo su nombre, edad, la sucursal en que estaba y lo feliz que estaba con todos sus compañeros, todos cogieron el mismo esquema. Al quinto compañero yo había desconectado totalmente. Sabía que no iba a recordar ni nombres, ni lugares. Realmente no me importaba. Y pensé que yo no iba a decir ni mi edad, ni los años que llevaba en la oficina y que había que dar un poco de vidilla a ese "rosco" de intervenciones de cuarenta personas.
-Soy Zarzamora, llevo bastantes años en un puesto que es envidiado y despreciado, que está en peligro de extinción. Como todos nosotros. Tenemos la media de edad más grande del Banco. No hay más que vernos.
No hizo falta explicar mucho. Desde luego mis compañeros me entendieron. Y a los encorbatados y a la taconosa les gusté. Les agrada que alguien se salga un poco fuera del tiesto.
-Roberto Claro, por favor, toma nota porque me interesa que Zarzamora colabore en los talleres de mejora que estamos organizando -indicó el Director de Zona al joven responsable de calidad.
Ya estoy fichada -me dije- No sé si ha sido buena idea hacerme notar.
Como son muy diplomáticos, nos tranquilizaron a todos, nos hicieron la pelota diciendo que nosotros somos los que mejor conocemos a los clientes (que es totalmente cierto), que somos un pilar fundamental de cada sucursal y que tenemos que colaborar con el resto de figuras comerciales (todas menos nosotros) detectando necesidades, informando de nuevos productos y derivando a potenciales clientes a las mesas de nuestro director y gestores.
Nos dieron un pequeño "barniz" de cómo usar algunas herramientas comerciales y nos tentaron con una zanahoria: los eurillos que podemos ganar si, con nuestras recomendaciones, se consigue firmar un préstamo, un seguro o un plan de pensiones.
Como yo sospechaba, una preparación del terreno. Pronto irán poniendo los cimientos de una nueva estructura bancaria en la que nosotros sobraremos: los trabajadores de ventanilla, los envidiados (porque hasta ahora no teníamos presión comercial), los despreciados -a veces- por nuestros propios compañeros de oficina y -a menudo- por la jerarquía bancaria, porque consideran que nuestro trabajo es poco cualificado y no aporta valor al Banco. Solo es válido el que vende.
Del encuentro me quedo con la calidad del desayuno, las felicitaciones que recibí al final de algunos compañeros que estaban de acuerdo con lo que yo expuse, el reencuentro con mi antigua compañera Glicinia y el no ver la cara de Augusto, mi director, hasta casi las doce de la mañana.
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