Ya estoy más tranquila, pero hoy, viernes, Lupe, mi jefa, ha vuelto a faltar y, como siempre, sus tareas han recaído en mí. Son esas ausencias típicas de ella: se pone malita un día este mes, otro día el próximo.
Su táctica es ir preparando el día de asueto con antelación.
-Qué mala estoy. Me ha bajado la regla y no lo aguanto. Me ha costado un montón venir -me confesaba hace dos días, doliente, nada más entrar al Banco.
Esa excusa incluso la admito; y es que las mujeres padecemos un montón con ese castigo inherente a nuestra condición. Cada una vive de diferente manera esa pesadilla mensual que, a veces, puede afectar a estudios y trabajo, por la dolorosa incapacidad que puede producir.
Al día siguiente la regla había quedado en el olvido y, aunque Lupe también se palpaba su oronda tripa, esta vez pensaba que se avecinaba un cólico de riñón. Pero como buena profesional había hecho un esfuerzo sobrehumano para ir a trabajar porque era el día de la firma de una hipoteca que llevaba fraguándose más de dos meses.
Me extrañó que, con un cólico en ciernes y habiendo llegado al trabajo prácticamente en ayunas, a eso de las nueve de la mañana estuviera devorando bombones como si no hubiera un mañana. Yo es que soy de manzanillas cuando estoy malita.
Ya me cansa preguntarle e indagar acerca de lo que le pasa. No puede ser que cada día tenga una dolencia diferente cuando aún no ha cumplido los cuarenta.
Lupe está gorda. Yo pensaba que era imposible no darse cuenta del embarazo de una mujer, pero con mi jefa he comprobado lo fácil que es ocultar una gestación entre michelines. Casi ningún cliente se enteró del embarazo de Lupe. Otros metieron la pata al felicitarla por un estado de buena esperanza que ya había dado fruto ocho meses atrás.
A mí me da igual que la gente esté más o menos gorda. Es cosa de cada cual. En la sucursal, en casi todas las épocas, he tenido algún gordo al lado y piensan que es cuestión de su metabolismo, que ellos comen como cualquier otro. Metabolismo: la palabra mágica que aleja de ellos toda responsabilidad.
También lo piensa Lupe.
-No, si yo vengo sin desayunar. Ya me riñe mi marido por eso. Y luego, con todo el tiempo que estoy aquí, ya ves, es que ni como. Realmente solo hago una comida al día.
Hay veces que va al supermercado cercano y compra embutidos, patatas fritas y un buen trozo de tarta envasada para comer. La fruta y las verduras no las prueba.
Esporádicamente ese es un menú rico en calorías que también haría mis delicias, pero creo que debemos cuidarnos más con las comidas. La alimentación desastrada de mi compañera está en el origen de muchos de sus males.
Cuando llegué a la sucursal hace ya bastantes años me quedé asombrada al ver el culo de la directora de esa época. Os aseguro que nunca había visto uno tan grande. Se puso a hacer una dieta especial que era drástica de lunes a viernes, pero que le permitía uno o dos días de atracón. En cuanto adelgazó un poco se enfundó unos leggins de esos de hace alguna década, que tenían "pedales" para sujetarlos al pie y que quedaban siempre perfectamente estirados. De esta mujer desconocía los hábitos alimenticios. Le perdí la pista cuando se fue a otros destinos, pero algún compañero que la ha visto en alguna ocasión me ha dicho que volvió a engordar.
Solamente he visto culos más grandes una vez que llegaron cinco jóvenes americanas de cara angelical a cambiar dólares. No tendrían más de veinte años y me asombró su inmensidad.
En otros momentos de mi vida laboral coincidieron dos gordos. Un hombre: Rodolfo Redondo, y una mujer, María de la O Obeso.
El primero llegó a la sucursal con una camisa cuyos botones estaban a punto de estallar y cuyos faldones se despillaban del pantalón en cuanto se agachaba un poco, dejando al descubierto el comienzo de su "hucha".
Decidió visitar a la endocrina para que su cuerpo retomara unas hechuras más normales. No se convirtió en un muchachote de gimnasio, pero en dos años y con una alimentación adecuada y vigilada por su médica, sin ningún tipo de pastillas ni medicamentos milagrosos, adelgazó 60 kilos.
María de la O, que visitaba a la misma endocrina, apenas conseguía resultados. Cierto es que su adiposidad no era tanta como la de Redondo y la disimulaba muy bien con blusas sueltas de tonos oscuros. Siempre llevaba manga larga o media manga. Los tirantes, jerseys de cuello alto y camisetas ceñidas estaban proscritos de su guardarropa.
-Rodolfo, no sé cómo lo haces, porque yo no como tanto. Lo puede decir Zarzamora -decía mirándome en busca de asentimiento- cuando tenemos aperitivo en la sucursal ella come mucho más.
Era cierto, yo enganchaba el jamoncito, la empanada, los pastelitos, y pim pam, pim pam, no paraba. La señorita Obeso, por cortedad o porque verdaderamente comía poco, apenas probaba bocado.
Rodolfo Redondo me dijo un día, tajante, harto de que me compadeciera del esfuerzo inútil de María de la O por adelgazar.
-Zarzamora, no la creas. Nadie engorda sin comer. ¿Tú ves lo que come en su casa?
-No, claro... -Y en ese momento me vinieron a la cabeza esos comentarios femeninos sobre el gasto en la cesta de la compra. Ella se quejaba de que con la compra de quesos se le iban unos buenos euros y que las tabletas de chocolate volaban en su hogar. Quizá no fueran solo sus hijos los consumidores principales.
-Pues eso -concluyó Rodolfo- si yo he podido adelgazar, ella también, pero le falta fuerza de voluntad. Y recuerda, los gordos somos mentirosos.
El otro día vino una cliente a la sucursal que me recordó a aquellas americanas de grandes culos. El volumen era similar, pero carecía ya de la tersura y el lustre de las pieles jóvenes. Andaba con torpeza, como si una pierna pidiera permiso a la otra para moverse y su cuerpo, cubierto con prendas muy holgadas, carecía de cualquier forma.
¡Qué pena! ¡Qué poco le duró el espejismo de la reducción de estómago! Porque a esa mujer hace menos de tres años la operaron para intentar acabar con su tremenda obesidad mórbida. El marido, en un principio contento con el resultado, animaba a Lupe:
-Lupe ¿Tú no te has planteado una reducción de estómago?
A mi jefa le sentó fatal el comentario.
-Me ha hablado de una reducción de estómago, Zarzamora. Habráse visto. Que no me compare con su mujer, yo soy mucho más joven y en cuanto me ponga a dieta pierdo estos kilos.
No sé lo que habrá hecho la cliente después de su operación para retomar su volumen anterior con un estómago mucho más pequeño que llenar. Desde luego con este ejemplo, Lupe no se animará jamás a meterse en cirugías. Pero tampoco desde aquel comentario que tanto la hirió, la he visto proponerse el más mínimo cambio en sus hábitos alimenticios, no tanto para adelgazar -que falta le hace- sino para estar más sana.
Eso sí me vendría bien, una Lupe más saludable que faltara menos al trabajo. Estoy harta de trabajar por dos.
También conozco a algunos de esos que están gordos y no por el metabolismo sino porque zampan bollos literalmente, y si pueden estar bañados o rellenos de chocolate o crema mejor que mejor. Y eso de las dietas y el ejercicio no va con ellos. Después de quejan que no hay tiendas donde encontrar esas tallas que les sienten bien respecto a sus medidas y lo duro que se les hace el verano por no poder lucir tipito.
ResponderEliminarDe esas arenas vienen estos lodos.
Un abrazo.
Yo con mi jefa no he llegado a una relación tan profunda cómo para preguntarle dónde compra la ropa. Pero tengo curiosidad ciertamente. Un abrazo.
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