jueves, 18 de febrero de 2016

Síndrome de Estocolmo

A mi compañero Ángel Bendito le han trasladado, muy a su pesar, a otra oficina. Llevaba, como yo, muchos años en la misma agencia, exasperándose o riéndose con los mismos clientes, tomando su café en el mismo lugar, recorriendo los mismos comercios de la zona, haciendo la misma ruta desde su casa. Una cómoda monotonía.



Le sentó fatal que, de un día para otro, como se hace en Banca, le buscaran otro acomodo con la excusa de su valía, de su perfil comercial, de su buen hacer con los clientes.

En el nuevo destino no encontraría un bar donde fueran tan económicos sus montaditos de media mañana. A saber si encajaría con un compañero de desayuno majete, pues él no disfruta desayunando a solas. ¿Y cómo sería su nuevo jefe, o jefa? Augusto, nuestro director, es un petardo, pero después de tantos años juntos, de tantos tiras y aflojas, Ángel sabía cómo manejarle, cuándo callar y cuándo exasperarle. ¿Tendría en su nuevo puesto alguna neverita donde guardar sus elixires homeopáticos, de ajo, de áloe o de cualquier otra cosa?
           
Todas estas inquietudes rondaron su cabeza en los tres o cuatros días de gracia que los responsables de  "Recursos Humanos" le otorgaron para dejar sus asuntos pendientes más o menos atados, y permitirle despedirse de clientes que le habían visto transitar desde la juventud hasta la madurez.
                  
Y ya que se iba, obligado y a disgusto, decidió cambiar. Dejó muy claro a su nueva directora que cumpliría su horario, que no regalaría horas al Banco y que conseguiría los objetivos comerciales que buenamente pudiera durante su jornada laboral. Le recordó que entró en el Banco con pantalones cortos, como botones, que ya tenía un cierto cansancio y que haría lo imposible por todos sus nuevos clientes, pero dentro de su horario. Que había decidido vivir tras su jornada laboral. Y si a su nueva jefa no le gustaba, no tenía inconveniente en que le enviaran a cualquier otra oficina.

Ángel se ha aclimatado a su nuevo destino. No le han echado con una patada en el culo por negarse a hacer horas no remuneradas. Y de momento, está tranquilo, mucho más que con Augusto, adaptándose a nuevos clientes, sin dejar que abusen de él. Porque aquí en mi sucursal, Ángel era mucho más que un empleado; era un contable, un asesor, un psicólogo, un conseguidor, un colega. Daba la mano y la clientela le tomaba el brazo entero.

Sí, padecía síndrome de Estocolmo. No era consciente de lo mucho que sus clientes abusaban de él y pensaba que esta oficina era lo mejor de lo mejor. O quizá lo menos malo. Tenía estrés, sufría muchas veces porque se veía desbordado de trabajo -en ocasiones por su falta de organización, todo hay que decirlo- y aún así agradecía estar donde estaba.

Hace poco tomamos un café juntos, como en los viejos tiempos, antes de que me ignorara. (ver aquí mi entrada "Segundo plato")

-Estoy bien Zarzamora. ¡Yo que creía que me costaría adaptarme! Y que sepas que los compañeros de ventanilla en esta oficina, no hacen ni la mitad de tareas que aquí te encargan Augusto y Lupe. Piénsatelo, a lo mejor tú también vivías mejor en otra agencia.

Me quedé pensativa... ¿Tendré yo también síndrome de Estocolmo?

Transcribo una definición actual de lo que se considera síndrome de Estocolmo y, extraído de la Wikipedia, el hecho real, acontecido en un Banco, que originó este término.

Síndrome de Estocolmo: Trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas, ya sea durante el secuestro o tras ser liberada.

Origen del término: El 23 de agosto de 1973, Jan Erik Olsson intentó asaltar el Banco de Crédito de Estocolmo, en Suecia. Tras verse acorralado tomó de rehenes a cuatro empleados del banco, tres mujeres y un hombre. Entre sus exigencias estaba que le trajeran a Clark Olofsson, un criminal que en ese momento cumplía una condena. A pesar de las amenazas contra su vida, incluso cuando fueron obligados a ponerse de pie con sogas alrededor de sus cuellos, los rehenes terminaron protegiendo al raptor para evitar que fueran atacados por la policía de Estocolmo. Durante su cautiverio, una de las rehenes afirmó: «No me asusta Clark ni su compañero; me asusta la policía». Y tras su liberación, Kristin Enmark, otra de las rehenes, declaró: «Confío plenamente en él, viajaría por todo el mundo con él». El psiquiatra Nils Bejerot, asesor de la policía sueca durante el asalto, acuñó el término de Síndrome de Estocolmo para referirse a la reacción de los rehenes ante su cautiverio.

7 comentarios:

  1. Mi experiencia me dice que los cambios en el trabajo son siempre para mejor.

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    1. Me alegro. En mi caso, las pocas veces que he cambiado también ha sido para mejor. Pero no puedo decir lo mismo de algunos otros compañeros de Banca, que cambian obligados Gracias por tu comentario. Un abrazo.

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  2. No sé si será adecuada esa denominación en estos casos. Creo que todos hemos pasado por varias situaciones o trabajos en la vida, en mi caso bien distintas. Pero en general las he buscado yo. De manera que al recordarlas con gentes con las que las he vivido, las recordamos, no digo con añoranza, porque creo que, ni queremos, ni podemos hacer que vuelvan, pero es un trozo de nuestra vida que ya no volverá. Ese síndrome es el que nos entra, porque a la postre, tratamos de ver lo bueno que siempre habrá algo. Réprobo

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    1. Cierto. La memoria es muy selectiva y nuestro pasado siempre nos parece ideal. ¡Somos tan poco objetivos! Un abrazo.

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  3. Estamos muy acostumbrados a eso de: "Más vale malo conocido que bueno por conocer" Y en muchas ocasiones comprobamos que lo mejor está por llegar.
    Un abrazo.
    P.D: Ahora lo echarás de menos ¿No?

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    1. Ja, ja, ja. A riesgo de ser mala, malísima, te diré que estamos bastante bien sin él, tomándonos muy en serio la tarea de "reeducar" a sus numerosos y excesivamente pesados clientes. Un abrazo.

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  4. Ay, Zarazamora, es que una nunca sabe si es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer. Pero me alegro por tu antiguo compi. Abrazos.

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