Intento ser buena, educada y atender correctamente a la clientela y creo que lo consigo casi siempre, pero a veces, cuando veo aparecer por la puerta a determinados clientes, se me ponen los pelos como escarpias. Sé que me van a dar problemas, que, cuando se alejen de mi ventanilla, tendré una "maxi-cola" detrás, y que en cuanto lleguen hasta mí empezarán con las típicas cantinelas:
-Buenos días señorita (o Zarzamora, o señora, o joven), vamos a ver...
-Mire Vd, quería consultarle una cosita...
-Hola, a ver si me puedes resolver este asuntillo...
Y son todos muy educados. Pero muy pesados. Casi prefiero al malo, grosero, al cliente de paso, para poder odiarle a gusto. Porque estas almas de Dios, tan latosas, me hacen sentir mal por tener pensamientos tan negativos hacia ellas.
No les aguanto. Hay mucho viejecito que entra al Banco para pasar el rato, y que ya no tiene la cabeza para llevar cuentas y números. Digo yo que teniendo hijos, como tienen casi todos, podían delegar un poquito en ellos y que sean sus futuros herederos los que se encarguen de sus asuntos bancarios.
Los jubilados del Banco son otro grupito que siempre viene pensando que tienes todo el tiempo del mundo para dedicárselo. Se cuelan en la propia ventanilla, te cogen bolígrafos, te piden objetos de promoción y, si todavía tienen hijos estudiantes, usan la fotocopiadora para copiar apuntes o libros. Y te recuerdan historias de hace mil años que, fuera de la sucursal y con un café o un refresco, agradecería, pero inmersa en el alocado día a día, ignoro. Pongo el piloto automático y por un oído me entran y por otro me salen.
Las mujeres mayores con bolso grande son las peores. Cuando les llega el turno vienen con el bolso cerradito. Que digo yo que mientras estaban en la cola podían haber ido sacando los papeles... Pues no. Abren el bolso con parsimonia, se ponen las gafas de ver cerca y, me vuelcan sobre el mostrador recibos, multas (muchas veces incluso dentro del sobre cerrado), cheques, impuestos, el carnet... para que yo organice ese caos y decida qué se puede pagar y qué está ya pasado de fecha.
Hay clientas jóvenes que no son mucho mejores. Espe Tardón me supera, me mina la moral. Cuando ya se acerca la hora de cierre y tengo casi todo organizado para el cuadre del dinero, los cheques y la divisa, aparece ella. No trabaja, tiene todo el tiempo del mundo, pero su hora preferida es el último minuto de la mañana. No sé qué cuentas de la vieja se hace, que en lugar de sacar con un solo cheque 1.000 euros, por ejemplo, tengo que pasar cuatro cheques de diversos importes que suman 1.000 euros. Pero esto no implica que sus cuentas las lleve bien y organizadas, no. Es tan despistada que, después de vender el piso de la sierra, siguió pagando los recibos del gas y la luz al nuevo propietario durante un año. Y no se dio cuenta.
Viene unas tres veces por semana. Cuando aparece en el último minuto del viernes, ya sí que se me congela la sonrisa. Después de cobrar sus cheques, siempre la misma pregunta:
-¿Cuanto dinero tiene mi hijo Beltrán en la cuenta?
Beltrán no suele tener casi nada. Estudió secundaria en España con resultados regulares y llevaron al muchacho al extranjero donde, aparte de conseguir hablar el inglés como un nativo, sacó el bachillerato y ahora está estudiando con éxito una carrera. Que me lo expliquen, que no entiendo yo ese cambio tan radical solo por cambiar de país. Con el aire que da a la tarjeta, no debe de tener tiempo para estudiar, solo para comprar y salir.
Ahí está Espe, para hacer transferencias al niño y que no le falte de "ná", para organizar la economía de este muchachote, pagarle las multas y pedir libras para que, cuando vuelva a su Universidad "british" tras las vacaciones escolares, lleve un poquito de "cash" en el bolsillo, además de la tarjeta, por supuesto. Y las multas de aparcamiento cuando está en Madrid también las paga mamá. Que, oye, es un gusto aparcar en carga o descarga o no poner el ticket. El pobre y atareado Beltrán siempre va con prisa y aparca dónde le viene bien, que detrás irá mamá a pagar las multas al Banco.
Un minuto antes de la hora de cierre, por supuesto.
Hay que reconocer que los trabajos que se realizan cara al público son un poquito cargantes por lo variopinto de la "fauna". Te recomiendo la lectura de un libro desternillante escrito por una cajera de una gran superficie que seguro conoces, al menos por el título:- Te dejo es jodeté al revés-.
ResponderEliminarCreo que explica muy bien todos los especímenes que te puedes encontrar en tu hábitat laboral.
beso
¡Ay! Zarzamora. ¿No te has pensado lo de escribir un libro que recoja todos estos chascarrillos que nos cuentas? Te lo digo muy en serio. Estoy leyendo, en clase de francés, un libro que se ha hecho famoso allí, sobre las "tribulaciones de una cajera". Ya te digo yo que tus historias tienen bastante más chispa y gracia que las suyas. Piénsatelo. Seguro que tus "jubilados del banco" y tu "Espe Tardón" se morirían de gusto al verse en el papel... Abrazos.
ResponderEliminarSi te soy sincera sí lo he pensado, pero no estoy segura de que los aludidos, en caso de enterarse de que están siendo retratados, se lo tomaran bien. Un beso.
EliminarHola, Zarzamora. Hace tiempo que sigo tu blog y te confieso que me has creado adicción. Me encanta leer tus anécdotas; me ha atrapado la forma que tienes de narrar esas historias, con sencillez, soltura y gracia.
ResponderEliminarEsta entrada me ha gustado tanto que he hecho una mención en mi blog "Por si alguien me lee" (martagarciacarrato.blogspot.com) y te he dedicado un post, "El cajero de banco", en el que aporto mi granito de arena como cliente. Porque yo formo parte de los que están al otro lado de la ventanilla (aunque no sé a qué grupo pertenezco y que tú describes; bueno, soy algo "guerrera" pero con educación, y hago como tú: me gusta definir al cajero que tengo delante). Te animo a que leas el post, a ver si te gusta. Soy cliente, estoy al otro lado del mostrador, pero por favor, perdóname y, como dices tú en la presentación de tu blog, no me odies por ello. Que sepas que me encanta leerte y que opino lo mismo que Marisa: deberías publicar esas historias. Consiguen atrapar al lector y nos ayudan a conocer tu profesión a los que solemos quejarnos desde el otro lado de la ventanilla, jejeje. Un fuerte abrazo.
Hola, Zarzamora. Entonces, en lugar de ir a la peluquería tendrás que ir a la cerrajería, cuando te cortes el pelo :)). Prueba a hacer esto: prepara una hucha. Cada vez que atiendas a un cliente de estos echa una moneda de dos euros, de tu cartera, y piensa: "esto para un vestido, me lo merezco". Cuando tengas suficiente, compras el vestido y te dices: "es mi recompensa por atender a los clientes difíciles". Después piensas en otro nuevo regalo para ti misma y empiezas de nuevo. ¿Qué te parece?. jejejejejeej
ResponderEliminarJa, ja, ja.... ¿Huchas yo? Nunca. ¡Que luego hay que encartuchar las monedas y llevarlas al Banco! No vas a ir a la tienda con kilo y cuarto de monedas. Los que nos administramos bien no necesitamos huchas. Gracias por el comentario.
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