Hoy ha venido el triturador, un señor que hace gestiones para unas monjas cercanas. Qué buenas las monjas, que dan tareas a una persona tan... especial, de difícil integración en el competitivo mundo laboral actual.
Viene y, si hay gente delante, deambula nervioso por la sucursal, se toca el pelo y habla él solo, en voz bajita. Cuando le llega el turno, me da los papeles, el dinero, y mientras espera coge un caramelo del cestillo y lo tritura. No lo lame mínimamente, oigo el crujido del caramelo duro al ser masticado. Si tardo algo más de la cuenta se aleja de la ventanilla y continúa hablando en alto, para sí mismo, con la mano acariciándose la barbilla. Va y viene, va y viene.
Una vez olvidó fuera una carpeta vieja y cochambrosa, en el vestíbulo de la oficina. Yo no pensé que la hubiera olvidado, creí que la había dejado ahí por no tirarla en otro sitio. Además no tenía nada dentro. La eché a la papelera. Al poco rato vino preguntando por ella. Se la devolví, y me alegré de que hubiera venido el mismo día, antes de entregarla a las fauces del camión de la basura.
Al acabar la jornada, de vuelta en el metro, me he sentado junto a un jovencito que también hablaba solo, en voz baja y escasamente inteligible. Farfullaba cosas acerca de un "amigo" que parecía que le había decepcionado. Se levantó dos estaciones antes de la mía y le ví que seguía hablándose mientras recorría el andén.
Prefiero estas discretas maneras de hablar solo, que la ostentación del que también habla solo, pero con un móvil en la oreja. Esos maleducados que entran en el Banco hablando por su teléfono, se plantan delante de mí sin apenas saludar y me indican con mímica lo que quieren hacer.
O los que en una comida o un café interrumpen su charla con el que está de cuerpo presente y prefieren la compañía virtual del que se ha colado a través de las ondas. Creen que todo se soluciona con un: "Perdón, ¿por dónde íbamos?", cuando cuelgan orgullosos su teléfono.
Parece que uno es más importante cuantos más contactos tenga, más llamadas reciba, más correos emita. ¿Por qué no empezamos a hablar solos, como el triturador de caramelos, como el jovencito del metro, sin móviles, sin internet, e intentamos encontrarnos más a nosotros mismos?
Que rabia me da lo de masticar los caramelos! Jaja pero es un ejemplo muy bueno para relacionarlo con todas las personas que viven pegadas a un móvil y que cada vez son más.
ResponderEliminarA mi me da mucha rabia y si estoy tomando algo con una amiga por ejemplo y me llaman no suelo cogerlo nunca, a no ser que insistan y me hagan pensar que es importante. Las llamadas de cortesía las dejo para otro momento, en el que esté sola y pueda devolverlas con tranquilidad.
Ah! Yo a veces también me he sorprendido hablando sola, más bien pensando en voz alta, sobre todo cuando tego mucho trabajo me pongo a murmurar las cosas que he de hacer y el orden en el que las haré.
¡¡Besos!!
Yo, más que hablar sola, protesto sola, porque nadie me hace caso. Abrazos.
EliminarPues me parece una reflexión estupenda, porque a veces me fijo en la gente por la calle y parecen estar todos locos, el que no habla por teléfono, guapea, o escucha música o qué se yo... el caso es ir colgado de un aparato y olvidar que somos personas. Y por cierto, si hay algo que odio es estar comiendo o tomando algo con alguien y que plante el teléfono en la mesa como si fuese un comensal más. ¿Realmente es necesario?
ResponderEliminarUn beso.
Estoy completamente de acuerdo. Prefiero un libro o un periódico mientras tomo un café, que a un compañero móvil-adicto que hace que pienses "¿Pero qué hago yo aquí escuchando a este pánfilo?
ResponderEliminarGracias por el comentario.
Cuando veo a gente hablando por la calle con el móvil, me dan ganas de sacar el mío, ponérmelo en la oreja y empezar a despotricar en voz alta "De eso nada panda de vagos, Sois unos impresentables. Como no lo tengáis terminado cuando llegue os mando a la p. calle, gentuza" Bueno y mamonadas de ésas. Ya de paso, con colega que observara la cara de los viandantes que me estuvieran escuchando. Naturalmente muy lejos del entorno en que vivo.
ResponderEliminarEstoy seguro que esa idea ya la han tenido otros muchos y la habrán llevado a la práctica en más de una ocasión.
Volvamos al tema del “móvil”. El “celular” que llaman los argentinos. Tengo un amigo que según creo ya ha hecho algún comentario por aquí haciéndose llamar “Réprobo”, el nombre le viene muy bien porque ése no se libra del infierno.
ResponderEliminarPues bien, me cuenta que su esposa está totalmente alienada con el dichoso artefacto. Vamos, que necesita tratamiento psicológico o mejor psiquiátrico –o ambas cosas- La chica no se puede separar de él. De su marido sí.
Además del gasto económico, está la esquizofrenia galopante que la invade, ya que necesita internet –tarifa plana, en el mismo- Lo peor de todo es que además está contagiando a su marido, el cual, como se le ha averiado, el ”smartphone” anda por ahí con un zapatófono sin posicionamiento en tiempo real ni contacto con “la nube”. Vamos, algo desesperante.
Por favor Zarzamora, Ayuda, Help.
¡Me dejas desconcertada! ¡Cuánta jerga tecnológica! Me dan pereza los móviles, sobre todo porque necesitaría buscar las gafas para dar a la tecla correcta. A los "présbitas" nos pasan esas cosas. Creo que los miopes de cierta edad lo llevan mejor. Dice mi marido que se comunica mejor con nuestra hija a través del móvil que cara a cara. ¡Ja ja ja! Le mandaré un mensaje al móvil la próxima vez que quiera que me ayude en la cocina. Quizá sea más efectivo que mis gritos.
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