Un matrimonio tenía un hijo que iba al colegio, estudiaba, y sacaba notas normales, sin destacar como alumno malo ni como brillante. El padre, un poco pretencioso, "intelectualoide" y "cultureta", someramente documentado en temas educativos,decidió experimentar con su hijo un sistema de motivaciones.
Puso un cartel grande en la cocina:
-Sobresalientes: 10 euros
-Notables: 8 euros
-Aprobados: 3 euros
Obligatorias tres horas diarias de estudio. Cuando se llegue a 60 el premio será ir a un parque de atracciones.
El niño seguía estudiando como cualquier niño de 11 años. Lo hacía como siempre lo había hecho, pero ahora su hucha iba engordando y cada mes visitaba el parque de atracciones porque su madre anotaba cuidadosamente las horas de estudio.
Por desgracia el padre se quedó en el paro, y al quedar un solo sueldo en la familia, el de la madre, decidieron suprimir lo del Parque de Atracciones. Al niño le sentó mal esta decisión unilateral porque le encantaba montar en las montañas rusas una y otra vez.
Como la crisis hacía difícil que el padre encontrara trabajo y la hipoteca se llevaba gran parte de los ingresos, los padres decidieron dejar únicamente al hijo el plus de los sobresalientes. Esta vez el niño se enfadó de verdad porque se había ilusionado con comprarse una consola con esos ahorros y ahora iba a tardar mucho más en conseguirla.
-Me habéis engañado -se quejaba amargamente a sus padres- Al principio me daban igual vuestras propinas, pero ahora que me iba a comprar la consola me lo quitáis. ¡No es justo!
El crío no entendía las explicaciones paternas en que se mezclaban palabras como crisis, paro, organización, tiempos difíciles...
El innecesario experimento de estos padres salió mal. El niño no se convirtió en un genio a pesar del incentivo monetario porque sus capacidades eran las que eran. Él nunca había pedido premio por estudiar, pero una vez lo tuvo, le dolió mucho que se lo quitaran. Su situación volvió a ser como la del principio pero con mucha frustración añadida y con sentimiento de haber sido engañado.
Esta historia podría calificarse de "fábula" o "parábola" de lo que está pasando en mi Banco.
Se comercializó la "Guay-cuenta" a bombo y platillo. La clientela necesitaba casi un cuadro excel para saber cómo cumplir los requisitos exigidos para recibir todas las prestaciones prometidas. Finalmente, todos, incluídos los abueletes consiguieron entender las reglas del juego de la "Guay-cuenta".
Poco a poco, a través de educadas cartas a los clientes, cada semestre y, luego, cada trimestre, se fueron eliminando ventajas hasta que la situación actual es muy similar a la de antes de esta grandiosa campaña publicitaria. Pero en la gente se ha instalado el enfado y la desconfianza. No van a volver a creer las promesas del Banco cuando les diga "para siempre" o "indefinidamente".
Y nosotros, los empleados, somos el muro contra el que se estrellan las iras y decepción de la gente y tenemos que justificar como podemos la actuación de la empresa que nos paga. Nadie nos preguntó cuando se lanzó la "Guay-cuenta" Ya intuíamos que sería "pan para hoy y hambre para mañana" En los "laboratorios" bancarios se "fabrican" cuentas y nadie consulta a los que verdaderamente sabemos qué quieren los clientes. Y qué no quieren.
Una interesante y amena forma de explicarnos las incoherencias cometidas por los de siempre: Los que manejan el cotarro a su antojo a base de impulsos, sin prever las crisis y los sobresaltos del mercado.
ResponderEliminarCreo que a estos les valdría la pena acercarse a la dura realidad de lo cotidiano. "Un café vale lo que vale"
Un abrazo.
¡Ay! Esas cabecitas pensantes. Qué miedito cuando deciden que van a "idear" nuevas fórmulas. Y es que no hay nada peor que un mediocre activo. Abrazos.
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