Ayer vino a buscarme mi amiga -no le pongo nombre ficticio porque como lee este blog de vez en cuando, no sé si le gustará un nombre inventado- Entró en la sucursal y observó ligeramente a los compañeros.
Al salir me dijo:
-Oye, ese compañero tuyo un poco escondido, tan tiesecito... ¿Es Claudio Bobo?
-Síii. Es él. Ahora me arrepiento de la entrada tan dura que le dediqué. El otro día me contó su historia. Tuvo un cáncer grave y creían que se moría. Estuvo incluso en una habitación "burbuja", aislada de todo tipo de gérmenes, mientras le reponían su médula dañada.
-Pues ya sabes, haces otra entrada y la titulas "rectificar es de sabios"
Ese fue el consejo que me dio mi amiga. Cuando un enfermo cuenta sus penas, cuando ves que lo ha pasado mal, que es un superviviente, un renacido, tiendes a sentir una extraña mezcla de admiración, compasión, alivio (porque a uno no le haya tocado una experiencia similar) y esos sentimientos cubren como un manto níveo cualquier defecto real. Ni los enfermos ni los muertos son malas personas. Nunca.
Sí, ayer yo sentía remordimientos por todo lo que dije de Claudio hace unos días. La escucha atenta de sus experiencias hospitalarias me había generado un hermanamiento en el que no tenían cabida las pequeñeces de la vida laboral. ¿Pero quién soy yo para criticar a un hombre que lo ha pasado tan mal, que ha vencido a un cáncer en estado avanzado? ¿Quién soy yo para criticar a un antiguo director que ha dejado de serlo porque su convalecencia le exige mayor tranquilidad? ¿Cómo podía haber criticado al que tan abiertamente y sin tapujos me había narrado sus dolencias? Yo, Zarzamora, estaba tremendamente arrepentida.
Pero como decía mi amiga, y repite hasta la saciedad Jaime Peñafiel (el cronista del mundo rosa) "uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras" o, más bíblicamente, "lo escrito, escrito está"
El arrepentimiento me ha durado menos de un día porque el haber estado muy, muy malito no implica que dejes de ser... bobo. Y hoy le hubiera dado de tortas cada vez que me mencionaba la "normativa".
Estábamos solos él y yo en el patio de operaciones. Yo, trabajaba y tenía una cola de unos ocho clientes. Claudio probablemente trabajaba -al menos miraba la pantalla y tecleaba, aunque Lupe también lo hace en horas de trabajo para comprar ropa por Internet- Él no tenía a nadie
en su mesa. Augusto, el director, estaba encerradito en el despacho. Es su costumbre cuando ve colas. El resto de la plantilla desayunaba en una cafetería cercana sin ninguna prisa.
Llegó la señorita Josefina Chillón a hacer una transferencia. Como sé por experiencia lo mucho que tarda en darme todos los datos, para agilizar y no hacer esperar a los de detrás, la mandé con Claudio.
Casi de inmediato recibo una llamada interior. No podía creer que el memo de Claudio me interrumpiera. Podía haberse levantado y venir a decirme lo que fuera. No estamos tan lejos uno del otro. Cogí el teléfono con un resoplido.
-Dime Claudio ¿Pasa algo?
-La señorita Chillón no trae el DNI.
-Haz la transferencia, la conozco desde hace más de diez años y te garantizo que es ella -le respondí impaciente.
Pero Claudio Bobo no se daba por vencido.
-Sabes que la normativa indica que el cliente ha de presentar su DNI todo momento y...
-Mira Claudio, te la cojes con papel de fumar.
-Es que claro, figura mi número de empleado en la transferencia y como comprenderás...
Le corté.
-Mándámela otra vez de vuelta a ventanilla si tienes tantos problemas. ¡Es que no me lo puedo creer!
Y colgué el teléfono con otro bufido, dando un golpetazo. Los clientes habían oído lo que yo decía e intuído las bobadas que soltaba mi interlocutor.
Al final, hizo la transferencia. Tardó mucho más de lo que yo hubiera tardado, y volvió a quedarse solo. Yo seguía atendiendo.
-Mírale, solito, y tú aquí, sin parar. Qué injusta es la vida. No hay compañerismo ni nada. Pues que sepas que ahora vengo siempre a esta sucursal porque atiendes fenomenal y eres rapidísima -me dijo un señor de mediana edad.
-Pues nada, póngame un 10 si le hacen una encuesta -le dije riendo. Ahora en el Banco se dedican a hacer encuestas de satisfacción casi por cada operación que realizan los clientes.
Claudio quería justificarse a toda costa y tampoco debía tener muchas tareas que hacer. En cuanto me vio libre, vino a mi vera a explicarme con más detalle las razones de su comportamiento, los problemas -reales o imaginados- que podía acarrear saltarse la normativa, los fraudes que, en su etapa de director, había evitado por ser tan escrupuloso en sus actuaciones bancarias.
-Que sí Claudio, pero no te enrolles más, que esa era Josefina, soy tu compañera y creo que merezco una credibilidad si te digo que la conozco.
-Sí, pero... Imagínate que ahora sale a la calle y la policía le pide el carnet. Te recuerdo, Zarzamora, que la obligación de todo ciudadano es ir documentado siempre. Entonces ¿qué dice a la policía, que pasen al Banco, que ahí les dirán que ella es Josefina Chillón?
Ya no sabía si darle una patada en sus partes, esas que se coge con papel de fumar, ponerle una mordaza, o reírme descontroladamente. Hice lo último. Y lo vuelvo a hacer ahora, mientras escribo, porque este individuo me va a dar mucho material para mi blog.
Al acabar la jornada me dice:
-Hasta mañana, coge energías.
-Sí, tranquilo, para seguir discutiendo contigo.
Y nos hemos reído nuevamente los dos.
Te felicito por esa rectificación, también por tu sincero arrepentimiento, pero mucho más por tu sinceridad; porque si tu compi sigue siendo Bobo, hay que decirlo, eso no es malo, no le haces ningún daño y nosotros seguimos disfrutando de tus entradas, ;D. Abrazos.
ResponderEliminarEs cierto, lo paso muy bien con sus ocurrencias. La verdad es que cuando son hombres es más fácil soltarles cuatro frescas si procede. Entre mujeres hay más rencores. Un abrazo.
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