"Olvida mi nombre" como decía esa canción de Pimpinela de la década de los ochenta, que todos los que tenemos cierta edad recordamos. Esto es lo que a veces desearía, que olvidaran que me llamo Zarzamora, no por frustraciones sentimentales, como cantaba la pareja de hermanos, sino por cansancio laboral.
Mientras mi compañera -y jefa- Lupe, estuvo de baja, Augusto, el director, consiguió que nos enviaran una sustituta durante unos días. La "nueva" se adueñó de mi puesto, con muchos nervios y gran inseguridad a pesar de sus veinte años en el Banco y su pasado como subdirectora, y Augusto me colocó próxima a él, en la mesa habitualmente ocupada por Lupe, que padece diariamente la cercanía de nuestro superior.
¡Creí que me daba algo! Oía mi nombre en estéreo. Por un lado Augusto, que solo se levanta del asiento para ir al aseo, voceaba "Zarzamora" constantemente, me hacía entrar a su despacho y me ordenaba tareas múltiples sin tiempo para organizarlas y digerirlas adecuadamente. En el otro extremo de la oficina, la nueva, Mari Paz, me llamaba para que le aclarara multitud de detalles que desconocía por estar de repente en una sucursal muy distinta a la suya. Además, con su carácter tremendamente nervioso se aturullaba mucho.
Empecé a pensar que yo hubiera estado mejor sin ayudas, haciendo mi trabajo y el de Lupe a mi aire y a suficiente distancia de mi director. Porque él no me "utilizó" para sacar trabajo de la compañera ausente, sino para solucionar tareas suyas que cualquier otro jefe soluciona por sí mismo. Augusto aún piensa que está en una de esas sucursales de hace años, con ritmos pausados, donde era el "reyezuelo" de diez o más empleados.
Todo esto lo recordaba al hilo de los consejos que en este tiempo de Adviento daba un sacerdote a los niños en una misa infantil llena de música y de palmas. Al igual que en su día San Juan Bautista animaba a sus paisanos a "preparar el camino al Señor", los niños debían mejorar en algunas cosas. Siempre se les sugiere que obedezcan más a los padres y profesores, que normalmente quieren su bien y les dan buenos consejos.
Escuchaba esto y pensaba que, a diferencia del alma blanca de todos esos niños, yo la debía tener gris oscuro porque esto de obedecer a los superiores (léase Augusto) lo llevo mal, muy mal. Luego acallaba mi conciencia diciéndome que de ninguna manera son comparables los amorosos consejos e indicaciones de los padres con las órdenes despóticas, absurdas y autoritarias de los jefes. Muchas veces se les llena la boca con la palabra equipo, normalmente para intentar que el subordinado trabaje como un jefe cuando tiene una categoría y sueldo muy inferiores, pero luego el ramalazo "yo soy el que manda (en el equipo)" les sale con mucha facilidad.
Con Mari Paz, mi compañera provisional sí que me porté con auténtico espíritu navideño. No indagué demasiado -por falta de tiempo entre otras cosas- en su situación, pero por algo que comentó me dio la impresión de que había padecido algún tipo de depresión motivada por el trabajo. Ella estaba tan tranquila en su oficina y de repente la mueven como a un peón de ajedrez y la mandan como ayudante a la mía. Estos trasiegos no le gustan a ningún empleado.
Para los poco días que iba a estar con nosotros, y aunque también repitiera mi nombre hasta la saciedad, decidí ayudar a Mari Paz con prioridad respecto de Augusto. ¡Solo faltaba que al llegar la hora del cierre, Mari Paz no cuadrara y me tuviera que quedar sin comer y revisando todas sus operaciones hasta dar con el fallo!
En un momento dado, fui bufando hasta la fotocopiadora de ventanilla a hacer un absurdo encargo del director.
-¡No le aguanto, no le aguanto, no le aguanto!- repetía bajito mientras fotocopiaba una póliza.
La compañera nueva se volvió preocupada hacia mí.
-¿No estarás enfadada conmigo verdad? ¿Estoy haciendo algo mal?
-No, por Dios, no aguanto al director, que no me deja parar. ¿Cómo me voy a disgustar contigo que vienes aquí a ayudar? Además has cogido el ritmo muy rápido.
No lo hice mal como jefa esos días. La tranquilicé, la aconsejé, la ayudé, y cada día le iba confiando nuevas tareas que sabía que podía hacer, sin agobiarla. Se despidió muy contenta y agradecida.
-Gracias, de verdad, por todo lo que me has ayudado estos días, me lo has hecho todo muy fácil- me dijo al marcharse.
Espero que mi corazón esté ahora de un gris más clarito y poder decir, como los niños: "He sido buena esta semana"
Alguien me preguntó hace poco cómo se me ocurrían estos artículos. La verdad es que los ingredientes siempre los tengo a mano. Varía la forma de mezclarlos. Hoy los he metido todos en la batidora, he puesto la masa en el horno y... espero que el bizcocho os haya gustado.
Ya te comenté en su día que tu sucursal da para mucho, tienes unos ingredientes muy variopintos como para que no te salgan unos artículos la mar de apañados.
ResponderEliminarUn diez para ti, que te portaste, no con espíritu navideño, si no con el talante que deberíamos tener habitualmente con nuestros semejantes. No podemos criticar a los que nos tratan con despotismo (ilustrado o no) y a la vez tratar nosotros de igual manera a los compañeros o a los que están por debajo e nosotros en el escalafón laboral o familiar.
Un abrazo y mi deseo de unas felices fiestas bien merecidas.
Creo que vuelve Mari Paz ayudarme durante algunos días de vacaciones masivas en mi sucursal. Lástima que tengamos que estar con Augusto también. Yo le daría más vacaciones que a nadie. Para que no moleste. Feliz Navidad.
EliminarCuando yo trabajaba, y de eso hace ya muchos años, en una empresa muy grande, aunque ahora algo menos, resulta que en ese departamento éramos un montón de gente a tres turnos. Pues bien puedo acreditar que yo trabajaba realmente. Como ocurre en estas grandes empresas, lo de ganarse realmente el pan, con frecuencia, era algo secundario. En un momento dado hubo una “movida” para aumentar el número de jefecillos.
ResponderEliminarHe aquí que, gentes que no habían dado golpe hasta entonces, comenzaron a sentir ese noble deseo de trabajar, ser útil a la empresa y por tanto a los sufridos usuarios de ese servicio. Pero vamos, con toda la “jeta” comenzaron a currar como locos y a poner a parir a los que no lo hacían,
Al final “subieron” algunos ligados a los sindicatos y no muy currantes que digamos. Probablemente para que “dejaran de dar la vara” como así fue. Cuando eso ocurrió, todo volvió a ser como antes. Réprobo
Yo también he vivido épocas en que prejubilaban antes -con todo tipo de mejoras- a los sindicalistas, para tenerlos lejos. Ellos decían que sí y se iban tan contentos. Nada de luchar por los compañeros y de no abandonar el barco. En fin, que cada cual tiene que buscarse la vida y no esperar que te defiendan otros si no lo haces tú el primero. Feliz Navidad.
EliminarQuerida Zarzamora, a mí tus "bizcochos" siempre me gustan ;D. Ese corazón tuyo, con ese gris perla que dices, estará ya blanco de soportar a tu jefe. Así que, aprovecha y pídele a los Reyes Magos un jefe nuevo, y mejor, claro... Quién sabe, quizás haya suerte. Feliz Navidad
ResponderEliminarLa pega es que a mi edad no creo mucho en los Reyes Magos. Igual pruebo con una carta a la nueva Reina Maga que saldrá en la cabalgata de Vallecas. Ya sabéis... la igualdad llevada al esperpento. Feliz Navidad y nuevo año.
ResponderEliminarA mí también me ha tocado algunas veces acoger, ayudar e integrar a los nuevos que llegaban al grupo, pero no porque yo tuviese esa importante misión asignada de modo oficial sino porque, a ciertos niveles, creen que todo el que llega nuevo ya lo sabe todo o, más misteriosamente aún, es capaz de aprenderlo sin que nadie le cuente nada ni le haga caso y, cuando veo a un pobre diablo despistado y sin saber qué hacer, me agrada intentar sacarlo de tan ingrata situación en la medida de mis posibilidades.
ResponderEliminarTal vez tienda a hacer eso porque me he visto en la misma situación muchas veces y sé lo ingrato que es ver como los que controlan la situación te ignoran, en el mejor de los casos, o te culpan de no ser eficaz desde el primer instante. Tienen tanta inteligencia en sus mentes que ya no les queda espacio para recordar que ellos también tuvieron que aprender todo lo que saben.
He visto a demasiados jefes, jefecillos y "jefones" que no saben que lo más importante que tienen a su cargo son las personas. Si les dedicasen más tiempo a ellas que a sus absurdos e inútiles informes plagados de datos falsos, otro gallo nos cantaría.
Pero como no hay mal que por bien no venga, tengo que reconocer que, los nuevos suelen ser muy agradecidos con los que les hacen algo de caso, y eso vale mucho más que veinte palmaditas en el hombro de cualquier jefe.
¡Cuánta razón tienes! Menos mal que nuestros iguales suelen ser agradecidos. Un abrazo
Eliminar