miércoles, 18 de marzo de 2020

Mi banco y el virus

Mira que me gusta criticar todo lo que hace mal mi empresa, pero en esta ocasión no voy a hacerlo porque esta pandemia nos ha pillado a todos por sorpresa. A casi todos, debería decir, porque mi hijo veinteañero que bucea en Internet y accede a sitios menos frecuentados por el gran público, venía avisándonos hace un mes de que esto era muy, muy serio y lo que nos parecía ciencia ficción en China (desinfecciones masivas, calles vacías, gente recluida en sus casas...) lo veríamos aquí.


En el Banco todo ha sido rápido. La jefatura ha tenido que reaccionar sobre la marcha al cierre de colegios, que implicaba que muchos padres tuvieran que quedarse con los niños en casa y, después, a la situación de confinamiento, que ha dejado las oficinas sin apenas clientela. Ancianos inconscientes que venían a tonterías y por darse el paseo, han sido el 70% de mi exiguo público en estos dos días. ¡Hay que fastidiarse!

Primero se otorgó cierta flexibilidad horaria y de teletrabajo a los que tenían niños. El viernes se avisó a determinados empleados (embarazadas, con alguna enfermedad o que hubieran tenido cáncer) para que se quedaran en casa. Ayer se decidió que en cada zona quede abierta una oficina de referencia y, provisionalmente, se cierren el resto. 

Muchos empleados que tienen portátil del Banco trabajarán en casa. Habrá turnos de 15 días. Imagino que si enferma alguien que está al pie del cañón, atendiendo al público, se garantiza que haya empleados sanos que le puedan sustituir. Esto es cosa mía, no nos lo han dicho tan claramente.

Seguirá habiendo dinero y todos los cajeros, también los de las sucursales cerradas temporalmente, dispondrán de suficiente efectivo.

A mí y a muchos compañeros como yo nos mandaron ayer a casa hasta nueva orden. Al haberse reducido el número de oficinas abiertas sobramos muchos ventanilleros. Estoy a la espera de que acaben mis dos semanas de confinamiento o de que me llamen antes si me necesitan en alguna oficina. Yo no tengo portátil de empresa ni claves para acceder a nada desde casa. Yo no puedo teletrabajar.

Debería estar contenta. Puedo dedicarme en casa a lo que quiera. Pero ayer, cuando me dieron la noticia de que cerraban mi sucursal, se me saltaron las lágrimas.

Cerramos todo, apagamos luces y calefacción. Regué bien mis tiestos. Mi marido me esperaba en el coche en una gran avenida casi desierta. Eché un vistazo a la puerta cerrada de mi oficina con el cartel de aviso a los clientes, y deseé con todas mis fuerzas trabajar como siempre y madrugar todos los días.

8 comentarios:

  1. Ciertamente parecía que nos pillaba de lejos el problema, es lo que ocurre cuando las cosas no nos afectan de cerca, que no les damos importancia. Guerras, hambrunas, migración y en este caso enfermedades, las vemos en el telediario. Por eso cuando las sufrimos, se nos hacen insufribles y nos pareciera estar viviendo en mundos distópicos.
    Ánimo, paciencia y a por todas.
    Un abrazo.

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  2. Esto está poniendo a prueba muchas prioridades y muchas formas de organización. Desgraciadamente, tendremos que aprender a golpe diario. Ánimo.

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  3. Esto está siendo duro, muy duro. Un abrazo y mucha salud a todos.

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  4. Bueno pues ahora solo nos queda cumplir buenamente las normas y esperar al menos para buena parte de la gente. Otros tendrán que "dar el callo" muy duramente. Ya hay sesudos internacionales que con cálculos matemáticos hallados con experiencias anteriores y actuales sobre epidemias metiendo factores de todo tipo han hallado una curva (de Gauss?) con lo que vaticinan cuándo va a acabar y hasta, si me apuras, el número de infectados y muertos que se llevará por delante. Mefistófeles

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    1. No sé yo si esto es tan fácil de vaticinar. Ojalá. Un abrazo.

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  5. Hola Zarzamora. Tengo muchos amigos que trabajan en banca y están como tú, a turnos de quince días. Entiendo cómo te sientes... Por cierto, me gusta tu blog, he leído varias entradas y me gusta lo que nos cuentas. No sé, me parecen historias cercanas. Con tu permiso, me quedo por aquí. Besos y ánimo.

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    1. Por supuesto que tienes mi permiso para quedarte por aquí. Me das una alegría con tus palabras. Un abrazo.

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  6. La verdad es que no tengo derecho a quejarme viendo cómo están muchos pequeños comerciantes o la gente que ha perdido a familiares en estas circunstancias dramáticas. Un abrazo.

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