miércoles, 3 de enero de 2024

Añoranzas

 Este año -no sé bien a cual me refiero, si 2023 o 2024- me ha "pillado el toro". No he escrito nada pre-navideño. Es 3 de enero y no sé si felicitar o no. Quizá pueda felicitar Reyes. O no felicitar. Es una conveniencia social y cultural festejar y felicitar en estos días. Reconozco que a mí me gustan mucho y lo paso bien, pero he sido mucho más feliz en días anodinos de cualquier año en que alguna circunstancia -sorpresiva o esperada- me ha "tocado" tanto, que hubiera deseado que ese día no acabara nunca.

Me gusta la Navidad, los encuentros, los belenes, pasear por la ciudad y ver las luces, comer con la familia. Detesto las aglomeraciones para comprar cosas que uno no necesita, que sobren montones de comida en los días especiales y acabar con la tripa llena. Afortunadamente, lo que no me gusta lo evito.

Antes de las Navidades me dijeron en mi oficina que si podía ir a poner el Belén, como todos los años. Por supuesto les dije que sí. Poco después me llamó Claudio Bobo.

-Zarzamora, olvida lo que te dije del Belén. No se va a poner. Tampoco el árbol.

-¿Y eso? -pregunté sorprendida. Pensé que quizá una nueva normativa bancaria prohibía taxativamente decorar imaginativamente las oficinas.

-Mira, no tenemos ánimos. Nos cierran la oficina en enero. Además del trabajo habitual estamos liados organizando cajas de archivo y etiquetando todo. Yo hasta me he traído una bata azulona porque estoy harto de llenarme de polvo en los sótanos.

Me fui hace un año de esa oficina abierta en la década de los sesenta y que había sobrevivido a oficinas más emblemáticas, y la cierran ahora. Fin de ciclo.

La verdad es que cuando he ido a visitar a mis compañeros este año, cada vez veía la  sucursal con menos movimiento, más triste. En los tres últimos años los clientes siempre eran los mismos y faltaba esa "vidilla", ese "jaleíllo" que yo recordaba de cuando entré allí, joven e inexperta. Cuando éramos quince empleados, no cuatro, como ahora.

Me alegro de estar fuera, de no tener que dar explicaciones a la clientela, ni tener que hacer cajas, ni arqueos finales. Es una despedida que me hubiera entristecido, porque siento que muere una etapa de mi vida, que nunca podré volver -aunque sea de visita- a un lugar en el que he sido feliz y en el que he pasado tantos años de mi vida.

Aprovechando la Navidad, el pasado 26 de diciembre fui con mi nonagenario padre a dar un paseo por Madrid. Después de ver el Belén de la Comunidad, que jamás defrauda, enfilamos la calle Alcalá. Las Galerías Canalejas estaban estupendamente decoradas. Ambos habíamos trabajado allí cuando ese edificio era Banco Hispano Americano. Todavía aparece un logo BHA en algunas puertas. Lo han mantenido porque las fachadas están igual que han estado siempre. De hecho, vaciaron todo el interior y reconstruyeron el edificio manteniendo el exterior.




Mi padre trabajó allí mucho tiempo, desde mediados de los años 50 del pasado siglo, hasta los años 70 en que le cambiaron de ubicación. Eran tiempos en que el hijo de un albañil venido del pueblo podía optar a un puesto fijo en un Banco si estudiaba y se esforzaba. Se empezaba desde el puesto de botones y poco a poco se podía llegar a apoderado de Banca, como fue el caso de mi padre.

Yo estuve allí durante tres meses cuando comencé mi periodo de formación. Estábamos acompañados de veteranos que nos supervisaban y nos enseñaban. Aprendíamos sin la tensión que tienen los jóvenes que entran actualmente en el Banco, a los que les dejan solos ante el peligro, sin conocimientos prácticos del puesto en el que les colocan, como si fueran una ficha intercambiable de parchís.

Entramos en las suntuosas Galerías, bastante vacías de público. No sé si porque aún era pronto o porque los precios eran prohibitivos. Ni los aseos eran accesibles al público general. Tenían una botonera para meter una clave especial y poder entrar. Subimos a la entreplanta, donde yo recordaba que había estado mi puesto de trabajo, desde donde se veía el patio de operaciones de la planta baja, siempre lleno de público en ese año 1990 en que yo andaba por allí. Entre tanta tienda lujosa me fue imposible ubicarme. Solo reconocí la cristalera del techo que  era la misma. Otra despedida, otro final.

Las sedes centrales de los Bancos de la calle Alcalá han desaparecido. El Banco Central, con sus enormes columnas y cariátides, que también yo visitaba para hacer gestiones de la sucursal cuando pasamos a ser Banco Central Hispano, se ha convertido en el edificio Cervantes.


Desde el mirador del Ayuntamiento de Madrid de ve la sede del Instituto Cervantes, antiguo Banco Central, antes Banco Río de la Plata. Ambos edificios son obra del mismo arquitecto.

Se mantiene el Banco de España, al que hay que acceder con cita previa ¡como no! y donde prohíben hacer fotos de su interior. Tuve que ir con mi hija allí hace poco y llegamos un poco temprano. Hacía un frío que pelaba en la calle, pero no nos permitieron esperar en el interior (totalmente desierto) hasta 10 minutos antes de nuestra hora. Como es "natural" pasamos por arco detector de metales y expusimos nuestros bolsos a la intromisión de los escáneres. Esto es lo que tenemos en esta sociedad saturada de normativas absurdas.

Fue un buen paseo el que di con mi padre. Es cierto que siempre hay un toque de nostalgia, pero así es la vida, única y cambiante. ¿Qué novedades nos deparará este año 2024? Solo espero que sean buenas.


3 comentarios:

  1. Pues es cierto que estas fiestas son más comerciales que otra cosa. Pero, cuantos momentos inolvidables hemos pasado durante las navidades pasadas. De niños, y jóvenes. Ahora de adultos con cierta edad. La nostalgia y los recuerdos nos van poseyendo y cada vez con más frecuencia, nos vamos despidiendo de etapas de la vida que no volverán.
    Un abrazo.

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  2. Nosotros, hacía años que no poníamos ya el belén, pero el año pasado la nieta nos devolvió a otras épocas, que no sé si fueron mejores pero, muy distinta a las de ahora. El "árbol" lo quité el día 7, pero el Belén estará todo enero para no variar. En cuanto las añoranzas del curro, hay momentos que son inevitables. Cierto que otra de las cosas que más han cambiado y a peor. Una de ellas, por el internet y la voracidad empresarial y bancaria. Es un mundo que no conozco mucho pero se adivina.

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    1. Sí, el mundo cambia a ritmo vertiginoso. Espero que sigan quedando las tradiciones: Belén, árbol, reuniones familiares. Que no nos arrastre la locura de internet. Un abrazo.

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