jueves, 2 de noviembre de 2023

Gente que me recuerda

Hace dos semanas me llamó un antiguo cliente, mayor y elegante, y me invitó a comer.

Cuando yo trabajaba era habitual que una vez a la semana nos tomáramos un café juntos. Me ponía al día de todos los cotilleos del barrio. Un barrio elegante en el que él ha vivido desde que era crío. Cuando recorríamos las calles me indicaba quien vivía en cada chalet. Algunos nombres me sonaban por haber aparecido en las revistas del colorín. Otros, con más connotaciones políticas o económicas me sonaban menos. Siempre pensé que si mi memoria hubiera sido mejor, después de estos paseos para tomar café, tendría que haber investigado sobre tantos vecinos famosos de los que yo no fui muy consciente en mi etapa laboral. Y es que no todos tenían la cuenta en mi oficina. 

La víspera de la cita me llamó nuevamente para indicarme el lugar y me dijo:

-Espera, que aquí hay alguien que te quiere saludar. Cuando le he dicho que iba a comer con Zarzamora, me ha dicho que le encantaría saludarte.

Era una de las camareras del restaurante, que durante muchos meses había ido todas las mañanas al Banco a llevar la recaudación. Por distintos motivos, probablemente por el uso masivo de tarjetas, dejaron de ir en el año 2018, pero las dos nos recordábamos.

El día de la comida con Don Gregorio saludé a Cati. La verdad es que nos dimos un abrazo muy sentido. Allí seguía ella, detrás de la barra, con su alegría de siempre. Nos pusimos al día de los avances de nuestros hijos y de nuestra vida actual. Que haya gente que todavía me recuerde con tanto cariño me hace más ilusión que cualquier homenaje. Debo ser sincera, me fui del Banco y, salvo una comidita con los compañeros de la oficina, no tuve  ninguna celebración como las que se hacían en tiempos pasados.

Vuelvo a la comida con D. Gregorio... Afortunadamente ese día no llovía y hacía un sol otoñal muy agradable. Cuando le vi estaba tomando el aperitivo en la terraza con tres amigos más, todos octogenarios, como él. Me senté con ellos y me parecieron tan tiernos... Sorprendentemente, estaba en una reunión en que de los cuatro integrantes, tres eran viudos. Estoy empezando a dudar de esa máxima que dice que son las mujeres las que entierran a sus maridos.

                                            

Se alegraron mucho de la novedad de ver una cara nueva -la mía- por allí. A mí me rejuveneció su compañía. Con mis sesenta años era una "cría" para ellos, porque era de la edad de sus hijos año arriba o abajo. En cuanto se enteraron de que había trabajado en Banca, salieron en tromba todas sus cuitas. Eran las mismas, independientemente del Banco con el que trabajaran.

-Les obligaban a usar tarjeta y cada vez les resultaba más difícil encontrar oficinas con empleados que les dieran el dinero sin ponerles pegas.

-Sus fondos de inversión siempre tenían pérdidas

-Era un engorro pedir citas, y si uno no la pide no le atienden.

-Tenían que hacer un montón de cosas por internet o con el móvil. No se aclaraban y muchas veces tanto los hijos como los nietos les ayudaban con desgana mientras decían "pero si es muy fácil"

-Solucionar cualquier incidencia con recibos o plantear cualquier duda o reclamación era misión imposible.

¿Qué les iba a decir? Que tenían razón, que cuando eres mayor lo mejor es dar las claves a un hijo o hijos, o sobrino, si no tienes hijos, de tu confianza. O hacer un poder, como han hecho mis padres, para evitarles paseos y problemas. Cuando un mayor enferma, o se queda inválido, o pierde la cabeza, la gestión de los Bancos, cuando previamente no ha autorizado ni apoderado a nadie, puede ser una auténtica pesadilla.

Claro, yo hablo así porque soy depositaria de la confianza de mis mayores y jamás voy a hacer nada contra sus intereses. Procuro facilitarles la vida y las gestiones. Habrá gente que no tenga a nadie en quien confiar, que tenga motivos para dudar, que tema quedarse desplumado por hijos o sobrinos. Eso es una tristeza añadida.

Después del aperitivo con esta pandilla pasamos a comer D. Gregorio y yo. Tomamos un menú del día exquisito. El comedor estaba lleno de gente mayor. Al lado de nosotros un grupo de señoras se quejaban de que en sus casas aún no habían puesto la calefacción, que el presidente del edificio no les hacía caso porque no vivía en el bloque, sino en La Moraleja y que lo iban a destituir.

El camarero ya las conocía y les dijo:

-Pero bueno, si los presidentes no cobran. Le vais a hacer feliz si lo echáis. Abrigaos un poco más, que en noviembre ya ponen las calefacciones.

Me da que esas señoras eran del tipo quisquilloso. Me cayeron mejor los amigos de Gregorio.

Mi marido se sorprendió porque volví pronto a casa. Es lo que tiene quedar con gente de cierta edad. Después de comer a una hora temprana mi acompañante fue a su casa a seguir su rutina. Sentarse al sol en su porche acristalado, fumar una pipa y tomarse un whisky. Eso es vida y vale más que un viaje a Cancún con ocho horas de avión. 


1 comentario:

  1. Estoy agradecido por la inspiración constante que encuentro en tu contenido.

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