martes, 19 de septiembre de 2023

Adiós. Te quiero

 Ha sido un verano complicado. Verano de calor, de hospital y de muerte. Una de mis hermanas ha fallecido de un cáncer que le detectaron hace año y medio.

No voy a decir eso tan socorrido de "luchar contra el cáncer". Creo que no se puede tomar como una batalla, sino como una aceptación. Ella sabía de la gravedad y confió en lo que los médicos le sugerían. Siempre hay un resquicio para la esperanza. Y si consiste en que  envenenen con quimio, el enfermo lo acepta. Porque estamos hechos para la vida y quizá el milagro o la curación inesperada puede aparecer. Y a esa rendijita de luz nos agarramos todos.

No pudo ser. Y mientras estaba con mi suegra centenaria, que dobla en edad a mi hermana, pensaba en que la realidad da de bofetadas a nuestro sentido de lo justo. ¿Por qué le tocó a ella, tan joven, tan deportista, tan cuidadosa con la alimentación? ¿Por qué en el hígado si jamás bebía? ¿Por qué tan grave cuando en apariencia ella estaba bien? ¿Por qué hay tantas asociaciones contra el cáncer, tantas donaciones de famosos y no famosos y se avanza tan poco con esta enfermedad? ¿Por qué el único remedio -en general- son cócteles químicos que matan indiscriminadamente lo bueno y lo malo y dejan al enfermo hecho una piltrafa? ¿Por qué tanto afán con la detección precoz cuando muchas veces la "posible" cura implica un camino doloroso y una saturación de medicamentos de utilidad incierta? ¿No sería mejor morir de repente sin tanto estrés?

Mi hermana nos dio una gran lección de entereza, de fortaleza ante la adversidad. En el último mes en el hospital, con su cuerpo maltrecho y dosis de morfina cada vez más altas para combatir el dolor, lo que ella quería era dejar de sufrir. Estaba preparada para su viaje definitivo.

Ella ya es un espíritu libre. Libre de ese tumor que se extendió demasiado, libre del dolor, libre de la venenosa quimioterapia. Y estoy segura de que nos quiere ver felices. Lo intentamos todos, aunque su familia cercana -marido e hijos- lo tienen más complicado, porque la casa les recuerda muchos momentos con ella.

Las lágrimas saldrán sin querer durante mucho tiempo. Hay que dejar que fluyan. Lágrimas serenas de su marido, sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus sobrinos. Lágrimas de tantos que la querían y no esperaban este final.

En febrero estuve con ella en el campo. Tan solo día y medio. Pensábamos que haría frío pero el tiempo era estupendo. Nieve en las montañas, cielo azul, arroyos repletos de agua con algunos carámbanos de hielo.





Fue una buena caminata, de unos diez kilómetros, en la que ella me llevaba la delantera. A pesar de su enfermedad todavía estaba en forma físicamente. No conocía el lugar y le gustó. Creo que fue feliz y la naturaleza le ayudó a olvidar su situación. Yo no podía pensar que con esa energía le quedara tan poco tiempo entre nosotros.

Vuelvo muchas veces por esos caminos y siempre quedarán ligados a esa tarde feliz de febrero en que los recorrimos juntas. Cuando ella ya sabía que quizá su enfermedad no tenía solución y aún así desprendía alegría. Cuando yo aún desconocía toda su gravedad y pensaba que con esa vitalidad vencería al cáncer.

Hermana, me despido de ti como hemos hecho todos tus hermanos, tus padres, marido, hijos... cuando salíamos de la habitación del hospital en que nos íbamos turnando. Te dábamos un beso y te decíamos al oído, porque se dice que el oído es lo último que se pierde cuando el enfermo tiene la sedación terminal:

"Adiós. Te quiero"


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