viernes, 7 de octubre de 2022

Anomalía

 Hace un par de días vino a la oficina nuestro encargado de "recursos humanos". Su principal misión era ofrecer a mi joven jefa "Blanca Estrella", incorporada recientemente de su permiso maternal, un "ascenso". Quería trasladarla a una oficina de más categoría, con más empleados y más problemática, manteniéndole su  sueldo actual. Y sin la seguridad de salir a su hora, como hace en esta sucursal. Todo sería en aras de una mejor proyección profesional y, en algún momento futuro, el banco compensará tanta dedicación. Mentiras y más mentiras, por supuesto.

Blanca no tuvo mucho que pensar y declinó amablemente la propuesta indicando que con el bebé, ahora mismo no quería cambios de ningún tipo. De momento ha conseguido permanecer en nuestro pequeño oasis, pero es joven y obediente y quizá más adelante, si desde Recursos Humanos vuelven a insistir en la oferta, obedezca por temor a represalias aunque le trastoquen horarios y organización familiar.

Para hacer la visita completa, el gestor habló con cada uno de nosotros, pero sin demasiado interés, para cubrir su expediente de conocimiento de los empleados. Llegó mi turno.

-¿Cuántos años llevas aquí Zarzamora?

- No sé si decírtelo -le contesté divertida- Quizá cuando te enteres me quieras trasladar a mi también.

Hizo un gesto que podía significar "con tu edad ya no pienso fastidiarte", y cuando le dije los años que llevaba en la misma oficina bancaria, que son los mismos que llevo casada, me respondió.

-Tú eres una anomalía.

No entendía que no me hubieran movido, que yo no hubiera pedido traslados, que hubiera renunciado a una "carrera profesional".

Coincidí con él en que mi situación probablemente era única y le dije que estaría bien un reconocimiento profesional por parte de la jefatura de más alto nivel, con algún diploma, estrechamiento de manos y foto de calidad en la intranet bancaria. Para ser la envidia de mis colegas y que mi ego suba a la troposfera.

Descartó esa posibilidad con una leve sonrisilla e hizo añicos mi breve sueño de notoriedad en la empresa. Ni soy joven, ni tengo puestazo, no participo en las actividades "buen rollistas" que mi Banco propone a veces para fomentar la hermandad y pertenencia a una empresa modélica... En fin, no doy el perfil para ser merecedora de ningún reconocimiento por ser la matusalén de mi oficina.

Tras este breve intercambio entre bromas y veras -como dice mi hija: "entre broma y broma la verdad asoma"- seguimos conversando. El gestor disfrutaba charlando conmigo porque sabe que mi edad y mi recorrido me permiten ser sincera.

Ante mi queja acerca de las sustituciones eventuales que tengo que hacer en otras oficinas por falta de personal -vestir a un santo y desvestir a otro- me dijo satisfecho que el Banco había contratado a muchos jóvenes para que las oficinas estuvieran mejor dotadas.

-Serán debidamente explotados- le respondí.

Me miró con seriedad

-¿De verdad lo piensas? ¿Es eso lo que crees?

-Claro que sí. Estoy segura de que trabajarán muchas más horas de las legales por un sueldo mucho más pequeño que el de cualquiera de nosotros.

Y entonces se explayó en ese discurso típico de que los jóvenes han de esforzarse para tener una carrera profesional y optar a futuros ascensos. Que nadie les obliga a trabajar en el banco, que ni son astrofísicos ni doctorados cum laude, son simples abogados,  economistas o titulados en ADE, de los que hay a patadas en el mercado laboral. Que si no están dispuestos a esforzarse ahora, quizá lo suyo es el funcionariado...

Todo esto me dijo mi amigo. Parece que la juventud ha de aceptar alegremente y agradecida que se vulneren sus derechos trabajando horas extras que jamás les serán pagadas.

-¿Sabes lo que pasa? -le dije después de escuchar su perorata- Que un buen día, cuando ya no eres tan joven, piensas en lo que ha sido tu vida y te preguntas si esta dedicación brutal a una empresa desagradecida que te envía de un destino a otro como si fueras un paquete, ha merecido la pena. Te planteas si esas migajas de euros que ha supuesto cada "ascenso" han compensado los cuentos que no has contado a tus hijos, los paseos que no has disfrutado, las siestas que no te has echado o las preocupaciones excesivas que martilleaban tu cabeza en todo momento.

En ese punto calló y nos cubrió un silencio que lo decía todo. Aunque por edad le queda mucho más tiempo laboral que a mí, me confesó que su ilusión es abrir una librería cuando se despoje de las ataduras bancarias.

Espero un futuro mejor en que podamos intercambiar opiniones sobre literatura y yo compre ejemplares en la librería que ahora solo es un proyecto. Un futuro en que algunos de estos jóvenes recién contratados se conviertan en una anomalía como yo lo soy ahora. Una anomalía apreciada por la clientela, una anomalía que querrían casi todos los clientes en sus oficinas.

2 comentarios:

  1. Pues dile a ese joven e ilusionado colega que si se ha percatado de cómo están las librerías ahora. Eso las que quedan, porque han cerrado un montón y algunas importantes. Réprobo.

    ResponderEliminar
  2. Sí, yo también pensé que quizá no tenga mucho futuro. O quizá haya un vuelco a una vida no tan tecnológica. Eso estaría bien.

    ResponderEliminar