sábado, 4 de septiembre de 2021

Virulencia

 Está finalizando un verano laboralmente tranquilo. Mi clientela ha estado de vacaciones y los "presionadores" también. Ha habido sosiego. Desgraciadamente yo he tenido diez días de demasiada "paz".

El famoso virus nos alcanzó a mis hijos y a mi. No entraré en detalles "rollo", pero si, por diferentes motivos, no me hubiera hecho la famosa prueba -la PCR es la que decide si estás o no enfermo, la que desencadena todo este festín de llamadas, bajas y aislamiento- yo hubiera seguido trabajando porque me encontraba perfectamente.

Pero todo estalló como un huevo frito en aceite muy caliente. Me dieron la baja y estuve en casa, muy bien físicamente, pero mal anímicamente. Debe de ser que los años me hacen más rebelde y más amante de una libertad que consideraba me habían quitado injustamente.

Con este virus todo el mundo habla de sus experiencias y, en el caso de mi clientela, todos rebuscan entre sus conocidos hasta dar con alguno intubado o muerto. Claro que los hay. Hay gente que lo ha pasado muy mal. Y gente, como yo, que quiere inyectar un poco de optimismo en este sinsentido. 

De los tres afectados dos éramos no vacunados y una sí, y no ha habido gran diferencia en cómo lo hemos pasado. Yo pienso "pues la vacuna no sirve para tanto". Muchos me dicen: "la vacuna sirve para mucho, para no estar grave, para no ir a la UCI y tú has tenido mucha suerte"

El no vacunado tiene suerte, el vacunado está tocado por la varita mágica de su "protección", que no inmunización. Cada cual encaja las situaciones en su forma de ver esta ¿pandemia?, para que sus esquemas sigan manteniendo una cierta consistencia y para no volverse loco con tantas opiniones dispares y cambiantes.

En mi familia extensa (hermanos, cuñados, sobrinos) hemos sido muy egoístas los que hemos tenido el virus, nos lo hemos quedado para nosotros solos y no hemos sido de estos esparcidores que favorecen esa expansión exponencial con la que nos asustan de continuo.

Habrá quien me critique por contar mi experiencia sin tintes trágicos, pero creo que también es bueno exponer la realidad de cada uno. Yo me ahorré todos los efectos vacunatorios que tuvieron mis vecinas de parecida edad: dolores musculares y de cabeza, escalofríos, fiebre y cansancio extremo.


Mi pérdida de olfato duró sólo cuatro días. Cada cuerpo es un mundo, la genética imagino que influye y aquí dejo mi testimonio de que no siempre el virus es grave y se sobrevive sin vacuna.

El otro día vi fotos de colas de papás que iban alegremente a vacunar a sus hijos antes de empezar el colegio. De momento de 12 a 18 años. Imagino que en nada empezarán con los bebés.

Vino una cliente que me contó que su hijo iba a hacer un curso escolar en Inglaterra. Me quedé de piedra cuando me dijo que tenía 11 añitos. Ni siquiera los reyes han mandado a Leonor al extranjero siendo tan tiernecita.

-Mi hijo no quiere ir -me decía la cliente- pero luego no querrá volver. Al final lo pasan muy bien.

Imagino que el muchachito se adaptará. ¡Como no! La humanidad ya se adaptó a toques de queda, horarios de paseo, encierros forzosos, trabajo en casa, mascarilla continua... Y, ahora, es habitual el palito nasal las veces que haga falta: para detectar el virus, para montar en avión, para ir de boda... La mascarilla no tiene visos de ser eliminada. Por más que ya no haya que llevarla en exteriores, son muchos los que le han cogido cariño y la siguen llevando en calles solitarias, en el campo, en el coche... 

Perdonad por la digresión. Me decía la mamá, toda contenta, que a su niño ya le habían puesto las correspondientes dosis de vacuna para que esté tranquilo en ese internacional colegio donde va interno. Ojalá el chiquitín no tenga ningún efecto secundario de su flamante vacuna mientras esté solo en el internado.

Ahora parece que es fundamental vacunar a la infancia con algo que no está funcionando para evitar el contagio y cuyos efectos secundarios se desconocen aún.

Se está maltratando a la infancia y a la juventud apelando a la solidaridad con una ancianidad a la que también se le da el derecho a pedir la eutanasia. Han acusado a la juventud de asesina en potencia de padres y abuelos. Les hicieron estudiar a distancia, luego ir a clase con mascarillas (esas que dicen en los platós de televisión que son imprescindibles pero que ellos no llevan) alejarse de los amigos que no estaban en su "burbuja", renunciar a fiestas de cumpleaños y graduación. 

Ellos apenas han sido contagiados y, si lo han sido, la enfermedad ha sido muy leve. Pero ahora parece que la erradicación del virus depende de la total vacunación de este grupo de población. De verdad que no lo entiendo.

6 comentarios:

  1. Yo creo que los negacionistas y antivacunas, lo que quieren es que se vacunen los otros, vamos, unos egoístas. Con lo que se sabe, bien se podía decir a "negas" y "antis" no os podemos obligar a vacunaros pero no lo vengáis a currar y por ende, no cobràis, porque podéis contagiar a la chusma. Diábolo.

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    1. Querido Diábolo, los vacunados ya contagian y se contagian como los que no lo están. Pero entiendo que los forofos de la vacuna intenten buscar ventajas comparativas, que para algo su situación sí es irreversible. Un abrazo.

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  2. Estimada Zarzamora. Me es grato saludarte y aprovechar para comunicarte mi cercanía a tus asertos. Veo que Diábolo (que no sé si es cierta persona que conozco y me cae muy simpática) habla de “negas” y “antis” pero olvida, como hace casi todo el mundo, que somos muchos los que no somos ni “negas” de los beneficios de muchas vacunas (incluidas las del COVID) ni “antis" (por la misma razón no negacionista).

    Parece que algunos piensan que la ciencia médica es algo así como la ciencia matemática que, partiendo de ciertos axiomas, consigue llegar a resultados irrefutables. La medicina, dado el campo tan complejo en el que opera (el cuerpo humano) requiere de montones de conocimientos directos e indirectos, además de montones de experimentos. A pesar de tanta complejidad, muchas investigaciones llegan a resultados increíbles que permiten explicar la complejidad, por ejemplo, del sistema inmunitario y, una vez comprendido, desarrollar vacunas y otros fármacos para prevenir, curar o mejorar los efectos de montones de enfermedades. Pero casi ninguno de esos fármacos es la Purga de Benito (aunque algunos se acercan a ello) porque cada cuerpo tiene sus características específicas y siempre puede haber alguno que reaccione mal con esos fármacos que en la mayoría de la población funcionan de maravilla.

    Los fabricantes de las vacunas de la COVID no han dicho nunca que estas sean eficaces al 100%. Tampoco se dijo que fuesen esterilizantes (es decir, que impedirían el contagio y contagiar), pero el afán (comprensible) de acabar con los graves problemas que esta enfermedad está ocasionando ha hecho que se digan cosas como estas: “tenemos que inmunizar a un alto porcentaje de la población”, “ya tenemos al 70% de los españoles inmunizados”. En lugar de lo más apropiado “ya tenemos al 70% de los españoles protegidos con la vacuna”. También había que justificar la utilidad del “pasaporte COVID” que solo tendría sentido si las vacunas fuesen esterilizantes. No lo son, pero da igual, en cualquier medio de comunicación se puede oír primero hablar del hecho de que la vacuna no impide el contagio y, a renglón seguido se dice que en algunos lugares solo se permite el acceso a quienes tengan el pasaporte COVID en regla (como si los vacunados no pudiesen llevar el virus consigo). ¿De verdad esta flagrante contradicción no es suficiente para plantearse en manos de qué gente estamos?

    También me sorprende la alegría con la que se ningunea el hecho de haber estado infectado con el virus. Yo siempre había pensado que haber tenido el virus y haberlo vencido era, por lo menos, tan eficaz para ejercitar al sistema inmunitario como una vacuna contra ese virus, bacteria o parásito. ¿A alguien le parece normal que al inicio del proceso de vacunación hubiese médicos que recomendasen vacunarse aunque hubieses estado hospitalizado y grave por COVID dos semanas antes? Si, por lo menos, hubiesen hecho un análisis al paciente para ver si es que se ha quedado sin defensas en dos semanas, podría comprenderlo, pero hacerlo así, sin más, porque me “el protocolo lo dice” (a pesar de que ese “protocolo” a otros les decía que mejor esperar seis meses) me parece un detalle más que hace que me posicione entre los que piensan que esto se está yendo de las manos a nuestros mandatarios.

    Se han notificado algunos casos de posibles efectos nefastos de las vacunas en algunas personas. Posiblemente nunca se pueda afirmar con rotundidad que esos efectos fueron provocados por ellas, pero tampoco se podrá afirmar lo contrario. ¿Acaso no tengo derecho a tener reparos a inyectármelas? Ya sé que la probabilidad de que me pase algo terrible es pequeñísima, pero ¿quién es nadie para quitarme la liberdad de decidir qué me inyecto o qué no? Y no me vale la respuesta de que pongo en peligro a los demás. Eso queda descartado desde el momento que se sabe que estas vacunas no son esterilizantes. Siendo así las cosas, vacunarse es algo que se hace por la propia protección, pero no por la de los demás.

    Aquí dejo mi rollo enviando un cordial saludo a los lectores.

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    1. Nada que añadir. Considero perfecta tu explicación. Gracias por compartirla. Un abrazo

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  3. Menuda solfa me has dado Meteorismo. Un poco larga pero buena. Me retracto.

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  4. A pesar de todo, sigo pensando que los que las personas que tienen que estar en colegios, hospitales residencias y demás centros de ese tipo, tienen que vacunarse. Aaahh
    y en los Bancoss ... Rediábolo

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