miércoles, 20 de febrero de 2019

Sevilla

Me daba un poco de vergüenza ser española y no haber visitado Sevilla. He estado en algunos países extranjeros -no muchos- a pesar de que me parecía absurdo salir fuera cuando aún me falta tanta España por conocer. Pero las personas somos a veces incoherentes e impredecibles.

Había oído opiniones variadas entre los clientes de mi sucursal. Unos se habían sentido hechizados por la ciudad. Otros acabaron su periplo sevillano valorando mucho más la belleza de Madrid.

Sevilla les parecía grande a algunos, difícil de recorrer a pie, y me asustaban diciendo que mi hotel estaba lejos del cogollo turístico y que perdería mucho tiempo yendo y viniendo. Otros me decían que era "un pueblo grande", y que nosotras, al ser de Madrid, donde tenemos otro concepto de las distancias, no tendríamos  problemas en patearlo a conciencia.

Mi hija, una sobrina y yo, cogimos el AVE y pasamos allí tres días. Queríamos ir en invierno. Quizá erróneamente asocio Sevilla con calores extremos y quería asegurarme de no sudar lo más mínimo. Ir en tiempo de feria o de procesiones también estaba descartado. Entiendo que los de allí lo vivan intensamente, pero yo, al ser forastera, no creo que me sintiera lo suficientemente integrada como para disfrutarlo.


Placita del barrio de Santa Cruz.

En cuanto salimos de la estación vimos naranjos y más naranjos, decorando todas las calles. Me encantó ese colorido y sí que eché de menos haber ido en la época del azahar. Un conocido inglés hacía mermelada de naranja amarga y me contó que allí en Londres compraba "naranjas de Sevilla" -así se llamaban en las tiendas- como materia prima. No sé si serán las de tantos árboles ornamentales que hay en la ciudad. ¿Alguien las recoge? ¿Se exportan? Me quedó esa duda.
 
Parasoles de Sevilla


En nuestro primer paseo hacia la zona monumental quisimos ver las famosas "setas" o parasoles de Sevilla que tienen muchos defensores y detractores, como cualquier novedad. A nosotras nos gustaron y nos parecieron originales, e imagino que en verano se agradecerá su sombra.

Vista exterior de la Catedral

La catedral de Sevilla, tan grande, tan barroca, me gustó a medias. Sentí que todo estaba muy deslavazado, cada cosa por un lado, sin una sensación de conjunto ni de armonía. Me sentía perdida. En cambio la subida a La Giralda -muy cómoda porque no hay escaleras, sino rampas- mereció realmente la pena por las estupendas vistas de la ciudad.

La Giralda desde una callecita
Vistas desde lo alto de la Giralda

A la Plaza de España, espacio semicircular donde se rodaron escenas de "La guerra de las galaxias", llegamos justo después de un buen chaparrón que nos hizo pensar que quizá no era el mejor momento para ir a lugares descubiertos. Pero tuvimos nuestra recompensa. Ese color dorado en la fachada, las nubes, el sol del atardecer, el público escaso, hizo el paseo por todas y cada una de las provincias un momento muy agradable. Por supuesto no faltaron fotos en nuestra provincia, la de nuestros padres, la del veraneo... En cada una hay un artístico mosaico vertical con un hecho histórico; en el suelo, el mapa con las ciudades y pueblos más importantes de esa provincia

Plaza de España


A los Reales Alcázares les dedicamos gran parte del segundo día. La audioguía nos ayudó a entender todo y disfrutarlo más. Y los jardines, aunque fuera  invierno, resultaban muy agradables para pasear.



Estanque de Mercurio

La mejor forma de acabar la tarde fue descansar paseando en un barco por el Guadalquivir, pasando por debajo de sus numerosos puentes y contemplando la Torre del Oro junto a su orilla. 

El último día visitamos el Palacio de Dueñas, que a todos nos suena porque fue la residencia de la Duquesa de Alba. Había fotos de sus hijos, sus maridos... Ni mi hija ni su prima sabían quienes eran los que allí aparecían. Leer las revistas en el tren o en la peluquería durante tantos años me sirvió para explicarles -aunque no sé si realmente les importaba mucho- quién era quién en esa familia.



Antes de abandonar Sevilla callejeamos por el barrio de la Santa Cruz, descubriendo placitas, calles estrechas y tiendas de recuerdos, con la seguridad de que en cualquier momento mis chicas, con sus dispositivos móviles, me guiarían fácilmente de vuelta al hotel donde esperaban las maletas.

10 comentarios:

  1. Hola!encantador viaje y unas imágenes que son de sueño.gracias por compartir tanta belleza.abrazosbuhos

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    1. Gracias. La cámara no es la mejor, pero la ciudad queda bien en cualquier imagen. Un abrazo.

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  2. He estado un par de veces y en las dos hubo mucho que ver y disfrutar, mejor y siempre en buena compañía.
    Creo que la parte principal de Sevilla no es difícil de andar y visitar, tiene tanta historia sin embargo que uno no da a basto con tanta información. ¿Visitaste la calle de las Sierpes?¿Y el parque de María Luisa?
    Un abrazo

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    1. Sí, pasé por la calle Sierpes. El parque María Luisa de refilón. Gracias por compartir tus impresiones de la ciudad.

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  3. Yo creo que Sevilla nunca defrauda. Lo mejor es ir sin ideas preconcebidas y descubrirla. Ay, me han dado unas ganas horribles de volver, jijiji. Abrazos.

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    1. Lo de ir sin ideas preconcebidas es bueno para cualquier actividad. Se ve todo con ojos "limpios". Un abrazo.

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  4. Creo que visitaste Sevilla en el mejor de los climas, yo lo hice justo cuando finalizó la Semana Santa, llegamos allí el Domingo de Resurrección por la tarde, y la verdad es que el calor nos dejó derrengados, no se si fue solo ese año, o es lo normal, 30 grados y nosotros con ropa de entretiempo, los críos hartos de caminar y sudar. En fin que si vuelvo a Sevilla, que quiero hacerlo, será en invierno

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    1. Eso sí que lo teníamos claro: no pasar calor. Ja, ja, no nos quitamos el anorak. Hasta me tuve que comprar una bufanda. Ni una gota de sudor y disfrutando del sol. Un abrazo.

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  5. Yo también he estado varias veces allí. La última, en la Expo 92. Así que ya ha llovido. Pero mucho antes hacía la entrada de una forma más original. Llegábamos desde la Mar Océana (o mediterránea) y remontando el Guadalquivir, aparecíamos bastante cerca de la Torre del Oro en 1972, donde había un muelle de carga. Por supuesto ya no existe desde muchos años. Después, y en barcos más grandes subíamos hasta el barrio de Heliópolis. Ay! Tempus fugit.

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