martes, 15 de abril de 2014

El "salvador" del mundo

O, al menos, el salvador del Banco, el defensor de los clientes desprotegidos, el paladín del cumplimiento de los "objetivos" bancarios.
                         
Ese es Augusto, mi director, al que se le ha soltado la lengua tras unos cuantos vasos de vino durante una "comidita" de "confraternización" entre los compañeros de la oficina.

Como me suele pasar con estas comidas, no tenía ninguna gana de ir. No sé por qué motivo Lupe tuvo la ocurrencia. Yo, hace años, cuando estaba en su situación (con hijos pequeños), prefería ir con ellos al parque que estar de palique y comilona con los colegas. 

-Sí chicos. Anda... ya que estamos todos y nadie se ha ido de vacaciones, vamos a comer todos juntos. A una terracita, que hace muy buen tiempo -Así intentaba persuadirnos la jefa.

Ya estaba yo temerosa de que la dichosa "terracita" fuera una de esas prolongaciones del restaurante, tipo "carpa" cerrada, con ceniceros en las mesas, que se convierte en reducto de los fumadores. El humo se concentra igual que si las paredes fueran de ladrillo. Afortunadamente, y por cuestiones de tiempo, fuimos al restaurante cercano de siempre.

Pensábamos salir prontito, cuando se cerrara caja, pero es un hecho que los clientes más pesados se reservan para estos días pre-vacacionales, y suelen entrar sofocados en el último minuto, y aposentarse sin ninguna prisa  en alguna mesa. Esta vez le tocó a Lupe aguantarles.

Yo ya había llamado a mis hijos para decirles que no comía en casa.

-¡Ja, ja, ja! Mamá, por tu voz parece que el plan no te hace mucha gracia- me dijo mi hijo.

-¡Qué perspicaz! Pues eso, que no frías filete para mí. Ya nos veremos más tarde -le respondí intentando disimular mi desgana, pues tenía a mi jefa y organizadora al lado, con la antena puesta. 

Ya en el restaurante la comida fue bastante bien, con conversaciones neutrales y el típico intercambio de pareceres acerca de lo que vamos a pedir unos y otros. Todo empezó cuando mi compañero Ángel Bendito, el comercial de la sucursal, empezó a "chinchar" a Augusto.

Ángel Bendito lleva muchos años en la oficina y ejerce labores comerciales. Es un vendedor muy bueno y no engaña a la gente. El nuevo estilo bancario le está cambiando, y ahora se queda a trabajar casi todas las tardes, fuera de su horario legal. Va a su casa a comer y vuelve luego con vestimenta "casual", como dicen esos mandos intermedios que parecen salidos de una revista de modas y que viven en "pijolandia". Claro que su uniforme "casual" es un jersey pelotilloso en invierno y un pantalón corto en verano.

-Mira Augusto, el día que el Banco me obligue a venir por la tarde, no vengo. Yo vengo porque quiero, porque tengo mucho trabajo, pero mi contrato no dice nada de estar tantas horas sin que, además, me las paguen.

Así empezaba Ángel la polémica. A Augusto ya le empezaban a hacer efecto la cerveza del aperitivo, la media botella de vino de la comida y el copazo de los postres.

-Bueno, si yo te lo digo, tendrás que venir por las tardes. Y con traje y corbata, que todavía recuerdo ese día en que el jefe territorial vino por la tarde y te pilló en pantalón corto.
                               
Yo intenté mediar en la discusión.

-Aquí sí que hay una discriminación a nuestro favor, porque las chicas podemos venir a trabajar como queramos y nadie nos dice nada. 

Mi director me miró con ojos enojados y dijo que sobre la vestimenta femenina no decía nada, no por falta de ganas, sino porque era fácil que le acusáramos de machista o le dijéramos que no se metiera en esos asuntos.

Y tuve claro que si alguna vestimenta no le gustaba, era la mía. Suelo llevar pantalón vaquero (sin rotos ni desgastes) y faldas y vestidos un palmo por encima de las rodillas. Las otras compañeras llevan cosas más caras, pero se ciñen al pantalón y no gastan ropa vaquera. En fin, creo que cuantos más piropos me echa el portero, más le debe disgustar a mi jefe mi atuendo. Pero de verdad que voy muy modosita y, o me pagan un uniforme, o no voy a cambiar mi modo de vestir.

Y siguió la discusión, imagino que para deleite de los pocos comensales que aún quedaban en la sala.

-Y tú, Zarzamora, aún no entiendes que estamos aquí para servir a los clientes y atenderles en todo, no para ponerles pegas.

-Augusto, por favor, dime qué clientes están descontentos conmigo y por qué, para así hacerlo mejor la próxima ocasión y no cometer los mismos errores una y otra vez.

Eso le decía con todo el sosiego de que era capaz, imaginándome en una actuación teatral. Pero él no me daba ejemplos. Lo único que quería era quedar por encima y machacar, hacer ver que él es el único que trabaja.

Yo sé lo que le pasa a este director. Es muy cómodo estar en el despacho y dedicarse a hacer la pelota al cliente. Cuando yo estoy con un montón de gente delante, él se aproxima por detrás para que le de el dinero de D. Fulano, o le haga la transferencia a D. Perengano. Y, claro, eso de que se cuele en nombre de tal o cual cliente, me enfada. Lo lógico es que Fulano o Perengano se pongan a la cola, como todo hijo de vecino, o que sea Augusto el que espere el turno.

Y es que Augusto es servil, y es capaz de poner en danza a todos los empleados para atender a un solo cliente... suyo.

Así es mi jefe, siempre recordándonos lo tarde que se va cada día (deseando que todos hiciéramos lo mismo), siempre asustándonos con la cantinela de que no sabemos lo que tenemos, que menudos directores hay en otras oficinas (mentira, creo que es imposible encontrar a un director tan poco agradecido con sus empleados como Augusto), siempre buscando cualquier fallo, real o imaginado, de los miembros de su "equipo", para agrandarlo y repetirlo hasta la saciedad.

Así es mi director, un hombre en la cincuentena tremendamente asustado, inmerso en un engranaje de burocracia y objetivos bancarios que está acabando con él.
                           

Cuando empecé a escribir esto, recién llegada de la dichosa comida, sentía rabia. Pero escribir es terapeútico. Ya no siento rabia. Solamente pena. Por Augusto.

¡Augusto! Sigue tomándote un copazo de vez en cuando. Juega al ping-pong dialéctico con Ángel Bendito y conmigo si así te sientes mejor y descargas tu furia. Olvida tus penas como desees. Pero me pensaré volver a una de estas comidas "fraternales"



16 comentarios:

  1. Es verdad que son más dignos de lástima que de odio todos los que ostentan algo de poder en la absurda jerarquía de nuestras grandes empresas (no sé lo que pasará en las pequeñas). Supongo que la compensación les llegará en forma monetaria, pero ni aún con eso soy capaz de envidiarlos.

    ResponderEliminar
  2. Pues yo no les tengo lástima, les tengo rabia. Créeme cuando te digo que ese tipo de jefes no sólo están en la banca, están por todas partes. Y yo que soy de las que pienso que se puede ser buen jefe siendo más agradecido y tratando mejor a los empleados. .. es más, estoy convencida de que así iríamos más contentos a trabajar y rendiríamos mucho más.
    besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En eso estoy de acuerdo. No solo hay que criticar fallos sino felicitar por los logros. Un saludo.

      Eliminar
  3. Pues yo, aunque ahora no trabajo "por cuenta ajena" pero lo he hecho muchos años, tengo una perspectiva distinta, debe ser por mi empatía natural, pero a todas estas personas (hablo de jefes, jefecillos, trepas y los peores esos pobrecillos que se creen que son "algo" en cualquier empresa) no es que les envidie sino que me dan lastima, si además mucha, pues si a los currantes de a pie nos intentan explotar (que a veces lo consiguen), ellos también tienen sus jefes, y estos ejercen presión para que consigan los objetivos que los estrategas de tuno han decidido que tienen que lograr y, aunque tengan buenos sueldos no debemos olvidar que no es mas rico el que mas tiene, sino el que menos necesita y que cuanto más se sube mas fuerte es la caída.
    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Te doy la razón. Los jefes de Augusto sí que son malos. Porque no se les ve venir, como a él. Tienen auténticos garfios envueltos en cuidadas manicuras. Un abrazo.

      Eliminar
  4. Qué peligro tienen esas comidas, qué peligro. Abrazos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cierto, cierto, sobre todo para los que beben más de la cuenta Ja,ja,ja,

      Eliminar
  5. En la “mili” el malo siempre era el sargento y el brigada etc. que era un amargado, un burro, poca cultura etc. Nunca el capitán coronel y más arriba. Esos eran muy educados y no se metían en nada. ¡Qué bien!. Es decir, el malo era nuestro inmediato.
    Creo que aquí ocurre algo parecido. El pobre Augusto ha tratado de zafarse de la última capa, la cual al menos puede “esconderse” en la indolencia, pero él ya no. Sigue recibiendo casi los mismos palos de arriba y cuando se queje de algo se le podrá responder “Tú te lo has buscado” y “como dijo Herodes … te jodes” (Tito Livio, o alguno de ésos). Él, tiene que hacer el trabajo sucio y llevarse mal con sus compañeros. -Es que los curritos sois muy malos, pero malos malotes-.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Reconozco que está en una posición intermedia no muy envidiable. Saludos.

      Eliminar
  6. Ser jefe es algo así como hacer de malo en las pelis;tiene que ser delicado mantener el equilibrio entre los superiores y los empleados,pero es cierto que hay maneras de conseguir los resultados y los objetivos;lo deseable siendo educados,respetuosos y justos.....Pero ciertamente ser jefe es una vocación y hay que valer y estar preparado, como profesional y como persona para tener ese equilibrio deseado, y eso pocos lo tienen ,su mando lo ejercen manteniendo las distancias e imponiendo sus criterios despóticos.Decididamente:
    no quiero ser jefe,estoy mucho más tranquilo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo tampoco quiero ser jefe, pero a veces intentan exigirme como a uno de ellos y, claro, mi sueldo no es el mismo. Se necesitaría que les enseñaran (ya que hay tantos cursos) cómo tratar a sus subordinados.
      Saludos.

      Eliminar
  7. Pues yo ni puedo ni quiero sentir lástima por estos jefes, y sinceramente no entiendo cómo algún mindundi como yo puede sentirla. En muchos casos son simples incompetentes que ascienden a base de decir que sí en un entorno en el que las responsabilidades no se exigen 'a posteriori'. En otros, es gente más o menos competente, incluso muy competentes, que a sabiendas de dónde se meten aceptan esos retos para progresar en su carrera, lo que no tiene nada de malo, pero que apechuguen con su decisión. Ni espero ni quiero que ellos me tengan lástima porque haya decidido ser un mindundi.
    Miguel.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A veces (al menos en Banca) van forzando a ciertos ascensos, es natural ir hacia arriba. Y, luego, es tarde para dar marcha atrás. Muchos "jefes" querrían ahora mi puesto (aunque no sé si lo sabrían hacer , je, je, je) pero no pueden dar "marcha atrás". Pero los peores jefes son los que están por encima de director de sucursal. Tienen que llenar con algo puestos vacíos de contenido "real" y se dedican a dar por saco a todo el que está por debajo. Gracias por comentar.

      Eliminar
  8. Cuando yo trabajaba en el banco evitaba estas comidas como al diablo, a fin de cuentas, no dejaban de ser una prolongación de la jornada. Al principio ponía excusas (tener hijos pequeños era de las mejores), pero después ya ni me cortaba... y me fue de miedo.

    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tienes razón, tengo que aprender a decir "no" con más desenvoltura. Pero en este caso, la ocurrencia salió ¡de la que tiene niños pequeños! Y estaban de vacaciones. De verdad que estas cosas no las entiendo. Saludos.

      Eliminar