lunes, 22 de abril de 2024

Noches de hospital

Debe de ser cosa de la edad. De la mía y de mis ascendientes, pues ambas cosas están relacionadas. Cada vez tengo más soltura en los hospitales. Al principio me liaba con los pasillos, con la burocracia previa, con los timbres de aviso a las enfermeras, con los mandos de la cama articulada, con los mecanismos de los sillones donde el acompañante intenta dormir. Era muy pudorosa con el paciente, aunque fuera familiar. Me marchaba de la habitación incluso cuando iban a examinar si había que cambiar el pañal. 

Llevo una racha muy mala de muertes. Ahora es mi padre el que está en esa frontera del más allá. Habíamos enterrado a mi suegra hace tres meses con 104 años y yo, viendo a mi padre con diez menos, tan vital, tan lúcido, sin bastón, animado para acompañarme a visitas turísticas que ahora como jubilada me puedo permitir en días de diario... pensaba que tenía tanta cuerda como mi suegra o incluso más.



Mi última visita turística con él fue a las Descalzas Reales, hace dos semanas.

Ni yo ni mis hermanos nos planteábamos seriamente un deterioro repentino. Máxime cuando superó sin secuelas un ligero ictus hace tres años. Estaba muy bien, la gente se sorprendía al enterarse de su edad. Pero las enfermedades son como son y atacan a traición, sin previo aviso. O con avisos tan imperceptibles que no son tenidos en cuenta.

En esta semana hemos pasado por todas las emociones como en una montaña rusa. La noche del ingreso en urgencias estábamos uno de mis hermanos y yo esperando la llamada de los médicos. Durante el tiempo de espera la estancia se fue vaciando, un mendigo que se "refugió" en la sala de espera porque fuera hacía fresco, cambió de lugar tres veces junto con sus dos bolsas de enseres. Otra mujer paseaba y paseaba sin sentarse en ningún momento. Ya nos sonaban algunos nombres de pacientes porque entraban y salían varias veces para sucesivas pruebas.

Cuando nos llamaron nos atendió un médico joven, neurólogo, que nos dijo que nos preparáramos para lo peor, que la consciencia de mi padre estaba bajo mínimos. Aún no podíamos entrar a verle.

En ese momento le pedí que avisaran a un sacerdote. Mi padre así lo habría querido en sus últimos momentos. Tiempo después nos volvieron a llamar. El capellán quería rezar unas oraciones con el enfermo y su familia. Dio tiempo a que mi hermano fuera a recoger a mi madre a casa para que estuviera presente. Creo que si no es por el capellán no entramos en el box, porque ahí son muy estrictos con las visitas.

Allí estaba mi padre tocado con un casco lleno de electrodos que medían su actividad cerebral. Me recordó al gorro de piscina que se pone en verano. Dice que así no se le enfría la cabeza al lanzarse al agua. Ya pasaba de la medianoche y afortunadamente había mucha tranquilidad, sin gritos ni lamentos de enfermos. Mientras venía mi madre, le conté al capellán, que desprendía sosiego y paz, cómo era mi padre, mi familia. Una vida resumida en diez minutos. Diez minutos, como los que mi padre estuvo desorientado, bajando carpetas de documentos del armario sin ton ni son, respondiendo incoherencias a mi madre. Hasta que ella llamó a la ambulancia. Diez minutos de asistencia rápida de los médicos del Summa 112 en casa. Diez minutos hasta el hospital.

Y al día siguiente parecía que se obraba el milagro. Mi padre recuperaba la conciencia, conocía a sus hijos, recordaba anécdotas de juventud. Un espejismo, tan solo eso. No sé lo que hay ahora mismo dentro de su cabeza, no sé si está todo ordenado como sus carpetas de documentos y tan solo le falla el habla, la manera de expresarse, o si su cabeza almacena recuerdos de forma caótica, como nuestro trastero, que ahora mi marido se empeña en organizar.

Parece que hay tumores chiquitos por ahí danzando, que presionan en zonas del cerebro y trastornan la vida. Tumor es la palabra más repetida en los hospitales. Imagino que los médicos ofrecerán soluciones. Aún no sé bien cuales. Solo sé que él quiere morir en paz, que con su habla ahora balbuceante y casi inaudible, le dijo el otro día a uno de sus nietos "Todo tiene un principio y un final"

Estamos a la espera de información, pero aún confío en que el final pueda ser en su casa, en su ambiente, y sin dolor.

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