miércoles, 5 de junio de 2019

Su siervo, su servidor

Pasaban cinco minutos de la hora de cierre al público y yo salía con la señora de la limpieza para que ella marchara y cerrar con llave la  puerta de la sucursal.

Haciendo un regate, se coló en el vestíbulo un hombre trajeado y encorbatado -no es que me caigan mal los trajeados, pero muchas malas experiencias bancarias las he tenido con ellos- que pretendía que le atendiéramos.

-Mira, perdona, es que tengo un recibo y hoy es el último día de pago y es urgente que me lo hagáis.

-Ya hemos cerrado al público. Vuelva el lunes -le contesté.

-No, no, por favor, es que tendré recargo. Es el impuesto de circulación.

-Lo siento, estamos fuera de horario. Ha tenido dos meses para pagarlo.

Este recordatorio de su pasotismo, desidia, u olvido, le debió de sentar especialmente mal y se marchó refunfuñando, amenazando y diciendo que yo era una grosera y una maleducada y que no se podía tratar así a los clientes y que ya me enteraría de quien era él y que esto tendría consecuencias.

Palabrería de chulito encorbatado que piensa que el mundo ha de girar a su alrededor.  Cerré la puerta y no me inmuté.

Pero para mi desgracia el director, Roque Ronco, pululaba por la sucursal y me preguntó qué había pasado.

Se lo conté y, al ver a través de los cristales que el individuo seguía en la calle, con cara de enfado, y hablando a través del teléfono móvil, sus carnes de director temblaron asustadas y me dijo alzando la voz.

-Es que no se puede tratar así a un cliente. ¿Le has preguntado si tenía cuenta aquí? ¿Te sonaba su cara?

-Pues mira, no. Estaba fuera de hora, llevo toda la mañana del viernes cobrando los recibos de todo el barrio porque el resto de Bancos cierra caja a las 11:00 y me da igual si tiene cuenta, si no la tiene, si es un pobretón o si es un ricachón. Pero si quieres, sal a la calle, que aún está ahí, en la puerta, le presentas tus disculpas y le atiendes tú. A mí no me lo pases, por favor.

Estaba cansada de la mañana de trabajo contínuo, de ese cretino tardío, del vago del director. Cansada del Banco, de los peloteos, de los quejicas, de los prepotentes. Cansada de sentirme sola ante el peligro. Solo quería irme a casa, comer, y ponerme un vestido bonito para ir a la graduación de mi hija esa misma tarde.



En ese momento Claudio Bobo, solícito, le dijo al director que él le atendería  si era necesario.

Roque salió, educadísimo, pidiéndole mil perdones, sujetándole la puerta de entrada... Solo le faltó hacerle una reverencia palaciega.

El cliente, Bosco Ñazo, tenía cuenta en otra sucursal. Claudio le había tratado en alguna ocasión y ¡cómo no! era "Junior manager del Banco de Inversión `La pela es la pela´"

El paciente Claudio estuvo con él hasta nuestra hora de cierre, porque el famoso recibo no lo traía en papel, sino en el móvil y, para quedarnos nosotros con constancia de la operación, tuvo que imprimirlo.

¡Y Claudio también le disculpaba!

-Me ha dicho que su padre ha estado enfermo.

-Ha debido estar enfermo los dos meses del plazo de pago -le contesté a mi compañero- Parece mentira, con la caña que me das a mí a veces, que seas tan comprensivo con estos clientes caraduras y te creas estas disculpas tan bobas.

Cuando yo ya me iba, vi el famoso recibo de la discordia, archivado con los documentos del día. Dos meses, dos, había tenido para pagarlo. El recibo también tenía el importe a pagar en caso de abonarlo fuera de plazo. El recargo si lo hubiera pagado el lunes siguiente, sin tocar las narices a nadie, asumiendo su tardanza, hubiera sido de seis euros.

¡Seis euros! Todo un dineral para Bosco Ñazo, que maneja muchos, muchos euros, haciendo inversiones  a sus clientes. Hay muchos de su estilo, que van de sobrados por la vida porque saben que se van a encontrar con directores miedosos como Roque, que ve una posible reclamación en cada mohín de disgusto de un cliente.

7 comentarios:

  1. Fantastico relato, gracias por compartir tus "desventuras" de manera simpatica y cordial, besazosbuhos!

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    1. Gracias, me alegro de que os haya gustado. Un abrazo.

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  2. Santa paciencia hay que tener. Efectivamente, los Bosco Ñazos lo son porque existen quienes doblan el espinazo ante ellos sin pensárselo dos veces. Solo puedo decirte: ¡ánimo! Abrazos.

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  4. Ese cliente es otro más de los muchos gilipollas que se creen importantes por ir bien vestidos abusando de la santa paciencia del resto de mortales que parecemos tener que estar a su servicio.
    A la mierda habría que mandarles a todos con sus ínfulas.
    Un abrazo y a respirar hondo y pausado para que se nos pasen las ganas de matar.

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    1. Lo bueno es que así tengo material para mis escritos. Un abrazo.

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  5. Y digo yo. Dónde queda eso de que el cliente siempre tiene razón? Porque, en alguna ocasión, también a mí me hubiera gustado mandar a la mierda a algún empleado o empleada (hay que ser inclusivo) El malvado Carabel.

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