lunes, 19 de septiembre de 2016

El cuento de la cigarra

Le reconocí en cuanto se puso  a la cola. Augusto, el director, no le había escuchado ni medio minuto y le había enviado a la ventanilla, muy en su estilo de lanzar balones fuera y librarse de clientes "molestos"

Rafael Maldonado estaba ante mí. Desdentado, mal afeitado y con un olor corporal fruto de la falta de aseo y no de los calores estivales.

Maldonado podía haberlo tenido todo y ahora solo tiene lástima de sí mismo y culpas que reparte generosamente entre los demás acusándoles de su situación.



Yo le conocí hace mucho, al poco de entrar en ese primer banco cuyo nombre se ha perdido en la confusión de sucesivas fusiones. Él tenía un buen puesto, reconocido y bien pagado, con viajes al extranjero por los que cobraba unas dietas considerables. Fue él quien pidió viajar para ganar más dinero.

Aún con esa situación de ingresos muy superiores a la media, vivía a base de préstamos (muy baratos para los empleados), adelantos de nómina (sin coste para los trabajadores) y tarjetas que "echaban humo" de tanto usarlas. En aquella década de los 90 hubo muchas burbujas. Los Bancos -o al menos el que yo conocía- prestaban a sus empleados sin mucho análisis, pensando que una abultada nómina era suficiente garantía.

La burbuja de Maldonado no explotó repentinamente, se fue deshinchando como esos globos abandonados que se convierten en puro pellejo flácido y arrugado. 

Llamaba por teléfono y todos los directores sin excepción, le esquivaban. Siempre necesitaba dinero para pagar a dentistas que, a la vista de su estado actual, nunca le arreglaron un solo diente. También apelaba al buen corazón del director diciendo que no tenía para comer, o que necesitaba regalar algo a sus hijos por su boda.

Ahora lo tiene todo embargado, está enfermo, sus hijos no le quieren ver, ni ayudar, pero sigue sin reconocer su propia culpa.

-Todo me fue mal cuando conocí a esa rusa que me sacó todos los cuartos.

Pero yo sé que es mentira. La rusa solo aceleró un poco el proceso cuando, al conocerla,  empezó a pensar solo con la bragueta y a soñar con una nueva juventud por simple roce con la lozanía de la rusa. Ella pedía y él le daba... dinero. Él pedía y... espero que por lo menos la rusa le diera alguna alegría al cuerpo ajado de Maldonado.

Resultado de imagen de la cigarra y la hormiga

Todo empezó mucho antes de su encuentro con la bella extranjera, cuando encorbatado y seguro viajaba a otros países, cuando tenía un puestazo en el Banco y pensaba que podía vivir por encima de sus muchas posibilidades. Cuando creía que siempre sería solvente y no supo organizar -mínimamente- su economía.


Lo siento, pero esta cigarra no me da pena.

4 comentarios:

  1. A todos nos gustaría ser cigarras siempre, pero solo podemos serlo a ratos. Se suele cosechar lo que se siembra, y pena no da ninguna, salvo por lo de esos hijos que le dan de lado. Abrazos.

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    1. Muchas veces cuando los hijos rechazan a los padres se piensa que es antinatural, se culpa a los hijos. Pero es que hay padres que se han ganado el rechazo filial paso a paso y constantemente. Saludos.

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  2. Nada nada, muy mal. Hay que recordar esa historia del hijo que pidió la parte de ha herencia que le correspondía. Se fue a lejanas tierras y se la pulió con tías y juergas. Volvió y el buen padre o recibió y agasajó. El otro hijo se agarró un cabreo de no te menées. Pues bien. Cuando vuelva (que volverá) Tenéis que decir a Don Augusto. No seas macarra y suelta algo de parné a este desventurado. Al fin y al cabo es un hijo pródigo de la noble, honorable y entrañable Banca. Réprobo

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    1. La verdad es que cuando escucho la parábola del hijo pródigo siempre pienso que el hijo mayor, el bueno y responsable fue un poco olvidado. A vecesa hace falta decir las cosas. Aunque sepas que te quieren es bueno oírlo. Creo que Augusto no le va a soltar ni los buenos días a nuestra cigarra. Un abrazo.

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