viernes, 1 de enero de 2016

En el reloj de antaño, como de año en año

Ayer, día de fin de año, tuve que trabajar. Es un día en que la Banca cierra antes y suele haber pocos empleados, porque hay muchos con vacaciones, aunque le pese a Augusto, mi director.

Llegué inquieta a la oficina. Mi única compañía era el director. Él, dentro del despacho. Yo, fuera. Afortunadamente fue consciente de la situación y no me llamó una y otra vez como suele hacer, ni me tuvo de zascandil. 

Zascandil: el que va de un lado para otro sin hacer nada de provecho

Las mañanas de un día 31 siempre son imprevisibles porque no sabes el tipo de cliente que te puede entrar por la puerta. Una mañana tranquila se puede convertir en una pesadilla que deje un mal sabor de boca en tu fin de año. Afortunadamente ayer no fue así y, salvo el apretón de última hora, vino poco público.

A pesar de los cajeros y de la Banca electrónica, hay clientes que van al Banco un día 31. Algunos van, aprovechando que es un día de vacación para ellos, a reclamar. No son clientes habituales, y cuando entran ya tienen la queja, o la exigencia, por delante. 

Los visitantes de todos los días tampoco descansan en esa jornada especial. Mejor dicho, no nos dejan descansar. Suelen ser ancianos que, como no tienen nada mejor que hacer en sus casas, se acercan para desearnos feliz año y charlar con alguien. Si no tengo mucha tarea, como ayer, lo agradezco, pero si tengo asuntos que finalizar, pienso en por qué no se habrán quedado en su casa calentitos.

Siempre hay alguno con prisas de último minuto: un impuesto, dinero para los regalos de Navidad, recibos que hay que devolver...

Y los hay que se quedan fuera, pegados al cristal de la puerta, mirando al reloj con sorpresa y alzando las manos para que les abramos. Lo único que no miran es el cartel con el horario especial. En su cena de Nochevieja seguro que ponen a caldo a "esos del Banco, que por un minutito no les han abierto"

En fin, que ayer, tanto Augusto como yo estábamos deseosos de largarnos. Él me metía cierta prisa con el cuadre porque viajaba a otra provincia con su familia. Yo quería ir a casita y preparar cosas para la cena. Nos despedimos con los consabidos deseos de felicidad y un beso -roce de mejillas- de despedida. 

Al final hicimos buen equipo ayer los dos juntos, aunque seamos bien diferentes. ¡Ojalá aprendieran de nosotros los políticos recién elegidos! Lo que hay que buscar es que funcione el proyecto común, que se llama España, por encima de personalismos. Imagino que éste deseo de entendimiento político será el más habitual para este año nuevo. Yo, desde luego, no quiero volver a votar.

Yo no soy muy de deseos, ni de brindis. Como no me puedo quejar de mi vida, simplemente quiero seguir como estoy. La existencia es una línea contínua y los días 31 de diciembre y 1 de enero, un mero tránsito, un trámite festivo dónde deseamos que todo mejore y esperamos que, al menos, no vayamos a peor.




Pero me gusta la Navidad y todas sus fiestas. Disfruto con las reuniones en familia, con los preparativos de todo tipo, y ayer me tomé 12 pasas a las 12 de la noche. Por fin renuncié a hacer esfuerzos para engullir las peores uvas de todo el año. Será por la época, pero nunca he comido unas uvas sabrosas en Nochevieja.


    
                               
Cuando se está en familia siempre, poco antes de las 12 campanadas, alguien se hace con "el poder" (el mando de la televisión) y en su mano está decidir con qué cadena se toman las uvas. Mis padres son fieles a la capa de Ramón en la 1, pero ayer no estaban ellos y hubo un rápido barrido para ver a los presentadores de todas las televisiones: el vestido de noche de Pedroche y la barbita de Sobera, que parecía pintada; los tres presentadores de "Cámbiame" que lloraban por nada y parecían realmente emocionados por presentar las campanadas; unos desconocidos en Tele Madrid, otros más desconocidos en Canal Sur...

Todos tienen que llenar unos cuantos minutos antes del inicio de las campanadas, con palabrería repleta de bondad y buenos deseos, pendientes del famoso reloj y de sus cuartos, que siempre suelen despistar a los espectadores. Como decía la canción de Mecano: "Y en el reloj de antaño, como de año en año, cinco minutos antes de la cuenta atrás"



Sonaron las campanadas. Brindamos con sidra. Se apagó la televisión. Charlamos, reímos, jugamos a unas cartas novedosas de ésas que solo conocen los jóvenes. Cuando los petardos, las bengalas y los fuegos artificiales que asomaban tras los tejados desaparecieron, y los primeros bostezos saludaron a 2016, nuestros invitados se fueron.

¡Qué gusto meterse en la cama! Era la única de la familia que me había levantado antes de las siete de la mañana para ir a trabajar.

6 comentarios:

  1. Pues aunque no seas de brindis ni de felicitaciones seré el primero en felicitarte el nuevo año.
    Tu petición de que todo siga igual es una buena petición si tu vida es satisfactoria, con lo cual me sumo a ella, añadiendo que de la misma forma nos sigas recreando con tus ácidas reflexiones y tus perspicaces críticas.
    Un abrazo Zarzamora.

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  2. Comparto muchos de tus deseos de fin de año, y muchos de los rituales de esa noche. Si te digo con quien nos tomamos nosotros las uvas: con Pocoyó, no hace falta preguntar quién poseía el mando ;D. Fue una noche feliz. Abrazos.

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    1. A Pocoyó no lo teníamos localizado. Ja, ja, ja. Si te digo la verdad, me hubiera gustado más un poco de bailoteo familiar, pero la mayoría prefería cartas. Y no era plan de ponerme yo sola... Un abrazo.

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  3. Me parece fatal que no sepas que los presentadores de "Cámbiame" son cuatro y no tres, bueno, una presentadora y tres colaboradores. Aunque también es cierto que desplegaron tanta tontería entre todos, que la vergüenza ajena nos hacía apartar la mirada de la pantalla de vez en cuando y así no hay modo de percibir todos los detalles.

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