miércoles, 17 de septiembre de 2014

Ciclos

Todo en la vida es cíclico: las estaciones del año, los cursos escolares, las vacaciones, la tarde deprimente de un domingo lluvioso... Todo va y todo vuelve con distinta cadencia. Y hay ciclos mucho más amplios: el ciclo sin fin de la vida, como cantaban en "El Rey León".

A Emilio Botín, cabeza del Banco Santander, se le acabó su ciclo vital la pasada semana. Yo volví a ser tía esa misma madrugada en que él moría. Así es la vida. Y la muerte. Idas y venidas a este hermoso mundo en que vivimos.

Este es un blog que dedico a la Banca a pie de calle y a ciertos desahogos laborales con un poco de mala leche, así que no voy a hablar del difunto banquero, que mucho se ha dicho ya de él. Casi todo elogioso. Y es que la muerte convierte a todos en mejores personas y borra de un plumazo cualquier defectillo o defectazo. ¡A ver quien es el guapo que critica a alguien recién muerto! Sea artista, empresario, político, o la tía abuela del pueblo.

En mi día a día bancario también hay ciclos. Augusto, el director, volvió de sus anuales y, por tanto, cíclicas, vacaciones de agosto. Y se viene arriba, como un actor en el estreno de la obra, en sus diarias (y cíclicas también) reuniones, en las que apacienta a su rebañito de personal comercial, que se ha visto ampliado por una ovejita un poco respondona. (Ya os hablaré de ella cuando la conozca un poco más).

Pero hay ciclos más amplios en mi Banco que se repiten cada lustro o cada década.
        
              

Cuando yo entré en Banca, con otro nombre comercial y otro estilo, porque el lío de fusiones y adquisiciones me hace tener un amplio registro de entidades financieras en mi vida laboral, ya me contaban los empleados veteranos, que en una ocasión a un lumbrera se le ocurrió unificar a las empresas en sucursales especiales para ellas, olvidando las preferencias de muchas compañías, que preferían la cercanía a sus sedes, antes que el peloteo de jóvenes "managers" encorbatados.

Como consecuencia de este trasiego, muchas empresas se enfadaron y se largaron a la competencia. Pero como el tiempo es como un bálsamo de olvido, pasaron algunos años y nuevas empresas volvieron a abrir cuentas en la sucursal en que a ellas les apetecía. Nuevos directivos cargados de "másters" arribaron a un Banco con otro nombre y, como no hay nada nuevo bajo el sol, volvieron a proponer lo mismo. Yo ya viví de cerca ese momento en que se obligaba a las empresas a irse a otra oficina más lejana y más incómoda que, en teoría, iba a satisfacer con creces todas sus necesidades. 

Nuevamente hubo enfados, reclamaciones, pérdida de buenos clientes, y cabreo generalizado de las empresas dóciles que habían aceptado mansamente el cambio y se veían sumidas en el caos de unas oficinas de empresas con escaso personal para tanto trabajo nuevo.

El tiempo sigue fluyendo y directores como Augusto olvidan fácilmente. Él se ha dedicado en cuerpo y alma a buscar empresas porque, realmente, son un buen negocio y hacen crecer la sucursal. ¿Y para qué? Para que en un nuevo y repetitivo ciclo, aparezca otro directivo con una nueva "genialidad" en su cabeza (para justificar su sueldazo, posiblemente, y para entretener las largas horas de permanencia en su despacho), y quite a Augusto y a otros muchos directores, todas las empresas captadas con tanto esfuerzo, para llevarlas a otra oficina adaptadísima, pijísima, con jóvenes y abnegados empleados, pero dos o tres km. alejada de sus centros de trabajo.

¡Ay, Augusto! Tanto trabajo ¿Para qué? ¿Tú no sabes que hay que aprender de la historia?

1 comentario:

  1. Bonito escrito. Ciclos, todo está lleno de ciclos. Pobre Augusto, por la ley del ciclo se quedará sin algunos clientes, pero bueno, entre tanto, a lo mejor hace algún amigo entre esos clientes. Entre tanto, a lo mejor alguno le invita a comer algún día, o a su pueblo a dar un paseo. Además está el reto de hacer ese trabajo y, al fin y al cabo, ¿Qué haría si no?

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