lunes, 29 de abril de 2013

Lo que veo, lo que leo.

Un cliente de toda la vida, D. Amador Viejo, ha perdido a su esposa hace unos días. En esos días primaverales en que la naturaleza brilla con todo su esplendor, su  mujer ha muerto de un cáncer.

"Llevábamos juntos más de 55 años, no he conocido a otra mujer más que a ella. Nunca he sido nada romántico pero ahora, por la noche, me despierto y la veo. De verdad que la veo. La tengo delante. Me sonríe". Esto me decía hoy, mientras unas lágrimas quedaban en suspenso en sus ojos, que cada vez ven peor.

Hace año y medio él no hubiera pensado que su mujer, coqueta y elegante, moriría antes que él, lleno de achaques, como el fiel perro, ya viejo, que le acompaña en sus paseos. Pero hay multitud de achaques que son molestos, dolorosos, pero que no siegan la vida con la rapidez de un cáncer. Poco a poco D. Amador volverá a sus paseos. Me lo encontraré por la acera, caminando despacito, al ritmo de su anciano perro. Me dirá, como siempre: "Menos mal que me saludas tú Zarzamora, porque yo ya veo muy mal y no distingo a la gente. ¡Que alegría me da charlar un ratito contigo!"                                 

En esos días, casualmente, estaba leyendo un libro que es también una historia de amor: "Los puentes de Madison". Parece incluso que el autor, Robert James Waller, noveló una historia real a petición de los hijos de la protagonista. Al menos eso se cuenta en el prólogo. Es también un amor de toda una vida, como el de D. Amador. El de éste ha sido tranquilo y duradero. El de la protagonista de la novela fue un amor de cuatro días, breve e intenso, que llenó toda su vida posterior, hasta su muerte. ¿Con cual os quedaríais vosotros?

Os dejo la reseña por si queréis saber más del libro. Pongo en gris las zonas en que hablo más de la cuenta del argumento, para no chafar la historia a nadie.

LOS PUENTES DE MADISON

Tenía este libro en una lista de recomendaciones de hace años de una de mis hermanas. Parece que hay una continuación “Los caminos del recuerdo”, del mismo autor, Robert James Waller. Francesca ya es  viuda y  Robert se encontrará con un hijo al que no conocía (de otra mujer). Parece que sus vidas no se cruzan en este libro. En el primero ya quedó claro que no se cruzarían más.

                         



ARGUMENTO:


Francesca está sola en casa, en un pueblo remoto de Estados Unidos. Su marido y sus dos hijos se han ido a una feria de ganado y estarán fuera cuatro días. Cerca de su casa aparece un fotógrafo preguntándole por un puente cubierto que quiere fotografiar, pues va a hacer un reportaje sobre puentes típicos de la zona para la revista National Geographic. Francesca se ofrece a acompañarle. Entre ellos surgirá algo especial.



Es muy poco el tiempo que comparten, pero para Francesca será importante durante el resto de su vida. Cuando muere, sus hijos descubren unos cuadernos y una carta de su madre. Conocerán cual fue su sacrificio.



MI VALORACIÓN:


Al leerlo, inevitablemente, tenía en la cabeza la película. Leía y me imaginaba las caras de los protagonistas. En la película hay muchos silencios, miradas, sentimientos que se intuyen. En la novela, lógicamente, el autor lo tiene que explicar. Quizá por eso se me ha hecho un poco larga, 
puede que sea poco argumento para tanta página.

La película la vi yo sola con toda intención. Sospechaba que a nadie de mi familia (marido e hijos) le gustaría. La habrían calificado de larga y aburrida. Yo creo que tanto la película como el libro son románticos y quizá las mujeres los apreciemos más por eso.

Se nota que el libro está ambientado en los años 60, cuando cualquier hombre “viril” tenía que fumar para ser más atractivo. Me aburría que en la novela detallara prolijamente cada vez que Robert Kincaid encendía un “Camel”.

Y yo pensaba en Richard, el marido que, sin comerlo ni beberlo, está en un “tris” de ver destrozada toda su estabilidad matrimonial simplemente porque un fotógrafo con melenas (en el libro tiene melenas) pasó por delante de su casa mientras su mujer estaba sola. Sí, pensaba en Richard, al que su mujer le puso los cuernos y que no se enteró nunca.

En Francesca finalmente pesa más la razón que la pasión. El recuerdo de esos cuatro días la alimentará el resto de su vida, pero decide anteponer a su familia. Robert será fiel a Francesca el resto de su vida, pero respetará su decisión. Dejó en sus manos volver a ponerse en contacto con él. 


“En un universo de ambigüedad, este tipo de certidumbre llega una sola vez, y nunca más, no importa cuántas vidas hayas de vivir”.

Os dejo esta frase, preciosa, como colofón. Me recuerda a esta otra de Paulo Coelho en "el Alquimista":


"Y cuando estas personas se cruzan y sus ojos se encuentran, todo el pasado y todo el futuro pierde su importancia por completo y solo existe aquel momento y aquella certeza increíble de que todas las cosas bajo el sol fueron escritas por la (...) Mano que despierta el Amor y que hizo un alma gemela para cada persona (...).


                      
               








5 comentarios:

  1. ¿Te puedes creer que ni he visto ni he leído los puentes de Madison? Soy un desastre, lo sé. La película no me llama nada porque no me gustan nada sus protagonistas, a pesar de lo alabada que es, y nunca se me ha ocurrido leer el libro porque me da miedo que como te pasó a ti los protagonistas se conviertan en mi mente en los de la película. Tengo ponerle remedio porque por lo que veo, la historia merece la pena.
    Besos!

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    1. Pues la película es mejor que el libro. O eso me pareció a mí. Pero si te caen mal los actores, conténtate con mi reseña. Ni te molestes en leer el libro. Un abrazo.

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  2. No es mi intención “destrozarte” los artículos porque me meto con ellos, como se me ha dicho y menos trivializar estos enternecedores encuentros con personas reales. Solamente quitar hielo al asunto y darles un poco de “vidilla”.

    Respecto a la primera parte de tu artículo, no sabemos cómo se llamaba su amada esposa si Brujilda, Violante o Dulcinea, (la que soñó el esforzado caballero, no la real). En cuanto a D. Amador, con ese nombre bien podía ser un amador aficionado, vamos que amaba a toda la que se le ponía por delante y le dejaba, claro.

    Qué distinto es este señor al que puso en la lápida “Aquí descansa mi esposa Brujilda. Señor,recíbela con la misma alegría con la que yo te la envío.” Esto es un chiste “internético” porque este epitafio estaba insertado en la lápida inequívocamente con letra y forma de un procesador de textos, pero tiene su gracia.

    Respecto la película, la recuerdo vagamente. Creo que su título debiera ser “Historia de una traición” lisa y llanamente. Las películas después de comer me dan somnolencia durante diez minutos por lo menos, y tenía la idea de que la “traición” no se había materializado físicamente. Peor me lo pones.

    Según mi esposa, y eso sí lo recuerdo, se quedó, porque estaba más segura y el seno familiar con su marido e hijos que largarse con ese aventurero, no nos engañemos, eso es lo que era. No solamente le traicionó "in situ", sino que ese “pecado” permaneció es su corazón y lo alimentó durante toda su vida. Se peca de pensamiento también, o no?
    En quién pensaba mientras veía a su marido?

    Si ese hombre existió realmente, debió tener a menudo un dolor punzante en su apacible y noble sien.
    Por lo demás espero no tener esta vez ninguna falta de dicción.

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  3. Gracias por tu comentario, anónimo. Me gusta que quites "hielo" o "hierro" al asunto. d. Amador es nombre ficticio pero lo que cuento es real. Es un señor muy agradable y me da pena verle triste. Pero lo superará.
    Respecto al libro/película estoy de acuerdo con tu propuesta de título y con la opinión de tu esposa acerca de la "seguridad" o la prioridad de los hijos. Al ver la película lo ves todo muy tierno y romántico pero luego hay una realidad de zapatillas, rulos, legañas y pijamas deformes. Eso es el amor.
    Un beso.

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  4. Mira que estaba dudando si es hielo o hierro. Pensaba que tenía que ser hielo porque está frío y así se suaviza el contenido. Pues ya veo que no. Por cierto, estoy "descendiendo de las alturas" dicha película para examinarla. Vaya, otro pecador del copyright.

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